Tania despacha con agilidad, pero aún así tiene cola en la tienda. Es el primer viernes de agosto y la hora punta, así que hay jera que resolver en el comercio de alimentación que esta mujer de 33 años, de apellido García, regenta desde el 10 de julio. Su proyecto empresarial, como su plan de vida, está en Vezdemarbán, una localidad del Alfoz de Toro que alcanza los 428 habitantes en los papeles, pero que baja a a los «300 y pico» en el invierno. Ahora es otra cosa, la temporada alta, y la cifra puede rebasar el millar.
Esa circunstancia se nota en una tienda que, de momento, solo ha conocido las mieles del verano, pero que también abrirá para dar servicio al pueblo en el áspero invierno. Lo hará con Tania, como antes con Miguel y María Ángela: los tíos de la protagonista de esta historia. Ellos no se han jubilado aún, pero recortaron el negocio para quedarse solo en carnicería y le plantearon a su sobrina la posibilidad de emprender para montar una tienda con el resto de la oferta de alimentación. La opción tenía sus riesgos, pero Tania dijo que sí.
«MIs tíos regentaron la tienda anterior durante casi treinta años, pero ahora se han quedado solo en carnicería y en charcutería después de currar mucho toda la vida», explica Tania, cuatro días después de las fotografías en la tienda y algo más libre de la faena en la que estaba metida a las puertas del fin de semana. «Así surgió todo», continúa esta mujer de Vezdemarbán que, decidida a asumir el reto, alquiló otro local, se embarcó en la reforma y lo puso todo a punto para abrir recién comenzado el verano.
Ese esfuerzo para llegar a tiempo de cara a las mejores semanas para el negocio vino de la mano de otro empujoncito al resto de los trabajadores del pueblo. «El albañil, el electricista y el fontanero son de aquí», subraya Tania, que ya tiene poco que demostrar en relación a su inquietud por que a Vezdemarbán le vaya bien. Antes de plantarse tras el mostrador de la tienda, esta mujer estuvo once años al frente del bar. También ha sido concejala de Fiestas y forma parte de una asociación que trata de dinamizar el pueblo. La palabra arraigo se le queda corta.
«Tenía claro que mi futuro de vida estaba aquí», insiste la comerciante, que se quemó con la hostelería durante la pandemia, le traspasó el negocio a su hermano y, tras un tiempo de idas y venidas laborales, decidió que era el momento de vincular su oficio al mantenimiento de un servicio para su tierra. Y, por ahora, solo tiene buenas palabras: «Estoy muy contenta y muy agradecida al pueblo. Me han ayudado mucho, porque yo no había servido una nectarina en mi vida y están teniendo mucha paciencia y mucha empatía», concede Tania.
Es más, cuando calcula mal los pedidos o algo se le acaba más rápido de lo que pensaba, la respuesta habitual es: «Vuelvo cuando lo tengas». Esa actitud de la gente refuerza la idea de esta mujer, que también es consciente de que el futuro de un lugar está condicionado por lo que cada cual haga individualmente por cambiar esa realidad que está por venir: «Si la gente joven no tira, o si nadie monta nada, esto se va. Y yo tengo la creencia de que mi pueblo merece ser vivido durante mucho tiempo más», argumenta Tania.
Aquí es donde la tendera deja de hablar de La Despensa de Tania, su negocio, para centrarse en lo demás, en lo que hace que Vezdemarbán sea el hogar al que aspira y en lo que condiciona negativamente al pueblo. En lo positivo, la mujer cita a la asociación de la que forma parte, la atracción que genera la vivienda de uso turístico Casa Calero, los carnavales o el entorno. Del otro lado, la batalla siempre abierta para que la sanidad sea la adecuada o los riesgos de exclusión financiera que planean sobre la localidad. La guerra de toda la Zamora rural.
La implicación de la gente
«Lo que pasa en los pueblos es que muchas veces nadie quiere pringarse», insiste Tania, que este año bastante tiene con lo suyo: «Estoy un poco caótica», ríe la tendera, mientras las voces del jaleo empiezan de nuevo al fondo. «Págale la caja», se escucha a la responsable del comercio, que no quiere ponerse obligaciones a largo plazo: «No sé lo que va a pasar el día de mañana, así que no me planteo si tengo que morir con el negocio», advierte.
De momento, paso a paso, con la labor social que también supone llevar los pedidos a las casas de los vecinos que son mayores o están impedidos, y con una chica contratada para que le eche una mano en el arranque: «Si el pueblo tuviese la misma gente que ahora, la mantendría durante todo el año», afirma Tania. Pero eso de momento es una quimera. En Vezdemarbán hay lo que hay, y dentro de sus circunstancias la localidad tiene a una mujer dispuesta a pringarse para hacer la vida allí. Ahora, desde su despensa.