«Tengo 65 años y vengo desde que era niña». María Dolores Garzón anda a paso ligero, por delante de la Virgen del Rosario, en el camino que va de Morales del Vino a la pradera de la ermita. Es el día del Cristo y el paseo que está realizando la mujer este jueves es el mismo que viene haciendo cada 9 de mayo desde hace más de medio siglo: «Es una cuestión de devoción y tradición», explica la vecina del pueblo.
María Dolores es una de esas mujeres de toda la vida de un pueblo que ha crecido mucho en las últimas décadas. Cuando ella era una niña, la localidad tenía un número de habitantes tres veces inferior al actual, una anomalía en la provincia de la despoblación que ha cambiado el ambiente del municipio y que, en cierto modo, ha reforzado a la romería. Los de toda la vida van por lo que les enseñaron, pero los nuevos se unen por el ambiente.
«Nosotros llegamos con la Virgen y volvemos con ella», aclara María Dolores, que regresa a comer a casa, como manda su rutina familiar, pero que pasa el resto del día en una pradera plagada de puestos y de grupos reunidos en torno a una fiesta con parte religiosa, pero también lúdica.
La llegada al templo
A eso de las doce de la mañana, María Dolores y varios centenares de personas más alcanzan la entrada de la ermita protegidos con gorras y sombreros del impacto de un sol cada vez más dañino, y con los pañuelos y las varas típicos de una jornada en la que también emergieron varias prendas relacionadas con el Real Madrid, otra devoción muy arraigada en la zona.
A la entrada de la ermita, se incorporaron también las autoridades provinciales, que se sumaron a las locales para encarrilar la entrada de la Virgen y proceder a honrar al Cristo. Para entonces, el templo ya estaba atestado de gente dispuesta a seguir la ceremonia religiosa mientras los coches iban poblando la pradera y otros vecinos menos devotos echaban el rato entre cervezas y pinchos, cada uno con lo suyo.
Aunque, en realidad, en un día como hoy, hay tiempo para todo: «Yo, desde pequeño, me implico en todos los desfiles y en la procesión», señala Izan García, un muchacho de Morales que tiene energía para las celebraciones nocturnas y diurnas y que lleva grabadas en la memoria las jornadas con «todo el mundo en la pradera comiendo». Así lo transmitirá cuando le toque y, con ello, ayudará a la supervivencia con arraigo de la fiesta.