Parece improbable que en cualquier otro lugar del planeta uno pueda comprar anchoas de una tienda gourmet de Cantabria y aprender la ciencia del bordado carbajalino sin caminar más de veinte metros entre un puesto y otro. Esa variedad en un espacio reducido es una de las señas de identidad de la Feria de San Miguel, que se ha celebrado este sábado en la cabecera de la Tierra de Alba y que ha congregado a centenares de personas en torno a los 35 stands que se han repartido por el recinto.
En realidad, la de Carbajales es la feria de lo clásico y de lo inesperado, con stands que la gente se podía imaginar, como el del pan de la zona, el de la miel de las comarcas vecinas o el de la capa alistana; y con puestos donde un artesano hace piezas de madera con una motosierra, un escritor firma libros a sus seguidores o un tipo llamado Miguel Ángel Hispano trata de colocar cajas de sobaos. Del pabellón uno puede marchar vestido, comido e instruido.
En el caso particular del cántabro, Hispano señala que su negocio, Cantabria Gourmet, trabaja a nivel nacional promocionando el producto de la tierra. Hace cuatro años, este hombre ya estuvo en Carbajales, y la experiencia de entonces le ha hecho repetir esta vez para intentar vender entre el público de la contorna los dulces de su región y los pescados de Santoña. El caso es que alguno iba a por lo típico de la Tierra de Alba y volvió a casa como si regresara de Santillana del Mar.
Más en su contexto estaba Oilda Casas, una de las expertas en el bordado carbajalino, que realizó una demostración ante la mirada de los curiosos: «Esto es una cuestión de práctica, pero hay que tener buena mano y precisión», indica la responsable del museo del traje típico de la localidad: «Además, el dibujo no va al azar, lleva una armonía y una combinación de colores», destaca.
Mientras sigue con el bordado, la vecina del pueblo subraya que «la gente joven no quiere saber nada» y que las mayores «están cansadas», pero ella aún así persiste, sin dejar morir la tradición, con el ánimo de incentivar a quien quiera a través de cursos y acciones formativas. En Oilda y en personas con su afán reside la supervivencia de la tradición.
Producto alistano
También pegado a la tierra está Felipe Poyo, de Miel Fuente la Muela. Procedente de San Juan del Rebollar, el dueño del negocio despacha clientes al pie de la Panadería Susi, y eso es garantía de que al menos te van a ver. Las hogazas y las barras vuelan mientras este alistano habla de lo suyo, que comenzó hace unos siete años, «tres o cuatro desde el registro sanitario», y que va cogiendo forma.
Poyo vende miel de verdad, de esas que «cristalizan», y también caramelos de distintos sabores hechos con el producto y galletas de la misma procedencia. El negocio trabaja con las redes, desde su web e incluso por venta directa, en otro ejemplo de que hay personas que quieren seguir en los pueblos y que no se resignan a ver pasar las oportunidades, sino que las generan.
De eso estaba lleno el pabellón de Carbajales, que con la música de Manteos y Monteras de fondo volvió a demostrar que el medio rural está muy vivo y que tiene recursos para vender lo propio y para atraer a lo ajeno.