¿Qué sentimiento es el que puede motivar a alguien a trabajar, a gastar su tiempo y a enfrentarse a problemas en una actividad que no le va a ser agradecida y que no le va a reportar ningún beneficio económico? ¿La satisfacción personal? Replanteo la pregunta: ¿qué mueve a alguien que decide formar parte de una asociación de vecinos? Probablemente haya tantas respuestas como asociaciones existen, incluso más, tantas como miembros de juntas directivas de asociaciones sin ánimo de lucro existen.
En mi caso, pensándolo detenidamente, creo que para continuar en la asociación Desarrollo Comunitario de San José Obrero solo puedo responder desde la responsabilidad histórica. Mantener viva una llama que, con el paso del tiempo y el avance y la victoria por aplastamiento del capitalismo y el neoliberalismo, claramente se apaga. Responsabilidad histórica, en este caso, significa, por ejemplo, la necesidad de que la finca de La Josa siga siendo de utilidad para las personas que habitan el barrio. Objetivo con el que a principios de los setenta, una generación muchísimo más preparada que la nuestra, aunque lo habitual sea decir lo contrario, intentó crear conciencia social y redes de apoyo entre la gente trabajadora del barrio.
Eran otros tiempos, la solidaridad, la lucha de clases, y, hasta la democracia, tenían un valor más alto del que gozan ahora. El individualismo desenfrenado en el que, en mi opinión, nos hemos visto inmersos desde que cayó el Muro de Berlín, hace que el asociacionismo de cualquier tipo esté a la baja. Y en el caso del asociacionismo vecinal la situación está muchísimo peor. La falta de relevo generacional es alarmante en la mayoría, por no decir en la totalidad, de las asociaciones de vecinos de la ciudad. Y, ojo, aunque me gusta decirlo y realmente lo creo, no todo es culpa del capitalismo, también las asociaciones debemos hacer autocrítica y ser conscientes de que en algunos casos los personalismos o la bunkerización de algunas juntas directivas alejan a personas que podrían acercarse al trabajo por el bien común.
Saco a relucir estas reflexiones a la vista de una de mis semanas preferidas del año desde que era un crío. Las fiestas de San José Obrero. Escribo estas líneas pensando en mis compañeros, para que sepan que aunque en ocasiones se lleven malas caras, peores contestaciones o que haya personas que no entiendan que una asociación no es una empresa donde se persigue el beneficio económico, sigue mereciendo la pena organizar estos días festivos.
La mirada de los niños
Un niño o una niña no entienden lo que es el trabajo asociativo en la sombra, lo que significa construir tejido social, pero sí pueden entender que durante unos días la fiesta y el foco de interés están en su barrio y no en el centro de la ciudad. Pueden sentir la alegría de ver sus calles engalanadas con humildes banderines que recuerdan que durante una semana lo importante está aquí, al lado de su casa, su colegio o sus parques. Probablemente no todos los niños y niñas se preguntarán por qué su barrio está en fiestas, pero habrá algunas que sí. Y puede que se pregunten quienes se encargan de organizarlas y por qué. Ahí está la semilla que las fiestas nos ayudan a plantar y que nunca debemos abandonar por más que muchos días nos hagamos la pregunta que cualquiera que ha estado en una asociación se ha hecho: ¿a mí quién me manda meterme en estos jaleos?
Empecé este artículo, y lo titulé, haciéndome preguntas. No tengo muy claras las respuestas, pero pienso en el niño que fui un día, loco por quedarme con mis amigos del colegio a ver las verbenas; en el adolescente y joven que también fui y el orgullo que suponía ver por un fin de semana a mis amigos del instituto subir a mi barrio en vez de, como siempre, bajar nosotros al centro de fiesta; y por último, pienso en el padre que le explica a sus hijas por qué llega tarde de las reuniones del barrio, esperando que también ellas, algún día, tengan ese orgullo y conciencia de barrio, que al final es lo mismo que tener orgullo y conciencia de clase.