En una sala del Ayuntamiento de Tábara, después de cruzar un tramo de escaleras, aparecen dos jóvenes frente a un ordenador y de espaldas a unos archivadores. Cada cual es especialista en un tema, pero los dos funcionan juntos, como les han encomendado. El que está de pie se llama Diego Díaz; el que sigue sentado frente a la pantalla responde al nombre de Enrique Martínez. «Cuando llegamos, nos contaron que no llevaban un registro digital de los documentos que generaban, así que nos propusieron crear una aplicación», resume el segundo de ellos. Y en ello están, con el objetivo de hacerle la vida un poco más fácil a quienes trabajan aquí todo el año.
Y es que Diego y Enrique se marcharán cuando hayan pasado 62 días de su venida. Su tiempo en Tábara está marcado: del 1 de julio al 31 de agosto. Los dos llegaron al inicio del verano de la mano del Campus Rural, un programa del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico que facilita la realización de prácticas remuneradas en los municipios españoles de menos de 5.000 habitantes. En Zamora, de eso sobra y este Ayuntamiento en particular ha sabido aprovecharse de la circunstancia para contar con estos dos jóvenes y con cuatro más: seis universitarios en formación durante dos meses. Ocurre en una cabecera de comarca, sí, pero de apenas 759 vecinos censados.
En ese marco actúan los jóvenes, casi todos procedentes de la Complutense de Madrid. También Diego, que es historiador y ha terminado un máster en documentación, y su compañero Enrique, que ha rematado el grado en Ingeniería de Software. Ninguno de los dos tenía relación previa con Zamora. Uno es de Madrid y el otro de Tordesillas, pero aquí se plantaron por «la experiencia» y por las perspectivas de «un verano tranquilito y sin el calor» de la capital de España.
De momento, todo marcha según el guion. La adaptación está siendo amable, el pueblo les ha dado facilidades con el piso que comparten en la propia localidad y el ocio veraniego en las comarcas de Zamora generalmente tampoco es muy problemático para dos veinteañeros con buena actitud: «Todo el mundo nos habla bien de las fiestas de aquí, así que tenemos expectativas», señalan los jóvenes, que admiten que el programa que les ampara «está bien remunerado». El sueldo alcanza los mil euros al mes.
«Por mí, lo prolongaría»
A un paseo del Ayuntamiento, del otro lado de la N-631 que atraviesa el pueblo, Alicia Bermejo e Irene Serrano reciben a la visita en el Centro de Interpretación de los Beatos. «Estamos organizando un poco lo que es el plan museístico, la catalogación o la promoción de la exposición», explica la primera de ellas, que también se ha implicado en la elaboración de carteles o en el trabajo en redes sociales: «Aquí viene gente que no sabe nada de la existencia de esto, pero también personas que lo conocen», indica esta historiadora del arte berciana, la única que viene de la Universidad de Salamanca.
Su compañera Irene, que procede de un pueblo de Toledo, explica que ella está más centrada en la catalogación de bienes, «mirando lo que ya se tiene». En su caso, Tábara apareció en el horizonte del verano mientras buscaba cómo incrementar su experiencia durante el periodo estival: «Podemos experimentar cómo es la vida laboral en un museo con todas las funciones. Aquí todo el mundo colabora en todo», remarca esta alumna de la Complutense, ya titulada como restauradora y conservadora.
Como para sus cuatro compañeros, para Alicia y para Irene este programa tiene dos caras: la laboral o formativa y la de ocio. Y en la segunda parte ninguno parece tener demasiada queja: «Cuando no tenemos que venir aquí por las tardes, vamos a la piscina, y por la noche hay ambiente en los bares», narran estas jóvenes que no esperaban socializar tanto en un lugar como Tábara, pero que le han ido cogiendo el gusto a la zona. Tanto, que la historiadora del arte tiene claro cuál sería su futuro a partir de septiembre si dependiera de ella: «Por mí, lo prolongaría», desliza.
De nuevo hacia la parte interior del pueblo, en un día de finales de julio que pide sombra, los pasos se detienen en la biblioteca municipal. Ese es el hogar provisional de los otros dos participantes del programa Campus Rural en la localidad. Uno de ellos es un hombre pausado, probablemente de los pocos jienenses que haya vivido en Tábara y un tipo feliz por estar pasando «el mejor verano desde el punto de vista meteorológico» de toda su vida. El sol puede castigar también por aquí, pero menos que en Mancha Real.
La persona en cuestión se llama Juan Antonio Casas, y estaba haciendo un Máster en Documentación, Archivo y Bibliotecas cuando le llegó una proposición de la facultad: «Me parecía interesante la posibilidad de venir a una parte de España que no conocía, y palpar una realidad de la que se escucha hablar mucho, pero de la que no se sabe tanto», narra este andaluz de 34 años, que es el mayor de los seis universitarios que se han plantado en Tábara este verano.
Con esas inquietudes y con la compañía de otra de las participantes en el programa, Andrea Rodríguez, Juan Antonio inició en julio una rutina de dos meses de «atender la biblioteca, recoger periódicos, ordenar fondos o cambiar cosas erróneas». Lo hizo desde un servicio «bastante completo para un pueblo tan pequeño, con una buena colección y muchas novedades». «Hay alguna cosa que puede cambiarse, pero está bien y además hacemos todas las semanas carnés nuevos, vienen niños y estamos organizando un club de lectura», detalla el andaluz.
La lectura de Malaherba
En concreto, el 7 de agosto, los «doce o trece miembros» de ese club se reunirán para comentar «Malaherba», una de las novelas de Manuel Jabois. Entre los participantes, también estará Andrea, la compañera de Juan Antonio en la biblioteca, una canaria de San Cristóbal de la Laguna que convierte este espacio cultural en un lugar con una inopinada mezcla de acentos en la Zamora rural. Ella estudió Filosofía y Ciencias Políticas y está más centrada en las memorias «para las inversiones y las subvenciones».
Parece algo rutinario, pero Andrea deja claro con qué actitud ha afrontado la experiencia: «Yo hubiese hecho esto gratis hace años. Soy de ciudad, pero siempre he pensado que allí se pierden cosas, mientras que aquí está todo mucho más cerca», justifica la participante del programa Campus Rural, que admite, no obstante, que ya va viendo cómo el pueblo tiene sus cosas: «Es demasiado pequeño y a la zona le falta conectividad». No todo va a ser de color de rosa.
Mientras todos los becarios dan sus explicaciones, los ojos y los oídos de Francisca Gutiérrez se posan en ellos, y no con un ánimo fiscalizador, sino con la voluntad de que los jóvenes cuenten su experiencia para que su testimonio anime a otros a seguir viniendo. Tábara ya acumula varios veranos con universitarios en sus servicios, una circunstancia que ayuda al pueblo a reforzar ciertas áreas y que resulta estimulante para el entorno desde muchos puntos de vista.
Antes de la despedida, Juan Antonio Casas resume de forma sencilla por qué está pasando 62 días felices por aquí: «La vida es muy tranquila, como yo». En eso, la comarca de Tábara y Zamora en general pueden ser imbatibles.