El 17 de julio de 2022 era domingo. Víctor Ratón estaba en la finca de sus padres, en Zamora capital, disfrutando de un día familiar de piscina cuando el móvil comenzó a sonar: «Empecé a ver comentarios y a leer que se quemaba la sierra otra vez», recuerda el cabo de la Guardia Civil. Nadie en su entorno dudó de lo que vendría a continuación: «Mi mujer me dijo: ten cuidado, porque te conozco». Los dos viajaron mentalmente unos años atrás, a lo sucedido un día de Navidad en la localidad toledana de Olías del Rey, el destino entonces de este servidor público.
En aquella ocasión, Víctor Ratón acudió junto a su compañero de patrulla a un domicilio que estaba ardiendo. Los guardias civiles fueron los primeros en llegar, antes que los bomberos y que la ambulancia. Dentro, una persona se había quedado atrapada: «Decidí entrar a por él bajo mi responsabilidad», explica el cabo, que admite que no sabe cómo salió de aquel chalet con el vecino a hombros: «Nos comió literalmente el humo en el descansillo de las dos plantas. Los compañeros me dijeron que salí, tiré a la víctima y me caí. Hasta tres días después no recuerdo nada».
Aquella persona que salió a hombros de Víctor Ratón sobrevivió. Lo hizo gracias al arrojo de un hombre que insiste durante toda la charla en subrayar el espíritu de la Guardia Civil como colectivo. El cabo defiende que aquello le tocó a él por estar allí ese día y a esa hora, pero reivindica el espíritu benemérito y el sentido del deber que envuelve al instituto armado. Eso sí, a nivel personal, «el nexo que se crea entre víctima y rescatador no se pierde jamás». Ratón lo comprobó tras el suceso de Olías del Rey. Y lo iba a confirmar a raíz de los hechos de aquel 17 de julio.
De vuelta a ese día, el cabo de la Guardia Civil, destinado en Fonfría y con raíces en Sesnández, se fue enterando de lo que ocurría, de la «tormenta perfecta» que se había generado solo un mes después del primer gran incendio de la Sierra de la Culebra. Todo había comenzado en Losacio, en una zona donde aquel día de julio hacía «muchísimo aire y muchísimo calor». Aquello «pintaba mal». A la vista de la situación, Víctor Ratón contactó con su superior jerárquico, pidió permiso para meterse en la demarcación en la que estaba teniendo lugar el fuego y abandonó la paz de la piscina para sumergirse en un infierno.
Solo y con el C4 «tracción delantera»
Entre los mensajes, las llamadas, la preparación y la parada en Fonfría para ponerse la ropa de faena, Víctor Ratón inició su servicio aquella noche de domingo a las 23.30 horas. Salió solo, en un Citroen C4 «con tracción delantera», un detalle técnico que luego cobraría importancia. El cabo de la Guardia Civil condujo hacia la zona de Sesnández y, cuando avanzaba hacia el pueblo, ya escuchó por la emisora la muerte del brigadista Daniel Gullón, que falleció en la batalla contra el fuego en la zona de Ferreruela.
Impactado por la noticia, el cabo siguió su marcha, se detuvo en Abejera y en Riofrío para preguntar por sus necesidades, repartió agua y continuó hacia Sesnández. Allí, lo primero que vio fue un pajar de su padre ardiendo con 40 toneladas de leña en su interior. Víctor Ratón aprovechó para dar permiso a los bomberos y a la gente del pueblo para echar abajo la construcción y evitar males mayores en las viviendas del entorno. También pudo entrar en contacto con las personas que seguían en la zona, hacerse ver, ofrecer la mano.
Ahí, llegó el segundo «jarro de agua fría». Al cabo le comunicaron que, en el propio Sesnández, se había evacuado a un hombre llamado Eugenio Ratón. Había sufrido quemaduras graves. Fallecería meses después en el hospital. «En ese momento, mis compañeros estaban vaciando pueblos de la forma más rápida posible, intentando minimizar todos los daños con la vida humana como prioridad», indica el miembro de la Guardia Civil. Por delante, muchas horas de angustia ante el avance de un fuego azuzado por «un aire terrible».
El primer aviso de Joseba
A partir de ese instante, el cabo recibió la orden de evitar que la gente regresara a sus domicilios. «Las personas que estaban allí entendieron rápido que, o remábamos todos o la cosa no salía bien», subraya Víctor Ratón. Fue entonces cuando recibió el primer aviso de un hecho que iba a marcar para él el desarrollo de aquel servicio y parte de su vida posterior: «Hay una llamada de un ganadero al 112 diciendo que está mareado y que hay que evacuarlo. Lo primero sería mover los recursos sanitarios, pero era imposible pasar, todo estaba en llamas. La única fuerza que había en ese momento por allí era yo», apunta el guardia civil.
El conocimiento de la zona resultó clave para la operación. El ganadero había mencionado que su posición se hallaba en un paraje llamado «Los Pozones». Eso no aparece en Google, pero Ratón sí sabía de lo que hablaba el alertante: «Arranqué yo y luego vino otra patrulla detrás de mí. Llegamos y allí estaba el ganadero, Joseba. Me acuerdo como ahora mismo. Llevaba una camiseta blanca del banco BBK y su cara estaba más blanca aún. Tenía ojeras y estaba muy pálido. Le dije: Joseba, que soy Víctor, Guardia Civil. Venga, vámonos de aquí. Pero me respondió que no podía dejar a las vacas», narra el rescatador.
No hubo manera de convencer el ganadero, así que el miembro de la Benemérita decidió buscar una alternativa: «Le expliqué: ya que no quieres venir conmigo, vamos a apartarnos lo máximo posible del incendio. Le di agua, se tiró una botella por encima, se bebió la otra y empezamos a llevar al ganado fuera del radio donde pensábamos que podía llegar el fuego. En ese momento, me llama la central porque la familia de otro ganadero dice que no lo encuentra. Yo sabía quién era, así que le pregunté a Joseba si estaba bien y le pedí que siguiera avanzando por el camino opuesto al fuego».
Víctor Ratón se fue en busca de Antonino: «Empecé a ir para arriba y para abajo, me metí por los caminos con una noche cerrada y un humo terrible. Pero no lo encontraba. Se me hizo eterno, aunque habría pasado hora y cuarto u hora y media cuando me llamó otra vez la central y me dijo que ya habían encontrado a Antonino en buen estado, pero que ahora echaban de menos a otro ganadero de Escober. Lo que pasa es que eso para mí era como buscar una aguja en un pajar. En Sesnández, más o menos sabía por dónde podía ir, pero en Escober no tenía tantas referencias y además había muchos caminos intransitables completamente», cuenta el cabo.
Ante ese panorama, Víctor Ratón volvió a la carretera de Sesnández a Abejera para cortar el tráfico y evitar que la gente volviera a sus casas. El fuego avanzaba «vorazmente» cuando eran, aproximadamente, las tres de la madrugada del 18 de julio. Allí estaba el cabo cuando recibió la llamada. La comunicación hablaba de Joseba, el mismo ganadero que se había ido con sus vacas en la dirección contraria al incendio tras la intervención de la Guardia Civil. «Yo pregunté si estaba otra vez mareado, y se hizo el silencio».
La llamada desesperada y el segundo viaje a «Los Pozones»
La central le explicó al cabo que la llamada era «desgarradora», que «el grito de auxilio era desesperado». Joseba estaba de nuevo en la zona de «Los Pozones». Las doce o quince personas que estaban rodeando en ese momento a Víctor Ratón lo escucharon todo, y «el silencio se podía mascar». «Uno de ellos me dijo: no se te ocurrirá ir, ¿verdad? Pero yo sabía que no quedaba otra. Me monté en el coche y fui hacia la zona», aclara el miembro de la Guardia Civil, que se apañó por unos caminos que habían cambiado desde su infancia por la concentración parcelaria y que atravesó el humo con el rotativo puesto, sin acústico, pero con la luz para indicar su posición.
A medida que avanzaba, el humo iba nublando la atención del cabo, que se puso una mascarilla FFP2 para tratar de paliar sus incipientes problemas respiratorios, pero que era consciente de que no podría seguir mucho más. Los ojos se le cerraban, la cabeza le dolía, pero a lo lejos vio una luz. «Con el humo, yo pensaba que era la linterna de un móvil, pero era uno de esos focos de gran potencia que llevan los pastores». Víctor Ratón se bajó del coche y empezó a gritar. Joseba respondió con una voz ahogada. Las llamas «estarían a unos 100 metros».
El cabo localizó al ganadero y le voceó para instarle a salir de la zona: «¡Vámonos, vámonos Joseba, que ahora sí que nos come el fuego!». Pero el pastor se quería llevar su coche. «Siempre diré que ese fue mi gran error, pero en ese momento pensé: este chaval ha dejado toda su vida para venir a fundar una ganadería en este pueblecito. Lo ha invertido todo aquí. Yo a las vacas ya las daba por muertas y me dije: si podemos salvar el coche, al menos no lo pierde todo. Repito: fue mi gran error».
Víctor y Joseba se marcharon de la zona en dos coches, con el de la Guardia Civil abriendo camino y el del ganadero tras él. En ese momento, Joseba «no veía nada», solo seguía la luz azul del rotativo: «Si me caigo por un barranco, él viene detrás», concede el cabo, que trataba de tirar hacia adelante con el fuego pisándoles los talones. «En ese momento, tenía la adrenalina de una intervención, pero estaba sereno. Lo que pasa es que las llamas se acercaban y Joseba no tiraba: veinte, treinta por hora. El pobre no veía. Yo paraba de vez en cuando porque le perdía, y seguía al verle llegar», insiste Ratón.
La cuneta, el fuego y la pérdida de la esperanza
El fuego estaba ya a apenas 50 metros cuando llegó «el momento crítico». Joseba tardaba en llegar y Víctor detuvo el coche en mitad del camino. «En diez o doce segundos», el ganadero apareció al fondo, pero cuando el cabo giró la vista para continuar con la marcha, lo que se encontró fueron llamas. «El incendio me estaba comiendo el morro del coche», rememora el guardia civil, que se topó con el peligro inminente al fondo y al frente. «En ese momento sí que se me pusieron los pelos de punta», reconoce Ratón.
La primera reacción del cabo fue dar marcha atrás, intentar librarse del fuego. «Claro, el coche de Joseba estaba allí, así que giré un poco el volante para no embestirle, con tan mala suerte que caí de culo a la cuneta. Metí primera, empecé a darle al acelerador, pero el coche no salía». La tracción delantera. «Ahí ya empiezo a estar preocupado, porque el fuego se acerca, me come. Mi primera ocurrencia fue abrir la puerta porque no quería morir dentro del vehículo, pero la física hizo su trabajo y las llamas entraban, así que cerré, miré hacia atrás y vi a Joseba tumbado encima del volante», continúa Víctor Ratón.
El primer pensamiento del guardia civil fue que el ganadero había muerto. Y creyó que él mismo correría la misa suerte: «Yo seguía dándole al acelerador y nada, así que asumí que todo se había acabado. Entonces, me serené, me quité las gafas, me llevé las manos a la cara y me empecé a acordar de mi familia: de mis padres, de mi hermano y sobre todo de mi mujer y de mis hijos. Eso que dicen que cuando vas a morir te pasa la vida por delante en fotogramas, te lo aseguro. Yo recordé el día que me casé, cuando nació mi hija mayor Inés, cuando nació mi hijo pequeño César…», enumera Ratón. Mientras, la temperatura del coche marcaba 47 grados en la noche de la sierra.
«Me sentí mal porque iba a privar a un niño de cuatro años y a una niña de ocho de su padre. Mi hijo no se iba a acordar siquiera de mí. Entonces, les pedí perdón y después me despedí de ellos», continúa el cabo, sin poder contener la emoción dos años y tres meses después de aquello. «Lo que ocurrió ahí, yo creo que… bueno, no creo, estoy seguro. Yo soy una persona muy creyente. La Virgen del Pilar dijo que no tocaba. A día de hoy, no sé cómo pasó, pero pasó. Yo seguía acelerando y, de repente, el coche pegó un golpe y salió. Me lo han preguntado mil veces, pero no sé cómo lo hice», asevera el cabo.
«A todo lo que daba el coche»
En ese instante, la serenidad dio paso otra vez a la adrenalina. «Toqué el claxon y, en los coches policiales, cuando haces eso con el rotativo dado, salta el acústico. Según lo hice, vi que Joseba se despertó y salimos pitando. Tiramos de frente, a todo lo que daba el coche, y atravesamos un túnel de llamas. Si en ese momento hay una curva, la hacemos recta. Yo me agarraba al volante y solo aceleraba. Igual que esto que ves en las películas», narra el miembro de la Guardia Civil. El ganadero seguía detrás con su propio vehículo.
Los dos coches continuaron con la marcha algo menos de medio kilómetro hasta que cruzaron el frente del fuego: «Cuando perdimos las llamas, frené. Estaba completamente desorientado, pero vi al fondo un rotativo nuestro, un puente policial a lo lejos. Y fuimos hacia la luz, nunca mejor dicho. Llegamos y eran unos compañeros de tráfico. En ese momento tenía ganas de llorar de la emoción, de la alegría. Tú esto lo hablas con un médico y es el estímulo de adrenalina que tiene el cuerpo. Es decir: estoy vivo y encima he conseguido que Joseba también lo esté», destaca el cabo.
Víctor Ratón regresa en este punto de la historia a dos conceptos que cita constantemente: el trabajo conjunto de la Guardia Civil y el sentido del deber: «Yo no me puedo permitir que una persona muera delante de mí. Soy guardia civil, no puedo, va en contra de mis principios. Por eso quiero esta profesión, estoy para ayudar, y lo del cuerpo benemérito es por algo. Todos mis compañeros lo sienten igual. Yo solo soy un eslabón de una gran cadena en la que todos somos importantísimos. Lo demostramos a diario, pero en las grandes catástrofes todavía más», afirma el cabo.
Y aquello lo fue. No en vano, un maquinista que apareció por la escena en la que Víctor y Joseba le contaban a la patrulla lo sucedido unos minutos antes quedó impactado al comprobar cómo aquellas dos personas estaban vivas, pues él se había desplazado hacia ese punto para indicarle a la pareja de la Benemérita dónde localizar los cuerpos de los ocupantes de los coches que había visto maniobrar desde la lejanía. El cabo y el ganadero se salvaron, aunque este último tuvo que ser trasladado a Zamora.
Las lágrimas y el camino a Escober
Pero Víctor Ratón no se fue. Aún quedaba noche por delante. «Pegué un trago de agua y a seguir evacuando gente», indica. Esta vez, en Abejera. Allí, después de media hora, el cabo se quebró: «Rompí a llorar para soltar todo lo que llevaba. Lo hice escondido detrás de una tapia para que la gente del pueblo, que estaba viviendo una noche horrible, no viera en esa situación a una persona de uniforme», matiza. El segundo jefe de la Comandancia, desplazado sobre el terreno, le vio y le ayudó: «Tuvo conmigo un gesto de humanidad, olvidamos nuestros galones, se lo agradeceré siempre», revela el narrador de la historia.
Tras ese episodio, Víctor Ratón se recompuso y volvió a sacar gente, a repartir medicamentos y a ayudar en lo que estaba en su mano. En aquel servicio, perdió 2,8 kilos. «Ya había amanecido y empezaba a estar cansado, ¿pero te acuerdas de que estaban buscando a otro pastor de Escober? Pues me avisaron de que seguía sin aparecer. Su hermano decía que estaba fallecido, pero que nadie lo encontraba. Así que fui yo». El cabo de la Guardia Civil fue quien encontró el cadáver de Victoriano Antón.
«Lógicamente, por respeto al fallecido y a su familia, nunca hablaré de los detalles de lo que yo me encontré allí. Pero sí que voy a contar siempre una cosa: el pastor tenía cuatro perros. Tres de ellos estaban muertos con él a su vera y uno estaba vivo debajo de sus piernas. Con todo el infierno que había pasado ese animal, hasta que no levantamos el cadáver no se movió. Y le ofrecimos agua y le ofrecimos comida. No se movió. Nunca he visto nada así con lo que había pasado».
En su tránsito por la zona quemada ya a la luz del día, Víctor Ratón se encontró varios cadáveres de animales más, sobre todo pequeños corzos. Y se topó también con un lobo que ignoró cualquier circunstancia y bajó a beber «muchísima agua» a una charca antes de continuar su camino como si nada. La fauna también sufrió un incendio que calcinó 10.000 hectáreas solo entre las dos y las seis de la madrugada del domingo 17 al lunes 18 de julio de 2022: «2.500 a la hora, fue increíble».
La retirada y el reencuentro
Tras lo sucedido en Escober, Víctor Ratón regresó al eje Sesnández – Abejera. Allí siguió prestando el servicio hasta que la central le ordenó que se retirara de la zona. Habían pasado 16 horas desde su llegada al infierno del incendio de Losacio. El cabo retornó a Fonfría y, sin cambiarse el uniforme dañado que aún conserva, cogió su coche particular y condujo como un autómata hacia su casa. En todo este tiempo, con las torretas quemadas, no había podido contactar con nadie de su familia.
Al llegar a Zamora, Víctor abrió la puerta de casa y vio a sus dos hijos, Inés y César, correr hacia él: «En ese momento, me caí de rodillas y empecé a llorar como no te lo puedes ni imaginar. Claro, mi mujer me vio y me dijo: ¿Qué ha pasado? Porque tú no sueltas una lágrima jamás. Cuando se lo conté, ella empezó a llorar también e hicimos una piña en el recibidor de mi casa». Allí, en ese abrazo eterno, se cerró el paréntesis de lucha contra el fuego y por la vida que se abrió con los mensajes recibidos en una tarde de piscina.
Ahora, siempre que Víctor de cruza con Joseba, el ganadero le recibe con un beso. Y el cabo siente «orgullo». Esa misma corriente fue la que le recorrió este sábado, en el día del Pilar, cuando recibió la medalla al Mérito con distintivo blanco. Todo valió la pena. Incluso, la angustia posterior durante meses, con el sueño recurrente de la oscuridad, el árbol calcinado y el crepitar: «Solo escuchaba ese viento que venía a por mí. Lo que más me ha costado quitar de la cabeza es ese sonido, el susurro malévolo», repite el miembro de la guardia Civil, que enseguida va a lo importante: «He salvado dos vidas, esas son mis medallas. Y es algo indescriptible», concluye.