Cuando Rodrigo Cuevas terminó de cantar la canción que él mismo compuso sobre Rambal, un gijonés que no escondía su homosexualidad en la España franquista y que fue asesinado en 1976, la Plaza Mayor de Zamora se entregó al artista en un aplauso eterno. Todavía faltaba un rato de concierto, pero ahí estaba ya el veredicto del público. El polifacético asturiano, que canta, baila, domina los instrumentos y sabe ser chistoso, profundo o mordaz en función del momento, salió encumbrado de un espacio público que llenó durante casi dos horas de pura energía. No hubo respiro entre el movimiento, la risa o la emoción.
Cuevas tuvo, además, la sensibilidad y el detalle de abrir su espectáculo a la tierra. Y no solo con las canciones de Zamora que aparecen en sus discos. También a través de las personas que interpretan algunos de esos temas o que le han permitido a él llegar a conocer en profundidad la idiosincrasia de la cultura musical de la provincia. Mediado el concierto, el asturiano mandó subir a Guti, a la gaita, y a Edelio González, al tambor y al micrófono, se hizo a un lado y dejó que los artistas locales coparan la escena.
Guti y Edelio se entregaron a la tarea, interpretaron dos rondas sanabresas que fueron coreadas por la gente y exhibieron parte de ese legado folklórico que Zamora aún retiene y en cuya difusión colaboran activamente personas como Rodrigo Cuevas, que ya en solitario interpretó «Dime ramo verde» y que introdujo detalles del bordado carbajalino en su vestimenta como parte de los guiños constantes a la provincia que le acogía. El espectáculo estaba personalizado con mimo para ese público.
Zamora estuvo en boca del asturiano casi de forma constante, aunque es justo decir que las referencias a Sanabria fueron particularmente abundantes: «Yo querría haber sido sanabrés. Hay gente que me dice que vaya quince días en agosto, pero eso me daría ansiedad, porque yo quiero saber quién es la vecina que me cae bien, la que habla mal de mí o el vecino que me gusta. Así que, como no puedo ser sanabrés, lo que hago es cantar sus canciones», explicó Cuevas.
El artista introdujo un monólogo constante con reflexiones como esa, a medio camino entre el humor y la genialidad, en un espectáculo en el que estuvo acompañado por cuatro instrumentistas, dispuestos efectivamente como «cuatro concursantes» de un programa televisivo, y por otros cuatro bailarines que le arroparon en sus performances. Y es que cada tema del espectáculo llevaba una coreografía que podía ser danza o perreo, pero que añadía condimento a esa especie de cabaret folklórico.
La libertad, «día a día»
«Esta es la romería más importante de vuestras vidas», advirtió Cuevas, que mezcló canciones de su último disco, Manual de Romería, con otras de sus trabajos anteriores. En medio de ese proceso, el artista se desató con los mensajes para recordar que «la libertad hay que ejercerla día a día por si acaso viene tu prima y te la quita» y para clamar contra la violencia que sufren «las mujeres, los maricones, los trans o los palestinos».
Así, entre twerking folklórico, pandereta y castañuelas, amenazas de «personificaciones como La Húngara» en futuras bodas e incluso algún amago de striptease, las dos horas se fueron volando. Rodrigo Cuevas sacó sus propios fuegos artificiales para cerrar San Pedro y puso el broche con un bailecito en el que sacó a sus ocho acompañantes de escena más Edelio y Guti antes de despedirse con un último beso al aire.