Tomás García, un ganadero de El Poyo, se sonríe cuando escucha que quizá este haya sido el último año de la familia Lorenzo Silva en el movimiento trashumante desde Aliste hacia la sierra: «Todos los años dicen lo mismo, y luego llega el día de marchar y ahí están», apunta el pastor. Y no le falta razón. La querencia arrastra a Nicolás y a Beatriz, que llevan toda la vida en esto. En realidad, desde que eran unos adolescentes. Ellos mismos conceden que, probablemente, cuando se asome nuevamente el verano, saldrán con su ganado desde Pobladura y emprenderán la marcha rumbo a la zona alta ubicada entre Porto y Padornelo.
Para ser sinceros, quien lo dice es Nicolás, el hombre que aporta el apellido Silva al negocio y quien sube cada año con sus ovejas hacia los pastos, como antes hicieron quienes le precedieron en la labor. «Yo pienso que no es el último todavía», señala el pastor alistano, ahora que acaba de regresar de la sierra, aunque admite que cuesta ser tajante con la cuestión cuando aún quedan diez meses para subir otra vez: «Antes iban mi padre y mi suegro, esto es una cadena» añade.
De generación en generación, los pastores alistanos han seguido el sendero que abrieron sus mayores para caminar con los rebaños hacia las zonas donde sus animales se podían alimentar sin padecer los rigores del verano. Se trata de un viaje en busca de comida con una estancia de entre dos y tres meses que concluye cuando el sol deja de apretar y se puede volver a casa. La pregunta ahora es: ¿Esto compensa?
«Yo creo que es necesario, porque si aquí está todo seco y no hay pasto, tienen que ir a una zona donde no haga tanto calor», subraya Beatriz, la dueña del Lorenzo que abre el nombre de esta empresa familiar. Nicolás, sin embargo, empieza a tener dudas de que el movimiento trashumante salga rentable: «No compensa, pero estamos acostumbrados a ir para allí. A veces pienso que, si quedamos solo cuatro, es porque los demás han sido más listos», desliza el pastor, tras pasar otro verano de noches al raso junto a la cabaña ganadera, a turnos con sus compañeros.
Una de las razones que lleva a Nicolás a pensar que el esfuerzo no acaba de merecer la pena tiene que ver con el camino: «Es duro», concede el pastor, que explica que el movimiento, de unos 80 kilómetros a pie de ida y otros tantos de vuelta, se hace en función del estado de los pastos en la zona de Aliste. Cuando se secan, toca subir. Este año, tarde: mediado ya el mes de julio. Para bajar, la señal es que «la hierba se pone dura» en la sierra y las ovejas empiezan a tener problemas.
Antes de que eso suceda, lo cierto es que los pastos, por mucho que la sierra no sea lo que fue, se aprovechan bien entre cuatro rebaños: «Esto es igual que una familia. No comen igual de una olla cuatro que veinte», remarca Beatriz. Eso vale también para el viaje, que puede durar en torno a una semana y en el que conviene ir buscando «los parajes buenos, con agua» para el alimento del rebaño. Lo que ocurre es que ya son tantos años que los ganaderos alistanos tienen dibujado, sin errores, el mapa del trayecto en su cabeza.
Un trabajo sin relevo
Este año han subido y bajado junto a 3.000 ovejas de los cuatro trashumantes. Son muchas menos que hace solo unos años. Además, el tránsito se hace entre las peñas y el monte de un sendero que se va desdibujando también a medida que se pisa menos que antes. Y menos que se va a pisar. Por San Vitero, desde donde hablan Nicolás y Beatriz en plena feria de la trashumancia, se encuentran echando una mano los dos hijos de estos pastores. Con ellos, no habrá relevo, para alivio de los padres. Sobre todo de la madre.
«No quiero que los chavales se dediquen a esto. Prefiero que hagan cualquier otra cosa. El ganado son las 24 horas del día, hay que estar pendiente de día y de noche. En otro lado, por lo menos el fin de semana lo tienen libre, pero aquí no hay libre nada nunca. Aparte, antes se hacía dinero, pero ahora mismo no se hace ninguno. Lo que ganas por la mañana, lo comes a la noche», argumenta con claridad Beatriz, que lamenta, además, que «todo son problemas e historias». «En vez de facilitar, ponen trabas», remacha.
La ganadera habla desde la acumulación de años en el negocio y con la jubilación en el horizonte. Tampoco Nicolás ve muy lejos el momento, y lamenta que su retiro podría coincidir con el final del movimiento trashumante de los ganaderos alistanos: «Cuando queden dos o tres tienen que dejarlo, porque para tan pocos es imposible», asegura el pastor de Pobladura, que apunta que hay algunos ganaderos de la zona que estarían dispuestos a que sus ovejas subieran, pero no a hacerlo ellos: «Hay que hacer el esfuerzo cada uno», incide el profesional.
Y eso que, en estos tiempos, ya hay teléfonos para comunicarse por si surge cualquier problema, algo que anheló en su tiempo el padre de Beatriz: «Siempre decía que lo tenían que inventar. A él le tocaba bajar al pueblo», recuerda esta mujer, antes de repetir que, con ellos, se acaba la vida de pastoreo de los Silva y de los Lorenzo. Será otro año. Probablemente, no el próximo. De momento, lo que les espera a ellos, con la ayuda ese día de sus hijos, es terminar de separar a sus 400 ovejas y rematar el regreso a Pobladura. Para seguir haciendo lo mismo que toda la vida.