– “Con lo que odiabas las vacas, y ahora vienes de Madrid a ver los toros”.
Por mucho que el calendario marque el 15 de agosto, en la memoria de los vecinos de Pobladura de Aliste es 26 de diciembre. La pequeña población alistana, que carece de Ayuntamiento y de que en invierno tiene menos de ochenta vecinos, celebra su mascarada en la fecha más festiva del verano, cuando los hijos del pueblo regresan, traen a sus familias y el pueblo multiplica su población. De hecho, no es descabellado decir que hoy, en Pobladura, había más de quinientas personas en las calles.
Desde 2001, la obisparra se ha venido al verano para celebrarla de forma continuada, algo impensable a finales del siglo pasado, cuando la tradición languidecía al mismo ritmo al que el pueblo se vaciaba. Javier Silva, de Aires de Aliste (uno de los principales causantes de que la tradición siga viva hoy) asegura que “de no haber cambiado, hubiera desaparecido”. De hecho, “ya se celebraba unos años sí, algunos años no. Cuando caía en fin de semana…”. Cuando había gente, en definitiva.
Ahora, gente hay. Bastante. Y, lo que es más importante, el trabajo del pueblo sirve para que emigrados que apenas guardaban relación con el pueblo ahora participen en los actos que se organizan el 15 de agosto. Un triunfo sin asteriscos.
Durante un par de horas, Pobladura recupera la vida que tuvo antaño. Se llena de personajes ataviados de la manera tradicional. Dos bueyes, el arador, el gañan, la filandorra, el ciego, el lazarillo, el soldado, el piojoso, las hilanderas, pastores, un gaitero y un tamborilero. Y el público, claro, que juega un papel fundamental, sobre todo en las interacciones con los bueyes, que se pasean arriba y abajo para ser captados por las innumerables cámaras existentes, muchos de los cuales aún ven la representación con los ojos del forastero.
Los diabluchos
Con la mascarada ya recuperada, ahora Aires de Aliste trata de recuperar la figura de los “diabluchos”, que jugaban un papel especial en la madrugada del 26 de diciembre, esparciendo paja por las calles del pueblo que después recorrerían los bueyes. La nueva fecha, de momento, no se ha prestado a ello, pero se hará en breve.
En cualquier caso, es lo de menos. Lo importante en Pobladura es que el empuje de una serie de vecinos, jóvenes algunos y mayores otros, ha permitido no perder la tradición de la obisparra. El cambio de fecha le ha sentado muy bien a la mascarada, desprovista de su sentido más antiguo (ligado al solsticio de invierno) pero dotada ahora de implicación de los vecinos y asistencia de público. Un público que ya quisieran algunas de las mascaradas de invierno que aún perduran por esas mismas tierras.