Desde su parcela, en la parte alta del pueblo, Manuel Ratón divisa casi todas las casas y el entorno natural que rodea a Villarino tras la Sierra. La localidad se ubica en los confines de Aliste, a un paso de Portugal y más allá de la carretera sinuosa que aparece tras dejar atrás San Mamed. La escasez de población tan común en la comarca lleva la quietud a este lugar, pero aunque tampoco aquí el médico vaya más de una vez al mes o sus gentes también se hayan marchado en busca de otros horizontes, este no es un sitio ordinario. Y en el terreno de Manuel hay pruebas de sus particularidades.
El vecino saluda con una camiseta en la que se lee el nombre del pueblo, aplaca el entusiasmo ruidoso de sus perros y hace un paréntesis en la faena en la que estaba inmerso. En la tierra que rodea la casa de Manuel hay un pequeño huerto y también unos árboles frutales que son marca de la casa, o de Villarino: «Ese es un paraguayo y ahí está el granado», señala el hombre, que se instaló en la localidad de su familia hace relativamente poco, pero que ya era consciente de que, en este lugar, agarra lo que pongas. Y lo que sale es de calidad.
En la casa de al lado, su hermana, Elvira Ratón, confirma ese punto: «Cuando pruebas lo de aquí, ya no quieres lo comprado. Nosotros llevamos teniendo estas frutas toda la vida», destaca la vecina de Villarino, que se mete en casa para buscar argumentos visibles y que sale con una naranja y con dos limones bien hermosos que vienen de sus árboles.
Pero no son solo las granadas, los paraguayos, las naranjas o los limones. Elvira, y su hija Sonia, se ponen a enumerar el resto de los árboles y de los frutos que se dan en la localidad y casi no acaban: «Los kiwis, las peras normales y las de conferencia, el cerezo salvaje, las manzanas, los madroños, las castañas especiales de esta zona, los almendros, los pistachos… También se ha hablado de mangos, pero nosotras eso no lo hemos visto», aclaran.
La madre insiste en que esto va más allá de la cantidad y señala la calidad de los productos de la tierra: «Lo que pasa es que no son para vender. La gente los tiene para su consumo», aclara Elvira Ratón mientras pasa al lado de su nieto Lucas, que juguetea en brazos del padre, y señala una palmera de buen aspecto que trajo hace muchos años de Suiza. Ahí sigue también.
Entre las montañas
La familia intenta explicar las razones de esta prolífica producción de frutas en el pueblo: «Tenemos como una especie de microclima. Esto está más recogido y sí que se nota un cambio de temperatura cuando vienes, por ejemplo, de Grisuela, que es su pueblo», apunta Sonia, en referencia a la localidad también alistana de la que procede su pareja: «Estamos aquí entre las montañas», recuerda esta mujer, que considera que las heladas son menos o más débiles que en otros puntos de la contorna.
La hija de Elvira también subraya que el pueblo tiene en marcha ahora un proceso de concentración parcelaria que, quizá, podría abrir la puerta a algún tipo de negocio vinculado a esta producción frutal, toda vez que esos cambios en la distribución del terreno facilitarían que alguien pudiera disponer de extensiones grandes para obtener más cantidades.
Pero eso, de momento, es solo una ilusión para el futuro. Mientras, en Villarino tras la Sierra sigue habiendo poca gente: unos 60 censados y algunos menos viviendo de continuo. ¿Y cómo podría revertirse eso? «Si viniera otra pandemia», sostiene resignada Elvira Ratón. Esa misma tarde, su hija, su yerno y su nieto regresan a Zamora, quizá con el maletero cargado con algunas de las frutas que se dan allá en el pueblo.