Sucedió el día en el que Samara Jiménez empezó la Educación Secundaria Obligatoria en un centro de Zamora capital: «Cuando llegamos, vino la profesora y nos metió a todos los gitanos y gitanas en una clase, apartados del resto del curso normal. Estuvimos así más de un año», recuerda la propia afectada, que subraya que el panorama no cambió hasta que los propios responsables del instituto vieron que ella quería «seguir estudiando y hacer las cosas bien».
Hasta ese momento, ni Samara ni el resto de sus compañeros gitanos tenían contacto con el resto de la clase. «Estábamos como en un apoyo hasta que hablé con el director y me reconocieron que habían hecho mal», señala esta mujer, que destaca que, en aquel centro, nadie la conocía de nada. «Acabaron por decirme que tenía un nivel normal y que no tendrían por qué haber hecho eso», zanja.
La historia de Samara Jiménez es la de una adolescente discriminada que bien pudo salir rebotada del sistema educativo tras aquel periodo fuera del ritmo normal de las clases. Pero resistió para contarlo, dar ejemplo y formarse. Ahora, a sus 20 años y tras concluir un ciclo superior de Educación Infantil, trabaja como técnico en la Fundación Secretariado Gitano y trata de combatir circunstancias como las que ella padeció, aunque ahora no se detecten escenarios de esa gravedad en Zamora, por lo que a ella misma le consta.
Samara protagonizó este miércoles una de las charlas que escucharon los asistentes a la jornada de celebración del Día Internacional del Pueblo Gitano. En su intervención, la joven recordó que la cultura gitana «no sale en las aulas» y recalcó la importancia de ese hecho, por mucho que pueda parecer una nimiedad: «Nos sentimos un poco apartados. Estudiamos la cultura egipcia o la griega, pero nosotros no estamos incluidos», advirtió.
«¿Por qué no se estudia la cultura gitana? No lo sabemos, y precisamente por eso estamos reivindicando nuestros derechos y yendo incluso al Congreso para defenderlos. Tendrían que empezar por saber quiénes somos, dejar los estereotipos a un lado, conocernos y mantener un contacto frente a frente», explicó, ya tras bajar del escenario, la trabajadora de la fundación.
Para Samara Jiménez, un mayor conocimiento ayudaría a la hora de que los gitanos se sintieran más integrados en las aulas y facilitaría también que el resto de las personas evitaran comportamientos como los que tienen que soportar algunas personas de su etnia a la hora de presentarse a una entrevista de trabajo: «Te hacen unas preguntas que al resto no le harían y generalmente no te aceptan. Ponen excusas y no te dicen las cosas tal cual para no tener problemas, pero suele pasar», reitera la técnico educativa.
Con todo, los avances se siguen produciendo, aunque sea a una velocidad menor que la que sería deseable: «Ya no hay tanta discriminación entre gitanos y no gitanos», apunta Jiménez, que admite que muchas veces esos comportamientos negativos se producen por actitudes bidireccionales causadas por «una mala relación». «Aún así, todavía queda mucho por luchar», concede.
El problema del absentismo
Entre las cuestiones que aborda la fundación para tratar de mejorar la integración de los chicos y chicas de etnia gitana en las escuelas y en los institutos, uno de los problemas más graves es el absentismo: «Al no ir a clase, no se les conoce. Y, cuando van, no están preparados. Eso hace que, luego en casa, muchas veces tampoco tengan el comportamiento que deben tener», reflexiona Samara Jiménez, que antes había lanzado varios mensajes públicos que iban en esa línea.
«Pido desde aquí que los niños sigan estudiando, que estén en el colegio», clamó Jiménez, que demandó que a los pequeños que van a las aulas no se les conozca como «los gitanos». «A las personas hay que llamarlas por sus nombres y sus apellidos. Yo soy Samara Jiménez y no soy solo una gitana. Tengo una vida y tengo un trabajo», concluyó esta joven, que permanece irreductible en la batalla por la integración. Para que nadie sufra lo que ella tuvo que padecer cuando empezó la ESO.