– Ve, que los encuentras en casa, Me parece que teletrabajan.
Los parroquianos del bar de Hermisende (74 censados en el núcleo, 233 en el municipio) ya controlan a sus nuevos vecinos, pero no tienen muy claro lo que hacen. Tendrán que ir conociéndose poco a poco. La familia llegó hace poco más de dos meses, así que aún es tiempo de construir el vínculo con la pareja y con los niños de siete y tres años que se han convertido en habitantes del lugar. La casa en cuestión se ubica en la planta de arriba del propio edificio del Ayuntamiento. Pero no hay suerte, nadie contesta. Es al bajar, desde la ventana de un edificio cercano, cuando una mujer asoma y se presenta.
Ella, que se expresa con un suave acento gallego, se llama Vanesa Cortegoso. Su pareja, Cristian Rodríguez, espera dentro, donde se encuentra el taller provisional de Son de Midas. Así se llama el proyecto de vida con el que ambos y sus dos hijos, Luka y Ares, se han instalado en Hermisende. Luego explicarán por qué. De momento, cuentan que el local en el que se ubican es una cesión del Ayuntamiento «para no estar frenados» mientras hallan otro acomodo. «Nos han hablado de una carnicería que está en desuso que a lo mejor se puede alquilar», desliza él.
Mientras, en un vistazo por la sala, se pueden observar figuras de distinto tamaño, piezas de carácter ornamental y práctico, y varias máquinas repartidas por la mesa que rodea la estancia: «Lo que hacemos, básicamente, es diseño 3D y grabado láser. Trabajamos mucho la decoración y el coleccionismo, pero queremos orientarnos a las empresas para hacer piezas funcionales. Eso también nos interesa», explica Cristian, que añade: «Es lo que hacíamos en Zaragoza«.
Sí, esta pareja de gallegos de la zona de Pontevedra vivía desde hace diez años en La Muela, una localidad ubicada a poco más de veinte kilómetros de la capital maña. La cosa les funcionaba aceptablemente a nivel profesional, pero decidieron que querían cambiar de aires y acercarse un poco a la familia sin llegar a estar pegados. Vanesa y Cristian buscaban un lugar pequeño y se informaron en la plataforma «Holapueblo». Allí, encontraron a Jesús González, el alcalde de Hermisende: «Vimos que tenía mucha iniciativa y que nos podía proporcionar lo que buscábamos», subrayan.
La familia vio varias opciones más por el norte de Castilla y León, pero se decidió por esta zona: «Pasamos y dijimos: precioso, increíble, esto es un paraíso», recuerdan. La idea inicial era instalarse en Castromil, un anejo de Hermisende, pero finalmente les encajó más el pueblo que le da nombre al Ayuntamiento. El alcalde corrobora la historia en una conversación telefónica posterior: «Contactaron por correo electrónico, comentaron que estaban interesados en venirse y empezamos a hablar. Una vez me dieron el ok, comenzamos a buscar vivienda para ofrecerles y les propusimos la segunda planta del Ayuntamiento», señala González.
La historia de vida
Contado así de rápido, resulta un movimiento difícil de entender, pero Vanesa y Cristian se esfuerzan por explicar su historia. Ella se marchó muy joven a Zaragoza para formarse como auxiliar de veterinaria al amparo de una familiar que residía en la ciudad. Cristian la acompañó más tarde y encontró trabajo en un negocio en la que se dedicaba a hacer prototipos: «Cogí experiencia y fui escalando en las empresas», aclara él, que admite que llegó a alcanzar «una situación muy cómoda», con «la casa casi pagada» y «la vida que quiere una madre para su hijo». Pero faltaba algo.
«Pensamos: hay que reaccionar. O nos adaptamos y nos acostumbramos a que esta va a ser nuestra tierra para siempre, o nos marchamos», recuerda Cristian. Fue en ese momento cuando Vanesa y él empezaron a darle forma al proyecto actual de Son de Midas. Fueron haciendo las primeras piezas, examinando el mercado que tenían y sintieron que había agua en la piscina a la que pretendían lanzarse: «Creció la bola y ya empecé con los vídeos en TikTok», apunta ella, que se encarga de la parte del marketing y la comercialización, aunque también se implica en el taller.
La pareja dio inicio entonces a la búsqueda del destino ideal: «Queríamos un pueblo. A mí me gusta tener mi espacio», insiste Vanesa, mientras Cristian se define directamente a sí mismo como «un niño Mowgli». «Yo disfruto: me meto aquí por la mañana, trabajo y, después hacia la noche me voy a correr y al río. A mí la naturaleza me da la vida», asegura el nuevo vecino de Hermisende, que enumera las ventajas de este entorno para sus hijos y para el perro de la familia, que «antes se comía los juguetes de los niños de la ansiedad» y que ahora gasta su energía por estos parajes de la Alta Sanabria.
Claro, en todo esto, hay que tener en cuenta que moverse con los niños implica un cambio de rutinas y una nueva escolarización. La madre, Vanesa, va de acompañante de transporte junto a ellos, que ahora acuden a «un cole pequeñito» como el de Lubián, con 14 alumnos. «La adaptación del pequeño está siendo peor que la del mayor», admite la mujer, que alude a la diferencia de edad de su hijo menor con algunos compañeros, en aulas donde se juntan varios cursos.
Los padres mencionan la circunstancia, pero no se quejan. De hecho, enseguida van a otro asunto que sí les está convenciendo al 100%: la pediatra: «Es muy maja, mucho mejor que en La Muela. Te da una atención súper personalizada y hemos comprobado que nos atiende en cualquier momento», remarca Cristian. En general, ambos perciben que el trato es más cercano en todo. «La gente te ayuda, se involucra», defiende la pareja, que confía en que sus hijos hagan amigos por la contorna: «En Hermisende, solo están ellos dos en invierno, pero ya he ido a cumpleaños a Lubián», ríe Vanesa.
El problema de la vivienda en los pueblos
De momento, la cosa marcha bien para los cuatro nuevos pobladores de la zona, pero hay un par de nubarrones que amenazan la felicidad. Uno es es miedo a los meses de los días cortos y el frío intenso. El otro tiene que ver con el acceso a la vivienda. La pareja está feliz con la solución que les ha proporcionado el Ayuntamiento, pero la idea es buscar un lugar propio: «Necesito vivir al menos un año aquí para saber si quiero comprar, pero habría que evaluar si hay sitio», aclara Vanesa.
El alcalde también admite esa circunstancia: «Nosotros disponemos aquí de dos viviendas municipales, pero si nos ayudaran un poco las administraciones podríamos reparar algunas más que están cayéndose y ponerlas en alquiler», señala González, que está inmerso en un proyecto de rehabilitación de una casa antigua, pero a título personal. Esa experiencia le está poniendo sobre aviso de las dificultades y del dinero que hay que desembolsar.
«Ahora estamos tramitando para que venga otra familia y, si no se tuerce, van a alquilar la panadería de Castromil, pero es complicadísimo todo», repite el mandatario municipal, que insiste en demandar nuevas ayudas y en proponer que programas como el Rehabitare, puesto en marcha por la Junta para la reparación y puesta a disposición de antiguas casas públicas en los pueblos, alcancen a más lugares: «Los ayuntamientos llegamos donde llegamos», constata. La lástima aquí es cuando la gente quiere venir, hace falta que llegue y no hay lugar donde darle cabida.
Por lo pronto, la presencia de Vanesa, Cristian, Luka y Ares ya es un logro para el Ayuntamiento y para el pueblo. También un estímulo: «Aquí nos ha surgido familia por todos los lados. Entran por la puerta y nos preguntan qué tal o si hemos acabado», narra la madre, que camina cuesta abajo entre la fina lluvia de octubre en Hermisende y que señala a un grupo que se protege del agua bajo un tejadillo: «Las de ahí también son muy majas».
En el tiempo que lleva aquí, la familia también ha recibido ya varios obsequios en forma de productos de la huerta a modo de bienvenida a un lugar en el que sienten que pueden hacer la vida: «Lo malo es que nos dicen que aquí en el invierno se va mucha gente», indica Vanesa, dispuesta a afrontar esa pantalla para seguir agarrada a su nueva vida.