A última hora del miércoles 24 de abril de 1974, el alférez António Tiza, de guardia en el cuartel de Bragança, recibió una llamada de teléfono de un oficial del Ejército portugués. Durante la conversación, el joven militar de apenas 25 años escuchó las instrucciones y comprendió cuáles eran las señales que debía de seguir: «En menos de media hora, oímos por la radio la primera canción; más tarde, la otra. Era el arranque de la Revolución de los Claveles», explica el protagonista medio siglo después. «Tomamos las medidas que nos dijeron», añade.
Cumplidos los tres cuartos de siglo, António Tiza es hoy el presidente de la Academia Ibérica de la Máscara de Bragança y un hombre muy vinculado a Zamora principalmente por la influencia de esas tradiciones ancestrales. En su memoria, todavía siguen frescos los recuerdos de aquella noche al pie de la frontera en la que jugó un pequeño papel en la revolución. Tras-os-Montes, como todo Portugal, se levantó en su primavera más romántica y conquistó la democracia que hoy conserva y que tanto anhelaba.
Y es que, en los años previos a la noche a la que luego regresará Tiza, todo era oscuridad: «Nuestra sociedad estaba atrasada y poco desarrollada en todos los aspectos», explica el ahora filósofo luso, que habla de Portugal en general y del distrito de Bragança en particular: «En general, se vivía con muchas dificultades. Eso no significa que hubiese hambre, pero sí teníamos muchas carencias de todo tipo. Por ejemplo, en educación. Se puede calcular que, en esta región, la tasa de analfabetismo funcional llegaba al 30%», indica el exmilitar.
Mientras, «el trabajo en el campo era muy duro y poco rentable en términos agrícolas». «Había poco dinero y dificultades para contar con los servicios esenciales», rememora Tiza, que procede de una aldea llamada Varge, a escasos kilómetros de la frontera con Zamora por Rihonor de Castilla: «En zonas como esa, había pueblos sin agua ni electricidad y las vías de comunicación eran de tierra, como si fuesen caminos rurales; como mucho, cubiertos con piedras», apostilla el vecino trasmontano.
A toda esa realidad había que sumar el problema de carácter político. Tras la salida de la jefatura del Estado de António Salazar y la entrada de Marcelo Caetano, todo había seguido básicamente igual. El país seguía inmerso en «una dictadura en la que no había libertad para nada» y en la que imperaba «el oscurantismo total». «Si había tres o cuatro personas juntas, podía ir la Policía y detenerlas», subraya Tiza. Los grupos de represión salazaristas, conocidos como los PIDE, dieron paso, en 1969, a los agentes de la DGS, pero «los métodos seguían siendo torturar y matar». En definitiva, lo que se esperaba como «una primavera marcelista» siguió siendo «un invierno».
Para entonces, Tiza ya había desarrollado una cierta conciencia política, siempre en la clandestinidad. Desde esa posición siguió, por ejemplo, los detalles de la creación del Partido Socialista Portugués, que nació en 1973 en Alemania de la mano de Mario Soares: «Ya había una expectativa de cambio en todo el país», aclara el filósofo luso, que en esos primeros 70 había sido llamado, como todos los muchachos de su quinta, a cumplir con el servicio militar.
Rumbo a Mafra
Según las normas portuguesas de la época, los chavales eran clasificados en función de su nivel formativo. António Tiza, que ya había terminado sus estudios en el liceo de Bragança, fue enviado al cuartel de Mafra, en la región de Lisboa, como oficial miliciano. Tras el curso correspondiente, el protagonista de la historia ascendió a la primera categoría de los subalternos y, merced a sus buenas calificaciones, pudo escoger un destino lejos de las colonias africanas donde Portugal libraba guerras escasamente rentables.
Así que ni Angola ni Monzambique ni Guinea Bisáu. Tiza se decantó por un cómodo regreso a su casa, a Bragança. Y por eso estaba allí en el cuartel de la ciudad cuando recibió la llamada de aquel oficial de la revolución. En ese instante, ni el recuerdo del fracaso reciente del Levantamiento de Caldas, solo 40 días antes, disuadió al entonces militar. «Nunca tuve dudas, aunque si el movimiento llega a fracasar habría ido a la cárcel», asegura.
La madrugada del 25
Aparcado cualquier pensamiento intrusivo, y según las órdenes que el alférez Tiza había recibido, a las dos de la mañana él y varios compañeros reunieron a los soldados en «la parada», el lugar donde formaban las tropas. Para entonces, la gente ya buscaba información, «saber lo que estaba pasando». Los presentes recibieron las explicaciones pertinentes y todo discurrió con tranquilidad en esta zona, no así en un cuartel cercano como el de Chaves, donde hubo reticencias internas que causaron más alboroto.
En paralelo, esa misma noche, un pelotón de unos 30 hombres viajó hacia el puesto de Quintanilha, justo en la frontera con Zamora por la parte de Aliste, en lo que fue un «acto sobre todo simbólico». La idea principal era controlar a la policía política que se ubicaba al pie de La Raya. Entre los días 25 y 26, muchos de esos miembros de la DGS terminaron presos en una ciudad de Bragança que «no opuso ninguna resistencia» a la Revolución de los Claveles, cuyo epicentro se registró en Lisboa.
El líder de la dictadura moribunda, Caetano, partió desde la capital hacia la isla de Madeira, y de ahí al exilio en Brasil. Mientras, en Tras-os-Montes, desde primera hora de la mañana, las noticias fueron corriendo como la pólvora y el pueblo se echó a la calle. De hecho, pocas horas después, durante la jornada del 27 de abril, miles de vecinos de la ciudad rayana se manifestaron hacia el cuartel para expresar su apoyo a los militares que se habían sublevado contra el régimen imperante.
De Zamora a Bragança, al cine
Portugal entró rápidamente en la democracia y se adelantó unos meses a España, que abrió el proceso a raíz de la muerte de su propio dictador, Francisco Franco, en noviembre del año siguiente. António Tiza rememora cómo en aquel lapso de tiempo en el que el país luso veía florecer su nueva etapa, mientras los vecinos zamoranos continuaban en la oscuridad, aumentaron las visitas de la gente del otro lado, principalmente «para ver cine que allí estaba prohibido».
Los zamoranos comenzaron a pasar a Bragança para disfrutar de las películas que no podían ver en casa y la relación se fue abriendo poco a poco, con los lógicos avances que vinieron, ya en los 80, de la mano de la entrada de ambos países en la Unión Europea, y más adelante con la realidad del espacio común sin controles fronterizos. «Durante las dictaduras, Franco y Salazar no se odiaban, pero tampoco se relacionaban», y eso afectó a los vínculos entre las gentes, remarca Tiza. Tiempos pasados, en definitiva. Es 25 de abril de 2024 y, en un suspiro y muchos claveles, ha pasado medio siglo de aquella llamada al alférez del puesto de Bragança.