Los cuatro rebaños salen unidos de Campo Aliste. Allí han pasado la noche tras una semana de viaje desde la sierra. El último trayecto común lleva a las ovejas, a los perros y a los pastores hasta San Vitero, donde se celebra la feria de la trashumancia y donde aguardan los vecinos, las familias y los curiosos. Ya en la carretera de entrada al pueblo, los móviles se elevan, las cámaras enfocan y las fotos y los vídeos se suceden. Cada año vienen menos cabezas de ganado, pero en paralelo aumenta la inquietud por documentarlo todo. Por si se acaba.
Las 3.000 ovejas que llegan a la localidad alistana vienen de la sierra sanabresa, de una zona de pastos ubicada entre Padornelo y Porto. Allí han pasado dos meses de verano para alimentarse tras un movimiento trashumante que condujo a los animales, a los perros y a sus pastores desde distintos puntos de Aliste hasta la frontera de la provincia con Galicia. Los propios ganaderos dudan cuántos kilómetros han hecho, pero más o menos consensúan que unos 80 de ida y otros tantos de vuelta. Lo de toda la vida, vaya, pero cada vez son menos en la comitiva.
Las fotografías y la propia celebración de la feria como tal dejan claro que lo que antes era un movimiento común para los pastores de esta tierra, ahora es una rareza. Pronto será un recuerdo. Lo dicen los propios pastores tras llegar al ferial de San Vitero: «Esto de la trashumancia se acaba, claro», concede Tomás García, de El Poyo, un tipo dicharachero, pero consciente de lo que hay. Imágenes como las de este sábado, con 3.000 ovejas de raza castellana retornando juntas al hogar tras un verano en los pastos de las zonas altas tendrán que verse en los documentales. Poco más sobre el terreno.
Mientras Tomás habla, varios grupos de personas, muchas de ellas chavales apenas adolescentes, participan de otro de los procesos dignos de ver en esta llegada: la separación de las ovejas para conducirlas al redil de cada pastor. De ahí, entre mañana y pasado, cada uno marchará a su pueblo. Todos en la contorna. Los propios ejecutores de esa labor portan camisetas por colores y con nombres identificativos de la familia. Los perros ayudan lo que pueden. La estampa muestra todo un ritual.
Tomás ha participado en esto muchas veces. Ya son treinta años largos en el oficio. Sus 800 ovejas van colocándose mientras él sigue explicándose: «Este año hemos subido a mediados de julio y bajamos para la feria», cuenta el pastor, que apunta que los trashumantes se turnan para dormir al raso con el ganado en los pastos y que lamenta que faltan bastantes cosas para pensar en una continuidad de todo esto: «Las sierras están cada vez peor, la fauna se ha ido al garete, no tenemos ayudas institucionales y las cañadas están hechas un desastre», enumera el alistano, que recalca que las ovejas de ahora «suben porque llevan toda la vida subiendo». «Si vas con las nuevas, no tiran», constata.
El pastor reconoce que el asunto le molesta, aunque sabe que todavía queda alguna subida en el carrete: «A mí esto me encanta, lo llevo bien», asevera el ganadero de El Poyo que salta hacia el lugar donde se van ubicando las ovejas para controlar si todas las suyas se han situado donde deben. La convivencia con el resto se ha acabado; toca hacer el invierno en casa.
Menos ovejas y un futuro en el aire
Desde la óptica institucional, la alcaldesa de San Vitero, Vanesa Mezquita, incide en que la cifra de ovejas que llegan un día como hoy al pueblo ha bajado sustancialmente en los últimos años: «No hay relevo generacional, pero tampoco sé quién tiene la receta mágica para esto», comenta la responsable municipal, que aboga por escuchar a los interesados para después dar soluciones. En su caso, el municipio les da a los pastores una pequeña asignación económica por ajustarse a la jornada de la feria para rematar el viaje.
Mientras las ovejas se van ordenando, de forma ya definitiva, y los vecinos apuran para disfrutar de las actividades de ocio programadas a continuación, algunos niños se acercan a saludar a una mujer enlutada de la cabeza a los pies, de edad avanzada y conocida por cada persona con la que se cruza: «¡Felisa!», gritan varios de los muchachos a su paso. La mujer recalca en los corrillos que seguirá viniendo a las ovejas «mientras pueda». Cuando lleguen a viejos, los chavales quizá la recuerden a ella y tengan que escarbar en la memoria para rescatar aquellas llegadas de los pastores que son el último eslabón de la cadena de la trashumancia.