La tarde amenaza lluvia, aunque el calendario ya pregona el verano. No parece 17 de junio, pero lo es, así que nadie debe extrañarse si se asoma a una nave en La Bóveda de Toro y se topa con centenares de cabezas de ajo. En el mismo espacio, un grupo de mujeres apaña las plantas, observa los bulbos y los clasifica en tres grupos en función de su tamaño: grande, terciado y pequeño, por este orden. El proceso da faena, pero las trabajadoras, que forman un corro, advierten de que lo peor viene al hacer las ristras. Eso será algunos días más tarde. De momento, la selección.
Dentro del grupo de mujeres, varias de ellas de procedencia extranjera, aparece una joven española de 18 años llamada Cintia:
– ¿Es la primera vez?
– Sí, y por lo que parece va a ser la última.
La muchacha responde entre divertida y resignada, afanada en la tarea que le ha encomendado su madre, Sonia Machio. Ella y su pareja, Javier Santarén, son los encargados de una producción de ajos que afronta durante estos días de junio una fase clave. No solo por el proceso de recogida, selección y trenzado, sino porque en el horizonte aparece el gran marco de venta de la campaña: la Feria de San Pedro. No hay escaparate como el de las Tres Cruces para los ajeros, y conviene ir preparado.
Javier es quien conoce esto de toda la vida. Su familia sembró ajos siempre, con su abuelo Cirilo al frente, pero las circunstancias dejaron hace años un vacío de producción que este hombre de La Bóveda de Toro decidió cortar en 2023. La cosa marchó lo suficientemente bien como para repetir en el 24, y con más cantidad. Ahora, el Santarén de la nueva generación mira a su alrededor, explica el asunto de los tres tamaños de ajos y señala a la zona exterior, donde decenas de plantas tratan de absorber el poco sol que llega: «Los sacamos para que se rinda la porreta y se puedan trenzar mejor», aclara.
El ajero subraya que cuando la planta está demasiado verde se puede partir al trenzar, así que conviene ese reposo al aire libre para facilitar la tarea posterior. Eso sí, tampoco puede exponerse demasiado, «porque las cabezas se ponen azules». Todo tiene su ciencia y su tiempo. Llegado el momento, ya con la ristra hecha, se le pasa un cepillo, se le quita la tierra y se le retira de paso la barba que aparece como remate. El aprendizaje de la técnica requiere de observación, tiempo y un ojo muy hecho.
Javier fue trabajando esa mirada desde niño para que sus producciones, como las 1.500 ristras de ajo gordo del año pasado, le salgan como toca, lo mejor que permita el tiempo. Cada una de esas ristras lleva quince cabezas: «Interesa que salgan grandes, porque la gente es lo que mira», recalca el productor, que esta vez solo ha sembrado una variedad de blanco, «un ajo muy redondo». No hay rastro de morado en su nave.
En cuanto a la venta, «todo está enfocado» a San Pedro. El 28 y el 29 de junio, los productores llevarán su género a las Tres Cruces y tratarán de volver con las manos vacías. La reducción de la competencia ha favorecido que eso suceda: «Antes había más de 300 puestos», recuerda Javier. La previsión para 2024 es que sean 85: «La gente joven de aquí no quiere poner porque este es un trabajo muy duro, y la mayor ya no está sembrando», apostilla Sonia.
Su compañero profundiza en la cuestión: «Si no tienes máquina, hay que sembrarlos a mano, como hemos hecho nosotros con nuestra gente», advierte Javier, que recalca que su terreno tiene 7.000 metros. Antes de eso, hay que «desgranar las cabezas, dejarlas en dientes, y eso hace heridas y da trabajo», añade el productor, que pone el foco también en las veces que «hay que ir a quitar hierba». Además, mientras todo eso sucede, toca mirar hacia arriba para que «acompañe el tiempo» y para que una tormenta inoportuna «no te acabe de machacar».
En definitiva, el ajero deja claro que hay que ir con prudencia «y con el riñón doblado», un esfuerzo que compensa si los planes salen como uno plantea: «La idea es vender aquí la mitad y la otra mitad en la feria», anuncia Javier Santarén, que confía en los dos procesos de colocación del producto. En lo que se refiere a San Pedro, el año pasado hubo dudas durante las primeras horas, pero luego se desató la locura: «Teníamos unos pequeñitos y las señoras se lanzaban a por ellos», asevera Sonia.
Todo vendido en 2023
La productora todavía tiene atravesado en la garganta ese momento de zozobra inicial: «El problema es que había algunos puestos que daban los ajos a tres euros mientras yo los tenía a diez, pero el de ellos no era un buen producto. Lo que pasa es que, cuando la gente veía ese precio, iba», rememora Sonia. Una vez ese género voló, el público tomó su stand casi por asalto: «No parábamos. A las seis o a las siete de la tarde, lo teníamos todo vendido», admite.
Como colofón a la feria del año pasado, esta pareja de La Bóveda de Toro ganó uno de los premios de la ristra: «Esta vez vamos a volver a concursar por tradición, porque su abuelo Cirilo era muy fanático», defiende Sonia, que el año pasado fue embarazada y que esta vez se explica con su bebé, Lucas, dentro del carrito. El niño se comporta durante toda la charla mientras convive con el ambiente de los ajos, que le viene de familia y que, quién sabe, quizá le conduzca a un día a un puesto en las Tres Cruces. Como tantos de aquellos que le precedieron.