Una tarde cualquiera, en el Madrid de mediados de los 70, Felipe Blanco fue al cine acompañado por la chica con la que salía por entonces. Aquel chaval desconocía que lo que iba a ver nada más entrar en la sala iba a cambiarle la vida: «Cuando pusieron el NO-DO, apareció la escena de un partido de rugby entre España y Polonia, y yo reconocí a un tío con barba que marcó un ensayo y se levantó con los pelos llenos de barro y soplando como si fuera un búfalo. Entonces le dije a la muchacha: ese es de mi facultad», recuerda el protagonista de la historia.
Días después, Felipe Blanco, que por entonces cursaba el segundo curso de Veterinaria, se topó de frente con aquel tipo y le preguntó dónde podía ir a entrenar para sumarse al equipo de la universidad. Ya antes del cine, este chico de Villanueva del Campo, emigrado como tantos a Madrid, se había fijado en la jarana que montaba el equipo de rugby de la facultad en el pospartido de los martes y había percibido en sí mismo unas condiciones físicas a priori adecuadas para la práctica de aquel deporte. No se equivocaba.
El hombre de la barba que sirvió de enlace para la entrada de Felipe Blanco en el mundo del rugby se llamaba Poly Camarero, y tanto él como el zamorano se convirtieron más tarde en dos de los referentes de este deporte a nivel nacional. Casi medio siglo después de aquella conversación, en junio de 2023, Camarero fue uno de los asistentes a la toma de posesión de Blanco como alcalde de su pueblo. «Es una de esas amistades que duran toda una vida», recuerda el regidor municipal.
Sí, el Felipe Blanco que ahora ejerce como máximo mandatario de Villanueva del Campo fue en los 70 y en los 80 internacional español de rugby, campeón de varios torneos nacionales con el Arquitectura de Madrid y miembro de una generación que compitió con los gigantes mundiales desde un punto de partida totalmente amateur. Han pasado muchos años de todo aquello, una vida entera, pero el deporte, su espíritu y los recuerdos siguen impregnados en la piel del hombre que ahora trata de construir una vida más amable para sus vecinos.
La charla con Blanco tiene lugar en el propio Ayuntamiento que ahora dirige. Es 1 de mayo, día de romería en este pueblo de 778 habitantes cercano a Villalpando, y una jornada especial para el alcalde, que cumple 70 años. Mientras apunta ese detalle, el mandatario municipal mira hacia el fondo, hacia un armario empapelado con fotos de su carrera como jugador de rugby. En una de ellas, se puede leer una frase vinculada a este deporte: «Caerse y levantarse muchas veces».
Esa constancia en el esfuerzo permitió que Blanco se asentara durante más de una década en la élite de su deporte a nivel nacional, aunque al terracampino no le cuesta reconocer que cayó de pie en el rugby: «Después de aquella conversación con Poly, bajé el primer día a jugar con Veterinaria. No toqué ningún balón, pero debí de placar de forma llamativa, porque dos de los compañeros que jugaban en Arquitectura vinieron a preguntarme por qué no iba a entrenar con la Escuela, que era como se conocía al equipo entonces», rememora el zamorano.
Aquello «debió ser en el 75 o en el 76», según calcula Blanco. Al año siguiente, ya jugaba en la Selección Española. «Las condiciones físicas supusieron mucho, yo venía de jugar al baloncesto en el instituto», explica Blanco, que aclara que su aclimatación también se vio facilitada por el nivel de los compañeros y por una vinculación rápida con los valores del deporte: «El rugby supuso un cambio en el enfoque en muchos campos de mi vida», asevera el zamorano, que más tarde llegaría a ser árbitro nacional y presidente de la federación madrileña.
En ese punto, Blanco destaca un nombre como referente: «Entre esas personas que te aceptan, porque son líderes naturales y te llevan a dar lo mejor de ti, está Andrés Zulet ‘Turro’, medio de melé, uno de los más grandes jugadores del rugby nacional de todos los tiempos», cita el zamorano, que se empapó de las enseñanzas de personas como él a lo largo de toda su trayectoria deportiva.
Malabares para estar en todo
Pero además de todo eso, el juego. Y los malabares para poder estar en todo: «Yo estudiaba, trabajaba y competía al rugby. Y cuando fui más mayor dejé de estudiar, pero tuve familia», indica Felipe, que tuvo que hacer «un ejercicio de priorización constante» y también una serie de esfuerzos que solo se pueden entender desde la pasión. «Antiguamente, se entrenaba a mediodía y, como yo no podía porque el trabajo era ineludible, muchas veces me iba solo a dar vueltas a la Universitaria, que era el campo en esa época», asegura el internacional español.
Con esa voluntad, Blanco formó parte de un equipo legendario para el rugby nacional. En aquellas décadas, Arquitectura acumuló tres dobletes de Liga y Copa, con el zamorano enrolado en sus filas e incluso como capitán del equipo en ciertas fases: «Nunca me preocuparon los títulos», afirma el ahora alcalde, que admite que, en esos tiempos, fue cuando la entidad madrileña «dio un salto cualitativo».
Empujado por el éxito en el club, Felipe Blanco sostuvo una carrera de once años como jugador de la Selección, en los que compitió contra equipos como Polonia, Alemania, Suecia, Holanda y, principalmente, Francia y Rumanía, los grandes exponentes de la primera división europea de la época. «Jugábamos tres partidos oficiales al año y luego amistosos», recalca el zamorano, que concede que todo ha cambiado mucho en las últimas décadas en términos de profesionalismo, con jugadores millonarios que, con seguridad, reciben dietas más generosas que los cinco dólares que percibían los internacionales españoles en sus desplazamientos al extranjero.
Dentro de esas experiencias como jugador de la Selección, Blanco tiene grabado un encuentro en particular. El partido se disputó en Madrid y enfrentó a España con Nueva Zelanda. Es decir, con el elenco de los famosos All Blacks. «Estábamos impresionados», apunta el zamorano, que asegura que el combinado nacional era, por entonces, «un equipo de buen nivel», pero nada que ver con los oceánicos: «Acabábamos de cosechar un resultado magnífico contra Argentina, pero aquí nos vimos acomplejados», apostilla.
El choque se disputó en 1982 y terminó con una derrota contundente de España: «No te dan opciones de coger el balón. Me dediqué a hacer coberturas por todo el campo. Posiblemente, ese fuese el segundo partido en el que más kilómetros hice», desliza Blanco. El primero fue el que disputó frente a Francia en su semana más aciaga como profesional. «Fue la de Dios», resalta el exjugador zamorano, que salió del campo, junto a sus compañeros, destrozado y derrotado por 92-0.
Aquel fue el primero de los tres compromisos de la citada semana aciaga. El segundo coló además a Blanco y a sus compañeros de Arquitectura en «una lista del apartheid de Sudáfrica» por jugar contra una selección de condado del país africano que les aplastó por 96-6. Deseoso de venganza tras las dos derrotas consecutivas, el zamorano hizo unas declaraciones a la prensa en las que afirmó que su siguiente rival, el Canoe en la semifinal de la Copa, iba a pagar los platos rotos. «Pues perdimos», ríe ahora el exjugador, que considera que, en esos días, pudo acumular «el récord de puntos en contra» en una horquilla temporal tan corta.
Aquellas historias forman parte de una dilatada carrera en la que Blanco jugó también en África, en varios países anglosajones e incluso como miembro invitado de la selección catalana que disputó un torneo amistoso contra Francia, Irlanda y Escocia en el marco de la organización del Mundial de Fútbol de 1982. Ellos jugaron al rugby, cosas de las federaciones.
El momento de la retirada
Pasados aquellos años, la edad y las responsabilidades empezaron a hacer mella en Blanco, que tuvo un amago de retirada de la Selección, pero que recibió la llamada del entrenador para estirar un poco su carrera «hasta el 86 o el 87». Ahí lo dejó definitivamente y volvió la vista hacia su trabajo en la empresa privada, la familia y el pueblo donde había nacido y vivido hasta los seis años: Villanueva del Campo.
Blanco, el jugador de rugby, se aficionó a la caza, se mantuvo siempre ligado a la localidad y, en el momento del retiro laboral, decidió dar el paso para «trasladar la experiencia de la gestión empresarial» a la Alcaldía. La cuadrilla del pueblo trató de disuadirle, pero la decisión estaba tomada: «Hablé con muchísima gente, pero al final tuvo que completar la lista mi hermana», se carcajea el regidor, que se presentó por el provincialista Ahora Decide y sacó mayoría absoluta. Como en el rugby, llegar y triunfar.
«Me he encontrado una diferencia más grande de la que me esperaba. En muchas cosas, mis planteamientos y la realidad son diferentes», reconoce Blanco, casi un año después de tomar el bastón. Eso sí, la resignación no entra en sus planes: «Esto es la España olvidada, no se puede decir vaciada porque hay gente a la que atender y a la que hay que dar servicios. Lo que intento es ponerle a las cosas una objetividad y huir de cualquier posición ideológica», zanja.
Al finalizar la conversación, Blanco va a su casa y regresa para la foto con un balón de rugby antiguo y deshinchado. Con él, el alcalde de Villanueva del Campo se enfrentó un día a los All Blacks. Ahora, quedan los recuerdos y los valores. También las fotos de su despacho en la Alcaldía para que ni él ni nadie olviden aquella vida en la élite.