Hace más de trescientos años que fui forjada para coronar una de las torres del Puente de Piedra de Zamora, para anunciar la Fama de sus gentes, y custodiar las llaves de la ciudad.
Después de dos siglos de protección fui encerrada entre cuatro paredes con el objeto de ser contemplada por los visitantes, perdiendo el protagonismo que tuve tiempo atrás.
Hoy, un 22 de junio, desciendo por las turbias aguas del Duero para volver al lugar de donde vine.
Hoy vuelvo a anunciar con mi clarín la Fama de esta ciudad y entrego a los zamoranos las llaves que abren sus puertas: Zamora se declara en fiestas, y la diversión, la convivencia y el color toman las calles.
Mas sólo pongo una condición: siete días después de mi llegada, las llaves deberán ser devueltas, y con ellas, partiré Duero abajo y me perderé más allá de las aceñas de Olivares. De este modo, la ciudad recobrará su rutina hasta el año que viene, en que zamoranos y zamoranas esperarán de nuevo mi llegada junto al Puente de Piedra«.
A por la Gobierna, como cada 22 de junio, pero a La Marina, como nunca. Las obras del Puente de Piedra afectaron a la Semana Santa y han afectado al inicio de las Fiestas de San Pedro, modificando el ritual mediante el cual los peñistas recuperan las llaves de la ciudad y declaran una semana ininterrumpida de fiesta. Lo que no ha cambiado ha sido la recepción en la Plaza Mayor y la lectura de la leyenda de la Gobierna (reproducida arriba), que narra como fue despojada de su función en el Puente de Piedra y «encerrada» en el Museo Provincial (porque lo que hay en el puente de Los Tres Árboles es una réplica y lo que pasean los peñistas, otra).
Sea como fuere, lo que importa al respetable en estas fechas es la fiesta, y eso sí que no ha cambiado. Peñistas de todas las edades, gigantes, cabezudos, clarines, tambores, dulzainas y un sinfín de zamoranos han dado la bienvenida a las Fiestas de San Pedro. No como manda la tradición, porque este año ha sido imposible, pero sí de la mejor forma posible.
Que comience la fiesta.