– A la primera para casa, mira si las tiré bien.
– ¡50 euros a flores!
– ¿Has recuperado o todavía no?
A las puertas del bar La Viña de Carbajales de Alba, decenas de personas forman un círculo amplio que apenas deja un pasillo para que los vecinos circulen por detrás para ir a pedir pinchos, cañas y vinos. Son las ocho y media de la tarde del último día de las fiestas, ya ha terminado el espanto y la gente se ha reunido en el corro de la tradición. Dentro, un hombre llamado Luis, conocido como el baratero, habla brevemente con quien se le acerca, y agarra y reparte billetes de 50 euros con soltura. Cada poco, dos monedas surcan el aire y se escuchan varios sonidos: primero, el del metal al golpear el suelo; luego, el de la alegría o el lamento.
Lo que está sucediendo en Carbajales de Alba puede resultar un tanto extraño para alguien que llegue de fuera, escandaloso incluso, pero aquí es tradición. Se trata de las chapas, un juego de azar que se permite en la localidad durante determinadas ventanas anuales. En las fiestas de septiembre de este año, a Luis el baratero le han dado luz verde para organizarlo entre los días 7 y 10 de septiembre. Este vecino lleva treinta años encargándose de sostener la costumbre. ¿Pero en qué consiste todo esto?
Fuera del corro, Luis muestra las monedas de la época de Alfonso XII. De un lado, las caras; del otro, las flores. El jugador lanza dos perras. Si salen caras, gana; si salen flores, pierde. Y si cae cada una de un lado, vuelve a tirar. Por fuera, se permiten las apuestas hasta cubrir el dinero apostado. Básicamente, se elige un lado al 50% y se pierde o se dobla el dinero. «En un día como hoy, a lo mejor sí que se mueven miles de euros», desliza el baratero antes de volver al círculo.
Lo cierto es que, en el interior de ese corro, se ven imágenes que demuestran lo transversal que es el juego. Hay más hombres que mujeres, pero todos se mezclan. De un lado, aparecen varias personas de avanzada edad agarradas a la cacha y a los billetes; del otro, jóvenes con el vaso sostenido, camisetas de peña y la mirada fija en las monedas. Muchos se eternizan dentro; algunos más, se plantan de pie en primera fila unos minutos y se marchan cuando gastan lo que tenían reservado. ¿Cuánto? Eso depende.
«Si aguantas, hay una tirada de seis o siete mil euros», señala uno de los vecinos mientras va viendo como merma el pequeño fajo con el que había llegado a las chapas. Otros apuntan que eso puede resultar exagerado en estos tiempos, aunque sí admiten que hay personas dispuestas a poner en riesgo un dinero importante. Y a cara o cruz, porque básicamente en eso consiste la jugada. «Aquí ha venido gente a jugar con maletines de dinero», corroboran varios.
En una de las esquinas del círculo, aparecen también varias mujeres mayores. Una de ellas es la señalada por los vecinos como uno de los testimonios fiables. Su nombre es Esperanza Fidalgo, ya ha cumplido 73 y tuvo durante toda la vida el estanco de Carbajales. Desde hace casi 60 años, además, juega a las chapas cuando llega el día marcado en rojo en el calendario: «Aquí se hace todo más o menos igual que siempre. Antes, la moneda caía en el barro y ahora en el asfalto, pero lo demás es parecido», indica la mujer.
2.000 o 3.000 euros reservados
Esperanza subraya la afición de las gentes de la zona y la tradición que se transmite a los muchachos: «No es el montón de dinero que muchas veces dicen», aclara la vecina, que habla por sí misma: «Yo toda la vida he tenido negocio y dejaba 2.000 o 3.000 euros para las chapas», destaca. «Y puedes ganar o perder», recuerda. La carbajalina explica igualmente que hay quien se planta en el corro para jugar durante horas y otros que echan una apuesta pequeña y se marchan: «Venir viene casi todo el mundo, aunque solo sea una vez», matiza.
A lo largo de estos años, Esperanza Fidalgo ha visto casi de todo en las chapas. Desde los citados maletines a la gente que venía de León, de La Bañeza o de Benavente. Su memoria también alcanza para hablar de tiradas de más de un millón de pesetas de las de antaño y su autoridad dentro del corro resulta clave cuando se produce alguna disputa. La tensión puede dispararse cuando las pérdidas se acumulan: «La gente me respeta mucho», concede la vecina, que ofrece otro apunte interesante antes de despedirse: «Aquí no se tira otra vez. Miramos la perra aunque se escape o caiga dentro de un vaso».
Cuando Esperanza termina de hablar ya hace un rato que ha oscurecido y que las luces de las farolas iluminan el interior del corro. En el ambiente no hay demasiada tensión. Quizá, alguno que jura de fondo. Poco más. «Esto es la ruina, mejor perder rápido y se acabó», lamenta uno de los que tiene la fortuna en contra. A continuación, un amigo le ofrece una caña. Toca pasar las penas. Al fin y al cabo, esto es un juego de azar. Y solo para las ocasiones especiales.