El cielo jugó al despiste y dificultó la elección de la ropa para la romería, pero ni las gotas de agua ni los rayos de sol que fueron apareciendo a ratos despistaron a los fieles del camino hacia La Hiniesta. Son ya muchos años, decenas de generaciones en esta ruta desde San José Obrero y luego la Cruz del Rey Don Sancho hasta la localidad vecina. Todo para acompañar a la Virgen de la Concha, aunque cada cual tenga sus razones: las religiosas, las festivas, las familiares o las emocionales. La tradición se impone por cualquiera de las vías.
Desde primera hora, los romeros marcharon por la carretera a ratos mojados y a veces asfixiados. La primavera en todo su esplendor. Mientras, la liturgia de contar mil veces hasta ocho, el tarareo y el grito: «¡Coooooncha!». Y también las gaitas, las dulzainas, los tambores y los almuerzos. Conviene echar gasolina al tanque para no perder fuelle en la recta. La Hiniesta se ve al fondo, pero se tarda en llegar.
La romería alcanzó finalmente el destino a las once y media de la mañana y, para entonces, algunos ya iban más pendientes de otros asuntos que de la misa: «Sí, el sorteo es hoy», apuntaba uno en una conversación telefónica que parecía tener como telón de fondo la eliminatoria futbolera que está por venir. A más de uno, la euforia le duraba todavía en la garganta y en el atuendo: bufandas y camisetas rojiblancas por doquier. Al final, lo del domingo y lo del lunes no dejan de ser exaltaciones de la identidad con distintos formatos.
Una vez en la zona que ya enfila a los romeros hacia la iglesia, se produjo el acto de toda la vida. Con el sol apretando fuerte justo en ese instante y los paraguas abiertos para evitar insolaciones inesperadas, el baile de pendones dio paso al intercambio de mandos entre los alcaldes y a la participación de los niños de Comunión antes de los aplausos y los vivas a la Virgen de la Concha, a la Virgen de la Hiniesta, a La Hiniesta y a Zamora.
Desde ahí, rondando ya el mediodía, la multitud se dirigió a las puertas del templo en torno a la Concha para dibujar la imagen más icónica de esta romería: la vista desde la iglesia hacia la calle con una riada de personas siguiendo el mismo camino. La Virgen dio la vuelta en procesión, como manda el rito, y se metió para la misa. Los más religiosos la acompañaron; los romeros menos devotos arrancaron con los bailes, las cervezas y el aperitivo. Tampoco es bueno tener la tripa vacía para según qué actividades.
A partir de ese momento, cada rincón, cada muro donde apoyarse bastaba para formar el círculo de los amigos y dar rienda suelta a la alegría, que al fin y al cabo de eso se trata este día. Los puestos montados en la calle comenzaron a acoger a quienes llegaban y hasta hubo algunos que aprovecharon para llevarse algún libro de los que vendía Semuret en su mesa, todos relacionados con la tradición.
El regreso será por la tarde, a pie de nuevo hacia Valderrey, aunque eso será ya si el tiempo lo permite y cuando el día languidezca. Mientras tanto, seguirán los vivas y los bailes. Como siempre en una romería cuyo camino no se pierde, por mucho que empezara siglos atrás.