En los laterales de la plaza de San Vitero, cerca del mediodía del jueves, los vendedores van recogiendo su género para volver a casa o marchar al siguiente pueblo. Mientras el llenado de cada parte de atrás del camión o de la furgoneta se convierte en un tetris, la soledad invade el entorno. Nadie se agolpa a las puertas de los vehículos para reclamar otro par de zapatos o una bata antes de que los ambulantes enfilen la carretera: «Aquí va muy mal, como en todos los sitios», se resigna Julián Alonso, mientras sigue doblando ropa.
El de este vendedor de Peque es un caso particular. Ya veterano, el ambulante del sector textil ha plantado su furgoneta, su mesa y sus perchas en San Vitero por primera vez. La zona la conocía, pero nunca había ido a trabajar: «Me ha coincidido», se limita a apuntar mientras pregunta por la feria celebrada en la localidad un par de semanas antes: «Vendrían muchos puestos», remarca, como para justificar que la gente ya había adquirido lo que le tocaba en aquel evento y que por eso el día de ventas había transcurrido este jueves con más pena que gloria.
El comerciante de La Carballeda reflexiona sobre ello mientras habla de una vida que generalmente le lleva de Peque a los pueblos de la provincia de Ourense: «Siempre ambulante», asegura el dueño del puesto, que heredó el oficio y el destino de quienes le precedieron en la tarea: «Por Galicia andaba el padre y luego un cuñado, así que es la clientela que hay», resume.
En esa zona vecina, la cosa tampoco está boyante, según Julián: «No hay población. Todo esto es la España Vaciada y los pueblos se están quedando sin gente», analiza el vendedor, que tiene «algo de vivienda» en el entorno de Ourense y que pasa temporadas de 15 o 20 días consecutivos trabajando por la provincia gallega antes de retornar a Peque: «Ya van tres generaciones», recuerda.
Sin relevo
Entre su género, aparecen las prendas habituales y también monos de trabajo, mantas y cualquier pieza de tela. «Hoy mucha gente tiene vehículo y se desplaza para comprar», argumenta el comerciante, como para explicar por qué el negocio ha caído tanto, hasta el punto de que él mismo ya se ha resignado a convertirse en el punto final de esta aventura empresarial: «No creo que haya nadie que vaya a coger el relevo», sostiene.
Ahora bien, de momento, no piensa en dejarlo: «Yo ya tiro», asume Julián, que lamenta que la gente que queda en los pueblos vaya a quedarse sin un servicio cuando su vida laboral expire. En este caso, el de ropa, pero habrá que ver qué pasa con la alimentación y con otros tantos más: «Es difícil, porque si en lugar de llevar algo de ganancia marchas con pérdida…», deja en el aire el vendedor de Peque antes de girarse, seguir colocando y pensar en el siguiente destino.