MarIo Carpintero dirige mientras toca. De vez en cuando, alza la vista, mira una tablet con la partitura y da algunas instrucciones: «Vamos con la obertura de arriba a abajo», advierte. Luego, chasquea los dedos, marca el ritmo y la música invade la sala. Sus compañeros y él interpretan una pieza de Telemann que, percibida con los oídos de un inexperto, suena bien ajustada. «Nos falta un poco de capacidad de escucha, pero estas son las prioridades», concede el hombre al mando. Inmediatamente después, detiene el ensayo durante media hora y empieza a explicarse ante el periodista. Lo hace con conocimiento y con pasión, dos de las claves para ejercer bien su trabajo.
Este músico de 25 años dirige los ensayos de la Joven Orquesta Sinfónica de Zamora, que ofrecerá dos conciertos a finales de semana: uno en la iglesia de San Cipriano de la ciudad (6 de septiembre, a las 20.30 horas) y otro a las doce y media de la mañana del día siguiente en el templo de Santo Tomás de Otero de Sanabria. Más allá de la parte de Telemann, los intérpretes también tocarán piezas de Bach y de Haendel en dos actuaciones precedidas por una semana intensiva de ensayos: durante estas jornadas, la música ocupa la mañana y la tarde.
Las prácticas tienen lugar en un local de la Escuela Municipal de Música de Zamora, y todo ha comenzado por lo más difícil: «Siempre empiezo así», explica Carpintero, que aclara primero las particularidades de esta orquesta: «Al contrario que otras agrupaciones que son más estables, nosotros nos juntamos en semanas específicas a las que llamamos encuentros. Cada vez que nos unimos estrenamos un repertorio nuevo, así que, básicamente, una semana antes de cada concierto, no hay ninguna nota junta», reconoce el músico.
Tampoco la gente es siempre la misma, lo que obliga a «una semana de esfuerzo» para sacar adelante cada concierto. «Esto es un poco lo contrario que sucede en otros casos, pero es que si no sería imposible que yo estuviera todas las semanas en Zamora o que todo este nivel de gente profesional se juntase. Exagerando un poco, ya es casi un milagro que estas personas saquen las fechas. Y más si tenemos en cuenta que esto tiene necesidades muy específicas. Cada cual hace lo suyo», incide Carpintero.
Con esas premisas, «el compromiso tiene que ser absoluto» con el objetivo de lograr «un trabajo de mucha calidad en un tiempo muy corto». Los encuentros son recurrentes en septiembre y en diciembre para la Joven Orquesta Sinfónica de Zamora, que en ocasiones suma otras acciones puntuales. Esta vez, toca el ciclo barroco y en el ensayo se ve de todo: desde personas de una cierta edad a adolescentes pasando por una amplia horquilla intermedia. El DNI no se mira, pero sí el talento.
«Nosotros bebemos demográficamente de la gente que se gradúa en el conservatorio o que está en los últimos cursos», destaca Carpintero, que matiza que las obras que interpreta el grupo son «de mucho nivel» y que recalca que, como él mismo dirige tocando, «no hay nadie que mande enseñando un gesto, así que los músicos tienen que ser bastante autónomos». «No solemos hacer prueba de ingreso como tal, pero sí que a veces, cuando hay varios instrumentistas interesados para un solo puesto, se elige por una prueba de atril, como se haría en el mundo profesional», asegura.
Se trata de un sistema «un poco cruel, pero real» dentro de un proyecto de origen pedagógico que funciona también como herramienta de preparación para aquellos que aspiran a dar el salto a lo profesional. «Tenemos una mezcla con gente joven y profesores, pero nadie manda más que nadie. Esto lo construimos juntos, y es lo que lo hace interesante», considera Carpintero, cuyo doble rol también llama la atención. El zamorano se ha especializado en la música de cámara y sostiene que este perfil de director que gestiona al tiempo la partitura y su papel tiene un hueco, aunque «en España no es muy común».
«A veces, mi función es tener ideas que enseñar a la gente y que esa persona se lleve algo nuevo que yo tenía en la cabeza, pero en otras ocasiones simplemente se trata de organizar una energía que ya está ahí y que solo hay que encauzar», matiza Carpintero, que concede que la dificultad llega sobre todo en el momento del concierto, cuando no puede pensar solo como intérprete, sino que ha de estar «pendiente de todo el mundo, de los nervios o de los gestos en las entradas».
Carpintero añade que los músicos de la agrupación manejan una partitura general, saben cómo tomar decisiones y «ganan mucha conciencia a la hora de empaparse de esa manera de hacer música». «Creo que para los estudiantes viene muy bien. A mí, a su edad, nadie me había enseñado a hacer esto, a saber hablar de esta manera de los acordes, de las dinámicas, de las texturas… Se les abre mucho la cabeza y les da una visión de lo que se van a encontrar fuera. En un conservatorio, esto no se podría hacer, porque es hilar muy fino», estima el profesional.
Una plaza en la Escuela Reina Sofía
Conviene recordar que, a pesar de su todavía corta edad, Carpintero estudia en la Escuela Reina Sofía, «la mejor de España y una de las mejores de Europa», un centro de alto rendimiento donde «músicos increíbles demuestran que nunca hay que dejar de formarse». «Esto no se acaba nunca», defiende el zamorano, que básicamente se dedica a empaparse de ese ambiente y a ofrecer conciertos: «Este año he dado 64 programas, que es una locura», admite el ahora director de este proyecto de la Joven Orquesta Sinfónica, que también complementó su perfil con una etapa en Suiza.
Desde esa perspectiva, y con la interpretación barroca entre sus preferencias, Carpintero se situará esta semana al frente de un grupo de 25 músicos que tocará para todos los oídos: «Esto está hecho para que la gente lo disfrute, sabiendo más o menos», deja claro el zamorano, que recuerda que, en las citas de San Cipriano y Otero de Sanabria, se ofrecerán obras barrocas con una tendencia alemana.
«Empezamos por una suite de Bach y luego toco yo un concierto de viola que es de Telemann», arranca Carpintero, que habla del detalle de cada pieza y que subraya que la Joven Orquesta Sinfónica lo explica todo antes de los conciertos para comentar con el público la emoción de cada parte y para ayudarle a descifrar. Lo que resulta más complejo es mostrar el código de las pasiones. En la sala de ensayos, todos comparten la de la música y la empastan en unos días sin freno para sonar como uno solo en el momento justo.