– Tú mira, si no pasa nadie. Antes la venta estaba en la carretera, ahora no para nadie ya.
En tiempos, las cinco o seis alfarerías que existían en Pereruela y su entorno vivían gracias a la gente que pasaba por la carretera, paraba y compraba. Zamoranos, turistas, hasta autobuses, que “paraban en la carretera de mala manera para entrar, y todos compraban”. Ahora ya no. Los pocos coches que pasan por la carretera que une Sayago con Zamora han dejado de parar en las alfarerías, que han tenido que reinventarse. “El negocio”, asegura José Luis Redondo, de la alfarería que lleva su nombre, está ahora en Internet. “Se vende sobre todo en España, pero también al extranjero. A Francia mandamos mucho, y a Alemania”. La venta en persona ya aporta poco a la caja final.
Las ferias, como la que este fin de semana se celebra en Zamora, “la que más nombre tiene de España”, tampoco son la panacea. “En Zamora, realmente, no se vende mucho. Vamos más por tradición que por otra cosa”. Las cifras de participantes, indican José Luis y Yolanda Pascual, su mujer y verdadera “culpable” de que este negocio asista a la Feria de la Cerámica y Alfarería de Zamora, han caído de forma importante en los últimos años. “En Pereruela somos diez alfareros y la mitad no van. La gente compra poco, y por costumbre más que otra cosa”, apunta Redondo.
La cuestión es que no se vende en exceso y que los alfareros son cada vez mayores. Los más jóvenes del gremio tienen ya cerca de cincuenta años, y no hay juventud que venga por detrás para hacerse cargo de los negocios. Los hijos de los alfareros han estudiado y la mayoría viven fuera de la provincia, muchos en Madrid. “Son negocios que dan para vivir, pero hoy ya se sabe, los jóvenes no los quieren”.
La inversión, como sucede en muchos negocios, es grande para empezar de cero, así que el sector está condenado a extinguirse poco a poco si las familias de los artesanos que tienen negocios en marcha declinan de continuar con el trabajo. “Una nave, un horno… Es que poner en marcha esto te puede llevar 300.000 euros. Es mucha tela”, apunta José Luis mientras hace un alto en el camino.
Pese a todo, en la alfarería sí han apretado el paso en estos últimos días para llegar a San Pedro con género de sobra para atender a todo el que se acerque el puesto. Sobre todo, género del menudo, del que más se lleva durante estos días. Vasijas, alguna fuente de horno, cuencos… Un proceso que obliga a echar horas en el taller, porque la alfarería, detalla José Luis Redondo, no entiende de prisas.
Por mucho que las máquinas hayan mejorado en parte el proceso, la labor es la misma de siempre. Al fondo de la nave está el preciado caolín, el mineral que da fama a la alfarería de la zona de Pereruela. Se mezcla con arcilla roja para obtener un barro refractario “de primera calidad, como no hay otro en España”, con una gran resistencia al calor. El proceso se hace en una mezcladora automática, un mecanismo bastante básico que es, pese a todo, lo más “tecnológico” del proceso.
El barro va después al torno y entran en juego las manos y la experiencia de José Luis, que se dispone a hacer una tapadera para una olla que tiene sobre la mesa. Mide el hueco: 27 centímetros. Traza la circunferencia de la tapa a ojo antes de medirla y cortarla. 27 centímetros. “Parece fácil”, asegura su mujer, “pero no lo es”. En realidad, tampoco lo parece.
De ahí, el barro se seca en el interior de la nave durante cuatro o cinco días y después se pone al sol, otros cuatro o cinco. Se pasa por el esmalte para que quede el tacto suave que caracteriza a los cacharros y se dispone para pasar por el horno. El de esta alfarería es de gasóleo, consume unos 300 litros por hornada y alcanza una temperatura superior a los mil grados.
– ¿Sabes lo de ponerse al rojo vivo? Pues aquí dentro las cosas se ponen amarillas, un paso más.
La cocción dura once horas, con un día más en el que vasijas, platos y ollas permanecen dentro del horno mientras se enfrían lentamente. Cuando salen, están terminados. “No puedes correr, porque el barro no te lo perdona” y aparecen grietas.
«Gracias a los hornos»
Pero el negocio, hoy por hoy, está en los hornos. En los tradicionales, pero también en los que llevan después una tarea de albañilería para recubrirlos, que también hace el propio José Luis, y que dejan al consumidor un producto ya terminado y listo para su uso. El resultado final es un horno rematado con un peso de unos mil kilos, cifra que no quita para que haya gente que los pida para que se los lleven a casa empresas de transporte especializadas. La venta está, de nuevo, por Internet.
“Es lo que ha cambiado, en realidad, porque por lo demás todo es lo mismo que hace 29 años”, cuando José Luis Redondo se hizo cargo de la alfarería que recibió de su tío. No cambia el producto, cambia la venta. No cambia la base, cambia el aderezo. Pereruela mantiene su esencia aunque el comprador no llegue por la carretera y sí por fibra óptica.