Raúl Lerín aparece sentado sobre uno de los puestos, relajado. Acaba de terminar el montaje del stand donde a partir de este jueves, y hasta el domingo, venderá centenares de aceitunas y encurtidos a quien se anime a subir la cuesta empedrada que conduce a la Plaza Mayor de Puebla de Sanabria. Él llega de Socuéllamos, es empleado del negocio y no había trabajado nunca en el mercado medieval de la localidad zamorana. «Pero esta feria es de las conocidas», advierte el joven, apenas unas horas antes de sumergirse en el jaleo.
No en vano, el mercado medieval de Puebla de Sanabria es una cita declarada de Interés Turístico Regional que pone el pueblo hasta los topes en unas fechas en las que ya de por sí la comarca está atestada de gente. Incluso, este año ha habido debate ante la posibilidad de mover el evento para abrir otra ventana de afluencia máxima ajena al 15 de agosto, pero la posición del equipo de Gobierno municipal ha sido clara: no se toca lo que funciona.
Sin la posibilidad de medir lo que hubiera supuesto ese cambio, lo cierto es que, durante estos cuatro días, la localidad acoge prácticamente a todas las personas que caben. Lo notan los vecinos, los servicios municipales y también los negocios. Por ejemplo, en una de las tiendas ubicadas en la carretera que atraviesa el pueblo, «Cosas de aquí», en estas jornadas se pasa de una persona trabajando por la mañana y otra por la tarde a cuatro por turno: «Si no, no se puede atender a la gente», explica una de las empleadas.
«Es que es uno de los mejores mercados que hay en toda España», constata Luis Vigo, un comerciante llegado de Palencia, que se afana en las horas previas para dejar perfilado su puesto con productos de plata. El artesano lleva quince años viniendo a Puebla y reconoce que el año pasado esperaba más por las expectativas generadas en el pasado. Aún así ha vuelto, dispuesto a darle la vuelta a esa sensación.
Las personas que vienen a los puestos llegan desde distintos puntos de España y también desde el extranjero. Por ejemplo, Raquel Morín ha viajado desde Braga (Portugal). «Habíamos venido una vez, pero antes de la pandemia. Nos gustó mucho y a ver cómo sale», indica esta mujer que vende cuadernos hechos en cuero y también incienso en otro stand ubicado más arriba.
Y es que los puestos están por todas partes en Puebla. También los estandartes y el resto de la decoración. La idea es que la localidad recuerde realmente a una villa medieval, más allá de lo que se venda. Incluso el puesto de pizzas de la Plaza Mayor aspira a trasladar al visitante a esos tiempos con su horno de leña: «Aquí en la zona alta siempre se trabaja mejor», señalan Richard Rojas y Hermelinda Duarte, que admiten que les viene buena jera desde el jueves. En su caso, lógicamente, con picos muy altos a la hora de las comidas.
Aparcamiento en el campo de fútbol
En su zona, como en todas las demás del mercado, están previstas decenas de actividades, exhibiciones y pasacalles hasta el cierre de cada jornada, a eso de la una y media de la madrugada: «Lo tenemos todo preparado, va viento en popa», asegura el alcalde de Puebla, José Fernández, que ya ha percibido un incremento de la afluencia de gente a la localidad desde que el lunes arrancara el montaje.
Fernández comenta que la idea es que el mercado medieval sea «un escaparate» para Puebla y que «la gente esté cómoda» en el lugar. Para ello, el alcalde recomienda seguir las indicaciones para disfrutar en medio de la multitud y tratar de aparcar en la zona habilitada del campo de fútbol para subir desde allí «disfrutando ya por la chopera». Si uno se empeña en buscar sitio por el centro, lo más probable es que vuelva por donde ha venido. Y desesperado.