Ocurrió pasadas las nueve y media de la mañana del sábado 1 de noviembre de 1755, el día de Todos los Santos. Un fuerte movimiento sísmico registrado en el océano Atlántico se sintió con cierta fuerza en distintos países, pero particularmente en Portugal y, más en concreto, en la ciudad de Lisboa. Es por eso que la capital lusa, que se vio enseguida afectada por un tsunami y por un incendio, le da nombre a este terremoto que causó miles de muertos entre el país vecino, España y el Norte de África. Se estima que las pérdidas humanas pudieron superar las 100.000.
Esta desgracia del siglo XVIII viene al caso del terremoto registrado nuevamente cerca de Lisboa este lunes 26 de agosto, un movimiento por encima de cinco en la escala Richter que se dejó sentir en algunos puntos de la Península Ibérica, también en Zamora, donde se registraron unas consecuencias entre inapreciables y leves del temblor. Nada que ver con lo de 1755, cuando varias localidades de la provincia enviaron escritos para dejar constancia de la repercusión local de lo que acababa de ser el mayor drama de la historia de la ciudad de Lisboa.
Un informe del Instituto Geográfico Nacional repasa las comunicaciones recogidas en las ciudades y pueblos de España y de otros puntos de Europa donde el temblor se sintió hasta el punto de alarmar de forma considerable a los vecinos. De Zamora aparece un puñado de localidades entre las que destaca, por ejemplo, Toro, donde «se movieron con bastante violencia, entre cinco y seis minutos, los edificios» y «huyeron todos de las iglesias y de las casas».
Eso sí, en la ciudad no hubo «ruina, desgracia ni otra novedad que la de algunos vahídos de cabeza». Además, en Toro, como en muchos otros lugares, se notaron ciertas réplicas y «las aguas del Duero bajaron y volvieron a subir más de una vara», unos cuatro palmos.
Unos kilómetros más al norte, en Villalpando, se detectaron igualmente «el ruido y el terremoto, cosas nuevas para el lugar». El temblor duró unos cinco minutos, se percibió en torno a las diez de la mañana y, de la misma manera que en Toro, «no resultó daño ni ruina». Ahora bien, una laguna muy cercana a la población, «arrojó las aguas a distancia de 28 pies». También aquí hubo réplicas a última hora del día, pero «con tan poca fuerza y rumor que no todos las percibieron».
A lo largo de las semanas siguientes, distintos responsables locales remitieron también informes de lo acontecido. En el caso de Alcañices, rayano con Portugal, se habló del temblor «sin desgracia alguna», aunque en pueblos como Rábano, se aseguraba de que la fuente, cuya agua corría entonces «de color de barro, comenzó a manar el líquido «de color ceniza» a raíz del terremoto.
En Benavente, el alcalde mayor de la época narró entonces que «hallándose el sol muy claro y la mañana apacible, a la hora de las nueve y tres cuartos, repentinamente, sin otro accidente ni señal, sobrevino en esta villa un temblor o terremoto tan impetuoso y extraño que se vieron mover todas las habitaciones, y creyendo cada uno de sus vecinos que la ruina era sólo en su propia casa, con terror y espanto procuraron desampararlas, recurriendo al refugio de otros inmediatos vecinos a quienes hallaron con el mismo temor».
Eso provocó que las gentes de la villa salieran a las calles y a las plazas y que «creyeran todos que había llegado la última hora, a vista de que los templos y sus chapiteles se bamboneaban con violento impulso, de forma que el reloj de magnitud y peso que es bien nombrado, y las campanas de sus cuartos, todos se tocaron a un tiempo en la fuerza del movimiento». Además, «los ríos de Esla y Órbigo, que circundan esta villa, salían de madre más de 12 varas, despidiendo las barcas que hay en ellos para navegar y dejándolas en seco».
Un mes de temblores en la sierra sanabresa
Lo sucedido en Benavente no fue muy distinto a lo que describieron los responsables de la época desde Puebla de Sanabria. «La violenta alteración del terremoto sacó de su centro más de dos varas las aguas del río Tera y derribó el retablo de la Iglesia parroquial de Pedralba«, indicaron desde el centro comarcal, donde se sintieron réplicas a lo largo de todo el mes siguiente, particularmente en «los lugares sitos en la falda de la sierra» como Vigo, Ribadelago, Murias o San Ciprian.
El escrito explica también que «las señales que antecedieron y pronosticaron el terremoto, según sentir de los prácticos y ancianos, fueron nieves muy abundantes en los días 17 y 18 de octubre». En cuanto a las consecuencias, los estragos en los árboles frutales y en el ganado fueron importantes. «Ha sido un continuo padecer en la sierra», según se recoge en la documentación de la época.
¿Y ya en la capital? Pues lo que apuntan inicialmente los datos trasmitidos por los dirigentes de entonces es que «no se experimentó ruina ni desgracia alguna», aunque sí «una alteración en los ánimos de las gentes, que, con notable atropellamiento, se salieron a las calles por libertarse de la ruina que temían». La duración del terremoto agravó esa sensación de pavor, aunque «ni una tapia se vio caer».
Como en Toro o en Villalpando, se sintieron algunas réplicas y se alteró el nivel del río, del mismo modo que se trastornó levemente la percepción de algunos vecinos que dijeron ver dos soles dirección Sayago en esa mañana. Por lo demás, regreso a la calma en la ciudad y en la provincia, donde el pánico fue más fuerte que las consecuencias de aquel terremoto que arrasó Lisboa y aterrorizó a media España.