Sin alardes, pero profunda. Como si no pasara nada, pero con casi todo tras de sí. Ana Blandiana se plantó en Zamora solo un día después de recoger el Premio Princesa de Asturias de las Letras. A sus 82 años, la autora rumana exhibió una energía controlada, una velocidad mental intacta y una capacidad reflexiva a la altura de su trayectoria. Fuera, las colas se correspondieron con la talla de la visita; dentro, el silencio acompañó la lectura de los poemas: todos, en la lengua materna de Blandiana, con las traducciones de Natalia Carbajosa y Viorica Patea.
En un acto organizado por el Seminario Permanente Claudio Rodríguez, las tres mujeres fueron tejiendo una tarde entre las lecturas de El tercer sacramento (1969) y El ojo del grillo (1981). Las dos obras, traducidas recientemente al castellano, se corresponden con la época anterior a la caída de la dictadura de Nicolae Ceaucescu en Rumanía, aunque el hito político del final del comunismo «no cambió drásticamente» la poesía de la autora: «Los temas evolucionan por sí mismos, no por la influencia de la actualidad», explicó Carbajosa, que señaló que Blandiana sí apuntó en su momento que «la poesía había salvado a los presos del odio y de la locura».
Lejos de aquellos tiempos, pero sumergida en la lectura de sus versos antiguos, la protagonista del acto se colocó un pequeño foco ante el rostro y comenzó a declamar sin elevar demasiado la voz y con una particular serenidad alejada de la sosería. Blandiana contó a través de sus propias palabras que la poesía no está para desentrañar el misterio, sino para iluminarlo, y se metió en la piel del grillo que canta de noche, en el momento de los sueños y de la creación.
Antes de penetrar en todo ello, Blandiana aprovechó para reivindicar la figura de Carbajosa, su traductora, la razón de ser principal de su visita: «Me ha hecho un regalo enorme al añadir su talento a la traducción de mi poesía. Traducir poesía es recrear el misterio y el espíritu, y es un milagro cuando dos sensibilidades poéticas logran encontrarse», sostuvo la autora rumana, que profundizó entonces en las referencias a la naturaleza, a la lluvia, a los vínculos, a la razón de ser de la vida humana o a la religión.
Blandiana resaltó que ella nunca ha corrido tras las palabras: «He buscado sus sombras largas y plateadas. De una palabra, nada es más valioso que su sombra», deslizó la autora, que nunca ha escrito «poesía activista o militante», según se encargó de matizar Viorica Patea, pero que sí ha producido unos versos «muy hondos, con muchos significados y mensajes subversivos».
Ya después de la poesía en crudo llegó el momento de las reflexiones ante un público que trató a Blandiana con el respeto que exigía la circunstancia. Y la rumana respondió a todo sin el freno de mano: «Estamos en una época de la posverdad, algo que me parece terrible. Pero creo que la poesía tiene la capacidad para oponerse a las inteligencias artificiales. Los misterios del amor y de la poesía son los únicos que los robots no van a poder entender. En este campo, podemos vencerlos», aseguró.
La afinidad con el público fue tal que una espectadora le preguntó – casi le rogó – que siguiera escribiendo, pero Blandiana fue sincera: «Nunca ha dependido de mí. No tendría el valor para confesar esto si otros grandes poetas no lo hubieran hecho, pero creo que la poesía es el superlativo de la literatura por su carácter misterioso. El poeta es el camino hacia la poesía, quien expresa un milagro que viene de otro lado», argumentó la escritora.
En cuanto a su forma de trabajar, Ana Blandiana reveló que, a lo largo de toda su vida, ha escrito «por fases». «Escribía y luego tenía el sentimiento de que me había quedado vacía, de que no iba a escribir nunca más, pero luego empezaba de nuevo», indicó con una sonrisa la autora, que en diciembre publicará un nuevo libro: «Ahora, mi sensación es que no sabré escribir nunca más, pero a lo mejor tengo suerte».
El asombro al mirar al pasado
Otro de los presentes abordó a la escritora por el flanco de la mirada hacia sus versos antiguos, por esa convivencia con lo que ella creó cuando tenía otra edad y otras creencias: «Mi sentimiento cuando leo estos libros es de asombro», arrancó Blandiana, que admitió que, en ocasiones, piensa que eso no ha surgido de su cabeza: «La poesía nace a mitad de camino entre el poeta y el lector. Mis poesías andan por el mundo sin mí y han cambiado. Son unos fantasmas, unos seres independientes mejores que yo», apostilló.
En el tramo final, Blandiana habló de la prosa, de su experiencia en Asturias y de su contacto efímero con la realeza, del que extrajo una conclusión positiva al hilo del papel representativo que tiene Felipe VI como Jefe del Estado sin capacidad de decisión en el plano legislativo o ejecutivo: «Es muy sabio asumir el poder que uno tiene para ayudar a un fin tan noble como la cultura», zanjó la autora rumana, que se quedó pacientemente a firmar libros y a conversar. A pesar de las prisas y de la agenda. Eso no es poesía.