La estampa parece un sueño o una imagen de otro tiempo. El espacio es reconocible, se trata de la Marina, pero algo no encaja con la rutina del entorno, así que hace falta fijarse bien. Al cabo de un rato, uno se percata. Sí, lo que choca son los niños. Decenas de niños, cientos de niños. Casi todos juegan a la pelota y van vestidos del rojiblanco del Zamora Club de Fútbol. Aunque sea por un día, esos muchachos no sueñan con ser Vinicius en Wembley; ellos quieren ser Luis Rivas en Matapiñonera.
Pronto, un ruido quiebra la escena. Son las sirenas que anuncian la llegada del equipo. La plantilla del Zamora alcanza la plaza a bordo del tren turístico, y los muchachos van botando, llevan cervezas, riegan con su juventud y con su euforia las calles de una ciudad entregada. Pasaron 25 años, como diría el personaje de Pablo Rago en El Secreto de sus Ojos, el tiempo de una condena. Desde entonces, la gente no había vuelto a festejar así un ascenso. Para tantos y tantos era la primera vez. Y de tanta alegría había desconcierto.
Y en medio de esa vorágine, aparece Ramón Arroyo. Porta una bandera antigua del Zamora CF que su mujer Felisa hizo allá por 1978. El seguidor agita el estandarte con orgullo, sabe que el escudo ha pasado más miserias que otra cosa en estos 46 años, pero el deporte a veces compensa. También para esos jugadores que aparcan un instante el tren y bajan a darse un baño en la Marina. Pero esta vez no es de agua, sino de masas. Los niños que antes jugaban a la pelota ahora quieren fotos, reclaman firmas; se llevan la rúbrica en los balones, en libretas como antaño; y guardarán el recuerdo en el corazón.
De vuelta al tren, los futbolistas encaran Santa Clara como la cabeza de una fila interminable de gente orgullosa, a medio camino entre la felicidad futbolística y la reivindicación identitaria. Cerca ya de la Plaza Mayor, una nube de humo procedente de varias bengalas inunda una calle que vuelve a ser roja como antaño y que se queda pequeña cuando desemboca en Sagasta y en Renova, porque los accesos al destino son un hervidero. Hay varios miles de personas. Se acerca el momento.
El equipo vuelve a ir a pie, cruza un pasillo de manos hasta el Ayuntamiento, vive el momento institucional protocolario y, por fin, llega al lugar. Cuando el Zamora CF ascendió en Santa Ana en 1997, Dani Hernández tenía cinco años; Carlos Ramos iba a cumplir tres; cuando ocurrió lo mismo en Coslada, en el 99, uno apenas había alcanzado los siete y el otro rozaba los cinco. Pero aquella imagen estaba en su memoria: «Esta era la que queríamos», le dice el «7» al «10», y los dos se asoman al balcón, y el público ruge, y ellos se emocionan. La foto que vieron tantas veces es, en ese instante, su realidad, su presente, su cosecha.
Las palabras salen al tiempo que brota la emoción, pero el carrusel no se detiene, porque la gente sigue en la plaza, nadie se va. Por algo está ahí el escenario de Alefrán; por eso la decoración de Caja Rural adorna el lugar. Queda el momento de Julen Castañeda y de Luismi Luengo, de la presentación de los jugadores uno por uno, de los gritos para que muchos renueven, para que esto no pare. Muchos expresan una convicción: ahora hay que ir a por más.
Dani, Carlos y muchos de los aficionados de su generación crecieron con el sueño de la Segunda A, lloraron con Fidalgo, con Aiert, con Quero, con Agustín, al que tanto recuerdan este día los jugadores, en su mente y en sus voces. Y ese objetivo del fútbol profesional sigue ahí, latente, aunque hoy quede lejos porque en el horizonte solo aparecen las lágrimas de la alegría más pura y el orgullo de un objetivo alcanzado contra todos los elementos.
Pasarán los años y el gol de Luis Rivas será recordado, y quizá algún niño haya visto a Dani y a Carlos en el balcón y se haya parado a pensar: ojalá estar un día ahí, como ellos. Su ejemplo demuestra que es posible, que esto se transmite, que no es estático, aunque a veces parezca que se ha dormido. El Zamora CF jugará en Primera Federación en la 24-25, y esta generación, la que sujetó la bandera cuando nadie la quería, ya tiene su día de gloria.