Pasan unos minutos de las ocho de la tarde del sábado y el centro de Zamora es un ir y venir constante de gente. Si uno cierra los ojos, casi le parece que tiene que estar por salir alguna procesión. Pero no, no es Semana Santa. El jaleo viene de Fromago y del año de su consolidación: «No había visto tanta gente aquí en mi vida», advierte un hombre ya con años para haber visto unas cuantas cosas. Desde luego, la realidad es que cuesta caminar más de dos pasos sin pararse, chocarse o esquivar a alguien. No hay vacío que valga este fin de semana.
El hombre que pronuncia la frase entrecomillada continúa el paseo por la Rúa de los Francos hacia la Rúa de los Notarios, pero mucha gente que camina en paralelo a él decide girar a la derecha, rumbo a la zona donde dos carteles anuncian lo que viene: «Lechacito». De fondo, ya se escucha la música, se ve el humo y se intuye el jaleo. Aquí también se roza el lleno y se vive algo parecido a lo que se palpa en general en toda la feria: lo de 2022 ya superó todas las expectativas, pero la edición del 24 ha sido más.
Lo que ahora es la Plaza del Lechacito se conoce el resto del año como Plaza de San Martín. Hace dos años, en el primer Fromago, los pinchos de lechazo se convirtieron en uno de los atractivos gastronómicos más fuertes del evento. Y sin queso. La demanda exigió un esfuerzo fuerte a los trabajadores que hacen y reparten allí mismo kilos y kilos de carne con la marca de Asovino al frente. «Ya era mucho lo de la otra vez, pero este año hemos metido más», advierte una de las mujeres que se sumerge en la faena al pie del fuego.
La cantidad de carne que se va a repartir entre el jueves y el domingo es difícil de calcular con precisión. Y menos en un instante en el que las cabezas están a la jera y no a hacer números. El lugar donde se ubican los trabajadores es la desembocadura de una cola de un buen rato que se ampliará aún más a medida que se aproximen las horas de mayor saturación de cenas. Los pinchos se hacen en una zona contigua a los stands, y allí las llamas y el humo conviven con los cocineros y con decenas y decenas de pinchos puestos al fuego de manera simultánea.
Los que van y los que quedan
La misma trabajadora de antes da alguna explicación mientras suelta algunos trozos de carne en un plato. «Ten en cuenta que los pinchos son de medio kilo y que ya habíamos hecho antes 1.800«, revela la mujer, sin dejar de estar centrada en lo suyo. Tanto ella como algún compañero que escucha se sonríen al ser preguntados por los que les quedan por cocinar durante las cenas del sábado y la jornada del domingo.
– ¿Llegaréis a 2.500?
– Y más.
– ¿Pongo unos 3.000?
– Bueno.
En la Plaza del Lechacito, también se puede comer pulpo y lacón, y hay un Dj pinchando música. Algunos, de hecho, han ido a la zona para tomarse unas cervezas de pie o en las mesas y para disfrutar de un ambiente que es de jaleo en todos los rincones del centro. La última hora de los puestos se junta en ese rato con los conciertos y las actuaciones simultáneas, y con los minutos en los que al público se le abre el apetito. Quizá se trate de la hora punta de los cuatro días de la feria.
Sin tiempo para reflexionar demasiado sobre ello, los trabajadores siguen a lo suyo y los clientes con la paciencia mejor entrenada aguardan a la cola del lechazo: «Madre mía, tremendo pincho me voy a comer», advierte uno mientras se coloca al final de la fila. Tardará un rato pero, a juzgar por el éxito, valdrá la pena.