Con la mañana ya bien avanzada, Amanda Araújo entra y sale de su despacho de pan, departe con las vecinas y aprovecha el calorcito del sol cuando no hay clientes. A esas alturas, ya hace más de ocho horas que se levantó para arrancar la jornada, pero esta mujer parece conservar intacta la energía mientras charla con quienes llegan a su local y explica cómo ha cambiado su vida en los casi dos años que lleva al frente del negocio junto a su pareja, Enrique Méndez. En 2022, ambos decidieron quedarse con la panadería de Nuez de Aliste, en un movimiento con muchas implicaciones en lo cotidiano y en lo emocional.
El negocio que ahora llevan estos dos jóvenes pertenecía al abuelo de Enrique, que murió. Un año después, Amanda y el nieto del dueño anterior se decidieron a reabrir la panadería y empezaron a aprender que el invierno es resistir y el verano trabajar para hacer hucha, como en una gran parte de los comercios abiertos en la comarca: «Pero la gente lo pinta mal en los pueblos y no es como dicen», señala ella, que se crió en la zona y que sabe lo que es marchar con mucho desgaste y regresar convencida de que la vida en los sitios pequeños trae aparejada muchas ventajas.
«Este es un sitio cercano, conoces a los vecinos y sabes sus gustos», indica Amanda, en referencia al negocio. En lo tocante a la vida, «la calidad aquí es mejor en todo». «Hasta en la comida, porque poder cultivar tus tomates y tus lechugas no tiene comparación», aclara la panadera alistana, que regresó espoleada por el amor de su pareja a esta comarca tras pasar varios años en Salamanca: «Chocábamos mucho hasta que me di cuenta», admite. El impacto psicológico de la pandemia también le dio un empujón.
Con la convicción de que en Nuez harán la vida y de que la panadería era una buena opción para ganársela, ambos acumulan ya dos años de experiencia en los que su pueblo no es el único escenario en el que se manejan: «Repartimos por los pueblos de alrededor. Llegamos hasta Riomanzanas por un lado y, por el otro, hasta Gallegos o Mahíde», destaca Amanda, que matiza que su negocio acude, de forma ambulante, a doce o trece localidades: «Nos organizamos por rutas, porque no es rentable si chocas con otros panaderos», subraya.
En Nuez, la gente tiene la ventaja de contar con el despacho abierto varias horas y ubicado, además, en un lugar céntrico que, muchas veces, se convierte en punto de encuentro: «Hemos estado de vacaciones y, a la vuelta, la gente entraba y se decían unos a otros: ‘Hombre, vecino, que hacía mucho que no te veía’. Se quedan hablando a la puerta e igual no vuelven a coincidir hasta que tengan que venir otra vez a por el pan», sostiene la responsable del local.
En lo referente a la dureza del trabajo, Amanda Araújo lo tiene claro: «Si te gusta trabajar, te adaptas. En invierno nos levantamos a las cuatro y media, pero en verano a la una y media igual ya estamos en pie», remarca la panadera, que admite que agosto, para ellos, es «escuchar las verbenas de lejos mientras se pasa calor en el horno».
La chavalería del pueblo, que se multiplica en el octavo mes del año, se lo agradece yendo a por napolitanas o a por hornazo antes de volver a acostarse, y es que la gama de productos de este negocio no se reduce al pan: «La gente está muy contenta también con las pizzas o con las empanadas», asegura Amanda, que vende igualmente algunos tarros de la miel que produce su padre en Trabazos. Todo de cercanía, en definitiva.
Antes de despedirse, la panadera explica que, en Nuez, también hay tienda y un bar que ha abierto otro chico joven: «Este pueblo tiene bastante vida», constata Amanda, que revela el nombre de su negocio: «El horno del abuelo». «Me he dado cuenta de que aquí todo es más fácil», concluye.