En el año 1916, hace ya más de un siglo, España remató una importante reforma vinculada a la nomenclatura de sus municipios. Los cambios afectaron a 570 lugares repartidos por todo el país y sirvieron para distinguir a ayuntamientos homónimos entre sí. En la práctica, lo que se hizo fue añadir apellidos a determinadas localidades para evitar confusiones con otras ubicadas en distintas latitudes del territorio nacional. El proceso resultó complejo, se alargó en el tiempo y se desarrolló con la intención de incluir detalles históricos o geográficos que dieran sentido a la nueva denominación.
Estudios posteriores como el realizado por Fernando Arroyo señalan que hubo cierto rechazo en determinados casos, cuando la población no encajó del todo bien la propuesta de cambio. En ciertos ejemplos, de hecho, se tuvo que hacer un esfuerzo para repensar el nombre hasta alcanzar el idóneo y ejecutar definitivamente la modificación en base al decreto del 2 de julio de ese año 1916 en el que, en Zamora, cambiaron de nombre nueve municipios.
Algunos de ellos han dejado de ser ayuntamiento desde ese momento, pero mantienen el apellido. Otros se mantienen tal cual tras aquel decreto que transformó Almaraz en Almaraz de Duero; Pajares en Pajares de la Lampreana; Pedralba en Pedralba de la Pradería; Riofrío en Riofrío de Aliste; Robleda en Robleda-Cervantes; San Agustín en San Agustín del Pozo; Torres en Torres del Carrizal; Villabuena en Villabuena del Puente; y Viñuela en Viñuela de Sayago.
El de 1916 fue uno de los cambios relevantes en la nomenclatura de los pueblos de España y de Zamora, pero no resultó ser, ni mucho menos, el único ni el último. Las bases de datos del Instituto Nacional de Estadística, recogidas por el Ministerio de Transformación Digital y Función Pública, permiten conocer distintas modificaciones introducidas en los nombres de los pueblos desde 1842 hasta entrado ya el siglo XXI. Son decenas en la provincia; miles en el resto del país. Algunos alteran detalles; otros, más que eso.
De hecho, en esas bases de datos, se puede comprobar cómo aquello de añadir apellidos para matizar o distinguir un pueblo de otro ya se había ido haciendo previamente más allá del decreto de 1916. Por ejemplo, Olmo se convirtió en Olmo de la Guareña en 1877, veinte años después de que Palacios añadiese el «del Pan» a su nombre y de que Quintana pasara a ser Quintana de Sanabria. Mucho tiempo después, ya en 2002, se produjo uno de los últimos ajustes, con el «del Oro» sumado a Pino.
Más allá de eso, los cambios oficiales introducidos también incluyen matizaciones en los nombres, como en el caso de Venialbo, que se escribía en su día con dos bes, o incluso la primera con be y la segunda con uve. También Brime de So pasó a ser Brime de Sog mediado el siglo XIX; Latorre empezó a llamarse Torres de Aliste, y luego La Torre de Aliste; Mahid se transformó en Mahide; o Santo Venia se unió para ser definitivamente Santovenia.
En cuanto a las modificaciones de la nomenclatura que fueron más allá de los detalles, llama la atención, por ejemplo, el caso de Garrapatas, que cambió su denominación histórica por la de Santa Eulalia del Río Negro en 1960. Con anterioridad, el lugar había aparecido mencionado como Santa Eulalia de Garrapatas. También, un censo del siglo XIX habla de Tábara como Tabare-Sanabria; mientras que Santa María de la Vega se creó por la suma de dos localidades cuyos nombres no tienen que ver con la denominación actual: Redelga y Verdenosa.
Las fechas y la toponimia
El documento ministerial en el que se pueden consultar estos y muchos otros cambios y matizaciones también incluye las fechas en las que determinadas localidades dejaron de ser municipios para pasar a pertenecer a otros ayuntamientos, y aporta igualmente información acerca de la segregación de territorios para permitir la formación de ciertos pueblos.
Ya en lo referente a los orígenes de la nomenclatura, llama la atención el estudio de Pascual Riesco Chueca, vinculado a la Universidad de Sevilla, en el que aborda la revisión de los topónimos de la provincia. En todo caso, aquí no siempre caben las certezas, sino las argumentaciones lógicas en las que se aportan posibles orígenes para unos nombres que siguen vivos, aunque no suelan cambiar de golpe más allá de circunstancias puntuales como la de 1916.