– Coge el que tú quieras, Ana.
– Tú pregúntame, que yo te escuc… ¡Cuidado, Raúl!
Lara Mangas tiene la vista entrenada y es de reacción rápida. La fuerza de la costumbre. Esta mujer convive cada mañana con ocho criaturas menores de cuatro años que despiertan la inquietud, la ternura y la carcajada casi al mismo tiempo. Durante el verano, estos niños y niñas acuden de lunes a viernes a la guardería de Palacios del Pan, un recinto cerrado en invierno, pero que palpita en julio y en agosto con la presencia de los hijos de los hijos de la tierra; con los pequeños cuyos padres ya nacieron fuera, pero que regresan cuando el tiempo lo permite para sumarse a los que aún resisten por aquí, en la Tierra del Pan, a 16 kilómetros de la capital.
Mientras Lara atiende a las preguntas sin quitar ojo de su responsabilidad, los muchachos pintan un mural con pinceles en plena calle. Eso, los más mayores y en especial las niñas. Los que bordean la categoría de bebés, empezando por unos trillizos que ya se hicieron famosos en su nacimiento, más bien se decoran a sí mismos. El caso es estar entretenidos durante unas horas y socializar mientras los padres trabajan. Todo ocurre al pie del merendero, cerca del frontón de Palacios, donde se cuecen otros jaleos.
Y es que, en ese lugar, a unos metros de la guardería, aparecen los muchachos del campamento infantil, donde acuden los niños y niñas que ya tienen entre 5 y 12 años. En Palacios del Pan hay apuntados unos cuarenta muchachos para el verano, aunque no todos acuden en cada quincena. En esta en particular sobrepasan con creces los veinte, lo cual no deja de ser llamativo en una localidad donde hay 238 habitantes y solo once de ellos están por cumplir los 10 años, según los datos oficiales.
Esos chicos y chicas ya en edad de Primaria son responsabilidad de Andrea Hernández y Carlota Ferrero. Las dos se afanan en enseñar a un grupito cómo hacer unas pulseras, mientras del otro lado los del fútbol sueñan con emular a Lamine Yamal y algunos más se entretienen sin manualidades ni pelota. La sede del campamento está en el centro sociocultural, pero tanto para este grupo como para la guardería no hay fronteras en la localidad: «Tenemos el lujo de que el pueblo es nuestro», destaca Lara.
El caso de Palacios del Pan es uno más dentro de los pueblos que generan recursos en verano para satisfacer las demandas temporales que exige el estío. En muchas localidades de Zamora como esta, donde ni siquiera hay cole abierto durante el curso, julio y agosto se convierten en un constante ir y venir de chavalería. Y, claro, los padres siguen trabajando, sobre todo por las mañanas, así que algo hay que hacer.
En beneficio de los del pueblo y de los que vienen
«Los padres no siempre están y hay que dejar descansar a los abuelos», resume la alcaldesa de Palacios, Lidia Pechero, que ya se encontró con el campamento en marcha cuando accedió a la Alcaldía y que destaca la opción que ofrece su pueblo de cubrir todas las edades en las que los niños y niñas siguen siendo dependientes en gran medida de la tutela adulta: «Esto va en beneficio sobre todo de la gente de aquí, pero también de los que vienen los fines de semana y de los que llegan para veranear», aclara la responsable municipal.
Pechero habla de «conciliación familiar», pero también de «entretenimiento, socialización y arraigo» para los chicos y chicas, que conviven, disfrutan de las actividades regladas y de los juegos controlados y que disponen de las aulas, la plaza o el frontón para hacerlo todo en un radio de unos centenares de metros. Además, para los padres, el servicio es prácticamente gratuito. Apenas pagan 15 euros por mes y niño, y a petición propia, para que las monitoras dispongan de fondos para comprar los materiales directamente.
Con este escenario, casi todos los niños que se encuentran por el pueblo en estos días «andan metidos» en la guardería o en el campamento: «Lo tienen muy bien organizado», admiten las monitoras que atienden al amplio grupo de los mayores. Las dos cuentan con formación específica para la tarea y buscan que su planificación integre a todos en una estructura que, de algún modo, se parece a los coles de los pueblos, con la convivencia de los niños de cinco con los de doce, e incluso con los de la guardería durante muchas fases.
Tanto Andrea Hernández como Carlota Ferrero proceden de pueblos de la provincia, como son Corrales del Vino y Villanueva de los Corchos, y conceden, con envidia sana, que medidas como esta favorecen que «el pueblo se llene de gente y los niños disfruten de un verano diferente». «Luego, en invierno, da mucha pena que no haya movimiento»; constatan.
Al cierre, de nuevo en la parte de la guardería, Lara Mangas termina de limpiar las caras manchadas de pintura de sus niños, frena con mucha mano un par de amagos de llanto y recuerda el mensaje de alguna madre: «Nos dicen que les salvamos la vida». Es lo que toca en estos meses.