Aunque nos gusta pensar que de la pandemia de covid-19 salimos más fuertes, diversos estudios señalan que las adversidades y los desafíos a los que nos hemos enfrentado desde 2020 no han producido cambios psicológicos positivos destacables. Y eso nos lleva a pensar que, para que se produzca un crecimiento postraumático, el acontecimiento que lo genera debe poner en tela de juicio las creencias fundamentales del individuo sobre sí mismo, los demás y el mundo en general.
Concretamente, hablamos de crecimiento postraumático (PTG, por sus siglas en inglés) para referirnos a los cambios positivos que desencadenan en nosotros las experiencias negativas. Estos cambios son de naturaleza deliberada y requieren reflexión, es decir, un examen consciente del elemento adverso.
Según el modelo PTG, cuando una persona reconstruye una serie de creencias básicas que se han visto alteradas por las circunstancias consigue regular sus emociones de un modo que fomenta el pensamiento constructivo. En estos casos, la transformación que se produce va más allá de un cambio resiliente pero temporal de la conducta: afecta a la filosofía de vida.
¿Hemos salido fortalecidos?
La psicología lleva décadas esforzándose en conocer cómo las personas se adaptan a los cambios introducidos por acontecimientos vitales adversos de carácter global como la pandemia de covid-19.
En 2020 llevamos a cabo un estudio en el que llegamos a la conclusión de que tener un mayor nivel académico (tener estudios universitarios), estar empleado por cuenta propia, tener autoeficacia (creencia de las propias capacidades a la hora de poder realizar las conductas necesarias para lograr un resultado deseado) y, en menor medida, el optimismo aumentaron los niveles de resiliencia. Sin embargo, eso no produjo un crecimiento postraumático relevante.
El resultado sugiere que para que se produzca una adaptación resiliente es preciso que la persona cuente con los recursos necesarios para alcanzar un significado vital que impulse su adaptación a la situación.
Los mayores: más aislados y con menos acceso a la tecnología
Las personas mayores estuvieron entre las poblaciones más afectadas por esta pandemia. La vulnerabilidad de este grupo se debió, en gran medida, a la mayor tasa de mortalidad asociada con la infección. Pero también aumentó la soledad no deseada y el aislamiento por las medidas de distanciamiento social y confinamiento.
La pandemia por covid-19 nos mostró que es fundamental garantizar el acceso a la atención sanitaria y preparar al sistema sanitario para poder responder a ese tipo de eventualidades. Pero además, en paralelo, debemos desarrollar programas que permitan preparar a los mayores ante dichas contingencias con apoyo psicológico, emocional y social.
En este sentido, las tecnologías digitales pueden ser una herramienta valiosa como vía de comunicación. Pero para que resulten realmente útiles, es necesario que este colectivo pueda estar en condiciones de usarlas, además de preparar vías de intervención efectivas a través de los medios digitales. Por lo tanto, la alfabetización digital es esencial.
Profesionales de la salud desprotegidos
Otro colectivo muy afectado durante la pandemia fue el de los profesionales de la salud, que experimentaron una exposición constante al virus SARS-CoV-2 incluso cuando no se sabía nada de cómo enfrentarse a él. Aunque evidentemente era necesario garantizar el suministro adecuado de sistemas de protección, debía acompañarse de la capacitación para su correcto uso y la implementación de protocolos de seguridad.
Asimismo, la presión sostenida puede llevar a un agotamiento físico y emocional que exige actuaciones que permitan su recuperación, como la rotación de personal. Durante la pandemia, sin embargo, el personal de los hospitales y centros de salud no contaba con programas de apoyo psicológico a las situaciones adversas vividas (personales y profesionales) para mejorar su capacidad de afrontamiento y estado de salud mental.
Esta pandemia nos ha hecho reflexionar sobre la necesidad de mejoras en el sistema de salud pública para fortalecer la capacidad de respuesta en futuras crisis, tanto en infraestructuras como en la planificación de emergencias.
Recuperar la salud mental
Para toda la población, pero especialmente para los colectivos más vulnerables, resulta fundamental abordar las consecuencias psicológicas que aún arrastramos de la pandemia y ofrecer apoyo, recursos y estrategias que fomenten la resiliencia y mitiguen los impactos en la salud mental. Estas estrategias incluyen disponer de servicios de salud mental, programas de apoyo comunitario y medidas de prevención del agotamiento profesional para el personal sanitario. Entre otras cosas, es necesario aumentar la sensibilización y la capacitación en la atención a la salud mental de personas mayores y de sus cuidadores.
En el ámbito gubernamental, conviene implantar políticas que aborden de manera específica las necesidades de cada grupo vulnerable, reconociendo que las soluciones no son universales.
Las organizaciones no gubernamentales y la sociedad civil también desempeñan un papel crucial. A través de programas de apoyo, campañas de concienciación y acciones solidarias, estas entidades pueden contribuir significativamente a mejorar la calidad de vida de los colectivos vulnerables. Eso sí, la sensibilización y dinamización de dichas estrategias no pueden ser improvisadas.
A nivel individual, la empatía y la conciencia son herramientas poderosas. Es importante educar y proporcionar herramientas que permitan la participación coordinada de la comunidad en situaciones adversas. Y eso pasa, qué duda cabe, por la conciencia individual.
Maria Auxiliadora Robles-Bello, Profesora titular del área de psicología evolutiva y de la educación del departamento de Psicología, Universidad de Jaén; David Sánchez-Teruel, Profesor Titular del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico, Universidad de Granada y Nieves Valencia-Naranjo, , Universidad de Jaén
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.