En Zamora, desgraciadamente, tenemos un mantra común, no se muy bien por qué, instalado en la comunidad: No hay nada.
Como decía el genial Antonio Ozores: ¡No hija, no! Niego la mayor. En Zamora, y otras veces desde zamoranos en otros puntos de la geografía debido al exilio económico derivado de una centralización atroz, se hacen cosas. Muy chulas. Y muy buenas.
Podría poner como ejemplo a mi amigo Dani, más conocido como “Hermoti”, casi un hermano para mí y padrino de mi hija, que derrocha arte y comedia mientras pone semilla de Seña Bermeja por donde pisa. O la gente del Pozcas, que entre campeches y bromas, hablan de nuestra provincia y de lo que importa, consiguiendo en poco tiempo una gran presencia. O el gustazo de ver treinta mil metaleros por nuestras calles.
Sin ir más lejos, en San Pedro tuve una caseta en el primer festival del vermut que se ha celebrado en Castilla y León. Sí. Nuestra ciudad ha organizado un evento que podría considerarse en unos años un referente. Somos pioneros. Ni León – con la corriente vermutera que generan – ni ese quiero-y-no-puedo-ser-Madrid llamado Valladolid. En Zamora, hemos sido los primeros. Todo mejorable, como todo en la vida, pero un ejercicio de valentía. Pongamos las cosas en valor.
Podría hablar de los chicos de Bendita Locura, inductores del proyecto, pero si a estas alturas no conoces sus vermuts, es como no saber tararear Thalberg.
Fruto de la organización de este evento, contactó conmigo Álvaro. Es de Zamora. Habla cantando. Pero la vida le ha llevado a vivir en un pueblo del Valle de Esgueva en Valladolid. Lo que le da de comer es la dirección técnica de uno de los grupos vinícolas de más prestigio de este país, pero su pasión e inquietud le llevó a jugar con el Quimicefa gigante que es el vermut. Hacer pruebas, tirar muchas, quedarse con otras, regalar a amigos, llevarlo a las fiestas del pueblo. Todo el mundo le pedía más botellas. Así que con su chica y otros amigos legalizó el garaje de casa como instalación alimentaria.
Alguno a estas alturas se preguntará cómo voy a hablar de vermut. Pues por que el vermut es vino. O al menos un setenta y cinco por ciento. No olvida Álvaro su tierra y para ello elabora en Toro un vino enfocado y vinificado para ser transformado en vermut, que pasa al menos diez y ocho meses en barricas. Posteriormente pasa a su aromatización con botánicos seleccionados que den el toque a vermut, pero no tapen el carácter del vino base, convirtiéndolo en un vermut con terruño. Endulza lo justo, para no perder de vista los taninos y la nariz de barrica que presenta.
El nombre también es un homenaje a su tierra, a su infancia, auténtica patria. En la zona de Aliste se extraía un mineral al que se le atribuyen capacidades protectoras. En uno de esos viajes, visitó la mina de Palazuelo de las Cuevas y los cuatro lo tuvieron claro: Malaquita era el nombre.
En cata estricta presenta un tono medio subidito con lengua de rubí. En la superficie notamos la artemisa, pero tenemos un fondo de canela y fresa muy chulo en nariz. Al paladear, así solo, el cuerpo del vino controla el amargor, apareciendo un gusto a tarta de queso con mermelada de arándanos y un toque a monte bajo.
Es un vermut que bien frío, con su naranja y una aceituna puede deleitar a los vermuteros y a los vinateros, debido a sus características.
Ya lo dijo Arquímedes: dadme un vermut y unas aceitunas y moveré el mundo. O algo así.
Y es que es eso. En Zamora y los zamoranos, hacemos de todo. Y muy bien. Y tenemos mamola. Y somos majos. Y hablamos cantando. Y debemos estar orgullosos de ello.
Vino: Vermut Malaquita
Elaborador: Almaluva
Zona: Hecho por un Zamorano con vino de Toro
Variedad: Tinta de Toro
Crianza: 15 meses en roble francés. Botánicos seleccionados.
Precio: 17,50€.
Antes de que nadie me critique por mi definición de Valladolid, he de confesar una cosa: a mí me nacieron en Valladolid. Pero mi padre siempre me lo decía: “Hijo, si te preguntan, dí que tú tienes patente zamorana.”