Angel José Olaz Capitán, Universidad de Murcia
Seguro que en más de una ocasión hemos tenido que responder a la pregunta de si somos “de ciencias o letras” como si no hubiera otra forma de clasificarnos. O hemos recurrido a la explicación: “Es que yo soy de ciencias (o de letras)” para sortear una situación incómoda o justificar nuestra posición.
Esta división del conocimiento en dos grandes áreas viene de la antigüedad y se acentuó tras la Revolución Industrial en el siglo XIX. Ken Robinson, escritor y conferenciante, señalaba que ya desde los inicios del modelo de producción capitalista el sistema educativo se orientó hacia el crecimiento económico-productivo. Esto hizo que las ciencias comenzaran a ocupar un lugar preeminente sobre las letras.
Pese a que autores como Nuccio Ordine han defendido la importancia de determinados saberes como la filosofía, la literatura o el arte para entender el mundo en el que vivimos y sin los cuales las disciplinas científicas no habrían tenido tal desarrollo, la realidad se construye socialmente, y existe un arsenal de estereotipos y juicios de valor escondidos detrás de esta dicotomía entre ciencias y letras que insinúan o apuntan a que “los de ciencias” son personas analíticas, objetivas, prácticas y resolutivas, mientras que “los de letras” no pasarían de ser emotivas, subjetivas, teóricas y procrastinadoras.
Incluso se ha buscado un origen biológico y supuestas diferencias en la estructura anatómica del cerebro que expliquen la escisión entre las personas de ciencias y letras. Teniendo en cuenta que la inteligencia puede verse moldeada por la presión del entorno, parece arriesgado afirmar que la forma del cerebro pueda determinar las preferencias o aptitudes de una persona.
El origen de la inteligencia
Aunque los mecanismos de herencia de la inteligencia han sido investigados durante décadas, no está claro hasta qué punto la inteligencia es heredada o se construye, siendo lo más probable que sea una mezcla de ambas percepciones. El llamado cociente o coeficiente intelectual, denominado abreviadamente por CI (en inglés, intelligence quotient o IQ) es una puntuación obtenida a través de test estandarizados.
La puntuación obtenida en los test empleados, como el Wechsler Adult Intelligence Scale, se obtiene a través de la proyección del rango medido del sujeto en una campana de Gauss, formada por la distribución de los valores posibles para su grupo de edad, con un valor central (inteligencia media) de 100 y una desviación estándar del 15 %. En general, este tipo de test de inteligencia sólo mide los tradicionales esquemas lógico-matemáticos y lingüísticos.
Gardner y sus inteligencias múltiples
En los años 80 del siglo XX, Howard Gardner propone una visión pluralista: su planteamiento entiende la inteligencia como un proceso cambiante y que se desarrolla en función de las experiencias del individuo en el trascurso de su vida.
Los estudios de Gardner sobre esta teoría “de las inteligencias múltiples” contemplan la inteligencia no como un algo unitario sino como la agrupación de un conjunto de inteligencias distintas e independientes.
Cómo medimos las inteligencias múltiples
Gardner no sólo se aparta de la ortodoxia oficial que concibe a la inteligencia desde una perspectiva única, sino que se aparta igualmente del modo en que se identifica y cuantifica la inteligencia por medio de test, afirmando que se define mejor a los humanos a través de sus distintas inteligencias y evitando la tradicional división entre ciencias o letras.
Más concretamente habla de ocho grandes tipos de inteligencias: la musical, cinético-corporal, lógico-matemática, lingüística, espacial, interpersonal, intrapersonal y naturalista, aunque en la actualidad el psicólogo estadounidense, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2011, ha extendido el abanico hasta doce.
¿Base empírica?
Una de las críticas a Gardner es su controvertida base empírico-demostrativa, lo que no significa que los modelos de medición del cociente intelectual tradicionales queden por encima de la teoría de las inteligencias múltiples de manera concluyente.
La teoría de Gardner ofrece en cualquier caso un nuevo espacio de reflexión para entender qué es la inteligencia. Pone el foco en qué es la inteligencia, cómo se puede medir y cuántos tipos existen: defiende que las inteligencias no se pueden cuantificar sino que tienen que ver con determinadas potencialidades, que se activan o no según los valores de una cultura determinada, de las oportunidades disponibles y de las decisiones tomadas por cada persona, su familia u otros agentes de socialización.
Ni ciencias ni letras: más combinaciones posibles
Esta dicotomía entre ciencias y letras, más allá de la vocación que pueda despertar entre las personas, solo debería ser una pequeña parte del modelo de elección que propone el sistema educativo. Como única guía, nos limita tanto en la carrera académica como en nuestro posterior itinerario profesional, cuando existen otras tantas opciones combinadas. ¿O acaso un futbolista no sería capaz de combinar su capacidad física con las inteligencias cinético-corporal, espacial e intrapersonal, por poner un ejemplo?
Quizás, por todo ello, sea interesante replantearse la cuestión inicial y comenzar a preguntar “¿De qué modo repartes tus inteligencias?”. No sea que, al final, podamos presumir de otras que no son ni las ciencias ni las letras “de toda la vida”.
Angel José Olaz Capitán, Profesor Titular de Sociología, Métodos y Técnicas de Investigación Social, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.