Abandonado, quemado, en situación de insalubridad, con las puertas de par en par y con restos de lo que en su día fue un lugar en el que vivieron las religiosas de la Comunidad de San Juan de Jerusalén, «las juanas», como se las solía conocer. Así está el convento de lo que en su día fue la orden religiosa en Zamora, un lugar que las tres monjas que quedaban en la ciudad abandonaron hace ya más de quince años y al que el paso del tiempo ha condenado al abandono, a ser un lugar en el que viven indigentes y al que entran grafiteros a hacer de las suyas. «Un peligro», denuncian algunos.
La cuestión se ha puesto de actualidad tras una denuncia del partido UPL, que pedía al Obispado, «como propietario del inmueble», que se hiciera cargo de él y lo adecentara. Sin embargo, fuentes del mismo Obispado confirman a este periódico que el convento no les pertenece. El edificio, insisten, es propiedad de la orden de religiosas, de la misma manera que los conventos, residencias o colegios religiosos «pertenecen a otras órdenes». Lo que sí hizo en su día el Obispado, «no por obligación y sí por buena voluntad», fue tapiar el acceso de atrás. Medida infructuosa, porque los indigentes y los vándalos han entrado por alguna de las varias puertas delanteras existentes. El edificio ha llegado a estar precintado por la Policía, pero el precinto se ha roto sin que pasara nada.
La cuestión se ha puesto en conocimiento de la orden, pero todo Indica que, si ninguna institución pública se hace cargo del edificio, se quedará conforme está. La Comunidad de San Juan de Jerusalén ya no tiene presencia en Zamora pues sus tres últimas representantes, Sor Rosario Fernández, sor Candelas Sevillano y sor Inmaculada Sánchez, fallecieron hace años. Y la orden no vive tampoco sus mejores momentos a nivel nacional, con solo tres monjas en toda España, las tres en Vitoria. «Se les ha hecho saber la situación, pero la realidad es la que es», apuntan fuentes eclesiásticas. En Zamora, las religiosas lo abandonaron antes de que la orden se extinguiera en la provincia, pues era muy poco recomendable que las tres personas que quedaban ahí vivieran en esas condiciones, y pasaron sus últimos días con las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
El convento está apartado del resto de edificios de Los Bloques, ubicado en el camino viejo de Toro, pero realmente es un peligro para quien quiera entrar en él. El suelo está literalmente lleno de cristales, hay colchones tirados y quemados en varios sitios, la cocina está invadida por los platos rotos y el techo amenaza con desprenderse en cualquier momento. El hueco del ascensor también se las trae, y hay que ser muy valiente para subir a la planta de arriba por esas escaleras. La capilla está vandalizada con grafitis antiguos y otros frescos.
Pero hay restos, pese a todo, de la intensa vida religiosa que hubo en su interior. En la cocina resiste al paso de los años una pequeña «chuleta» que las «juanas» usaban para la bendición de la mesa. Hay catecismos, calendarios y escrituras tiradas por el suelo. Lo que no hay son figuras (cristos, vírgenes ni nada que se le parezca). Incluso quedan por ahí cosas del día a día, como una bolsa de harina o parte de un ejemplar de La Opinión de Zamora de enero del año 2010. Es de suponer que la noticia de apertura interesara en el convento: «La cofradía de Jesús Nazareno podrá ser presidida por una mujer».
Cederlo a otros usos
Con el convento, o se toman medidas rápido o habrá poco más que hacer aparte de demolerlo. UPL reclama a los titulares que «procedan a ceder el inmueble a otras instituciones para diversos usos. Hoy, tras una mínima adecuación, sería ideal para un uso social, siempre preferible a dejarlo perder por inacción». La realidad es que es difícil pensar que una mínima intervención pueda salvar el edificio, que se hunde. De pasar algo, dice UPL, las autoridades eclesiásticas «serían responsables pues, avisadas de la situación, no han tomado medidas».
La historia de la orden en Zamora
Fue en el siglo XIV cuando la Comunidad de Religiosas de San Juan de Jerusalén se asentó en Zamora, concretamente en Fuentelapeña. Años más tarde pasaron ya a la ciudad, cerca de la Iglesia de La Horta, en el siglo XVI. En 1835 las religiosas, en plena Desamortización, fueron expulsadas del lugar y llevadas al convento del Corpus Christi. Y ahí permanecieron hasta que, en la segunda mitad del siglo XX, se construyó el actual convento, donde llegaron a superar la veintena de monjas, todas ellas de clausura. La vocación fue descendiendo y la cifra se redujo hasta tres, que fueron las que dejaron, «con gran pena» como aseguraban en entrevistas de entonces, el convento.