La estampa es casi distópica. Unos minutos antes de la una de la tarde del sábado 11 de mayo, la planta superior del Mercado de Abastos de Zamora aparece semivacía, con los puestos desmontados y en un silencio apenas roto por el titilar de los focos. En los pasillos, varias personas captan el momento con sus teléfonos móviles. Hoy, 120 años después de su primer día, la instalación cierra una etapa. Dentro de dos años, volverá a abrir, nadie lo va a demoler, pero la sensación generalizada es de final del camino. Lo que venga a partir de 2026 será otro sendero. Mejor o peor, pero diferente.
Al fondo de esa planta principal, resiste todavía un pequeño reducto de actividad. Falta apenas una hora para el cierre al público, pero tres puestos continúan atendiendo hasta al final. Son dos carnicerías y la frutería de Belén Fernández, que se desliza este sábado entre los comentarios sobre el suceso del Restaurante Marta, que ha impactado mucho a la ciudad, incluida su clientela, y las charlas nostálgicas acerca del punto y aparte del Mercado de Abastos, su hogar desde hace 24 años.
En realidad, 24 por decir algo. Ese es el tiempo que Belén lleva en su puesto, pero su madre, Aurora, trabaja como hortelana en la marquesina desde hace 44 y su padre acude al mercado desde que era un crío para ayudar a sus padres. Los recuerdos se agolpan en un día como este, y a la dueña de la frutería le cuesta contener las lágrimas: «Es la tristeza de dejar una cosa en la que llevamos toda la vida. Esto ha sido lo que he vivido siempre en casa», explica la industrial, que seguirá en la instalación provisional de la Marina, pero que siente esa emoción por dejar atrás la rutina que siempre conoció.
«¡Cuéntales tú, Carmina!», despeja enseguida la frutera, mientras señala hacia la posición donde está Carmen Ares. Esta mujer, descendiente de industriales del mercado, explica que su familia tenía huertos en la ciudad y acudía a vender los productos a la instalación «desde que abrió». Hablamos de 1904: «Voy a seguir yendo a la Marina, porque el mercado es lo que he conocido toda la vida», recalca esta mujer octogenaria, que repasa otras reformas, con sus consiguientes cambios de imagen, pero que defiende la esencia como valor clave: «Los puestos eran de madera, con mucha alegoría, con los números muy grandes y, en el centro de esta planta, había un ojo y se veía lo de abajo», rememora.
Carmen recuerda a sus mayores, como Aurelia o Alfonsa, pero mira hacia delante, como hacen todos por aquí. La sensación generalizada es que el cambio va a ser «para mejor», pero nadie puede evitar la pena: «Son treinta años y te entra un poco de nostalgia, una cosica aqui en el estómago. Lo de la Marina ha quedado muy bonito y muy acogedor, pero esto no tiene explicación, es mucho tiempo. Hemos tenido cosas buenas y malas, pero dejamos parte de la vida», narra el responsable de la carnicería Ángel Prieto que, como muchos otros, aprendió y heredó esto de sus padres.
Las últimas fotos
Un poco más allá del puesto donde el carnicero apura las últimas horas en el Mercado de Abastos tal y como lo conoció, Beatriz Sánchez capta algunas imágenes como recuerdo de las viejas instalaciones: «No lo esperaba ya tan vacío», admite esta mujer. Lo cierto es que los puestos se han ido retirando de forma progresiva hasta que el sábado ha quedado ya para apenas un puñado de industriales. «Da un poquito de pena, pero esperemos que sea para mejor. De pequeña, yo venía con mi madre y era todo bullicio, pero es verdad que últimamente no era así», apostilla, a su lado, Geli Gómez.
Las dos, abuela y madre, enseñarán a Lucas y Lucía las bondades de la compra de cercanía, también desde la Marina, donde se encontrarán con negocios como el que Anabela Pires comparte con su marido. En su carnicería, también asoman las lágrimas en el tiempo de descuento del mercado: «Voy a echarlo de menos todo, la rutina diaria», admite esta mujer, que acumula 27 años en el mismo lugar que antes ocuparon sus suegros y en el que se crió su marido.
«La gente nos dice: ‘Allí nos vemos’ y creemos que de verdad va a seguir yendo, pero yo ya tengo ganas de volver», asegura esta vendedora, que sabe que en los próximos dos años no le queda otra: «Aparcar la pena y a seguir».