Pedro Casablanc (Casablanca, Marruecos; 1963) ha hecho de todo en el cine, en la televisión y en el teatro. Solo le faltaba cantar, pero en el espectáculo de Xavier Alberti sobre Ramón María del Valle-Inclán también se quita esa espina. El prolífico actor llega al Teatro Principal de Zamora este sábado 6 de abril (20.30 horas) con una obra en la que se entremezclan el personaje del autor de Luces de Bohemia y el de Ramón Gómez de la Serna, dos figuras que el intérprete ya apreciaba y que aspira a defender desde las tablas.
– Más allá de la propia obra, usted tiene bastante interés personal en la figura de Valle-Inclán. ¿Considera que esta obra reivindica a un hombre que no está todo lo reconocido que debería?
– Sí, absolutamente. No está en el lugar que debería estar. Pero ni Valle-Inclán ni muchos otros. Quizá, Lorca un poco más por su asesinato, pero yo creo que los escritores que tanto hicieron por este país, que tanto pensaron por España, no están lo suficientemente valorados. En el caso de Valle-Inclán ocurre así, pero también en el de Gómez de la Serna, que se exilió y murió en el año 63 en Buenos Aires sin un reconocimiento real. Prácticamente no se publican ahora sus obras. Las de Valle-Inclán sí, porque ha quedado como una asignatura de colegio y afortunadamente sus libros están editados muy bien, hay algunos estudiosos de su obra y sigue estando ahí. Mi fascinación por Valle-Inclán viene de muy joven, desde que vi Luces de Bohemia por primera vez. Es una obra que no he representado nunca, al contrario que El Retablo, Tirano Banderas o Las Comedias Bárbaras. Incluso, he dirigido un cortometraje basado en El Sacrilegio, que es una pequeña parte de El Retablo. En definitiva, sí creo que es una figura que hay que reivindicar, y el espectáculo actual, con mucho humor y muy ameno, es una especie de conferencia en la que yo interpreto a Gómez de la Serna hablando de su admiración hacia la figura de Valle-Inclán.
– En el caso de Gómez de la Serna, ¿el exilio y el largo periodo del Franquismo le pasaron demasiada factura a su recuerdo?
– Sí, por supuesto. Valle-Inclán murió en enero del 36 y él no llegó a ver la danza macabra, como dice Gómez de la Serna; no llegó a vivir el momento esperpéntico de la guerra, pero Gómez de la Serna sí que se tuvo que exiliar a Buenos Aires, donde murió. Regresó antes en un viaje fugaz, pero tuvo que volver decepcionado y triste. Realmente no sé si ese abismo que separaba a las dos Españas en ese momento fue lo que hizo que Gómez de la Serna quedara prácticamente en el olvido. También hay que tener en cuenta que no es un autor fácil. Su literatura es compleja y, como dice mi amigo, el periodista Guillermo Busutil, hay que buscar en ella con cuchillo y tenedor.
– En general, usted defiende bastante a los autores españoles. Ha dicho en varias ocasiones que prefiere representar obras escritas aquí que otras extranjeras que, en ocasiones, ni siquiera se traducen bien. ¿Considera que, en esa línea, el teatro nacional está viviendo un buen momento?
– No lo sé. Ahora mismo, en Madrid, hay una obra sobre Pío Baroja, nosotros hacemos el espectáculo de Valle-Inclán y, efectivamente, los autores que escriben en lengua castellana ahora para mí tienen todo el respeto y el valor. Yo, cuando digo esto, es porque creo que la lengua de uno, al representarla sobre el escenario, te conecta mucho más contigo mismo, con tu personalidad, porque es lo que tú realmente hablas. Entonces, cuando en el teatro hablamos una lengua traducida, pienso que no estamos dándole todo lo que ese texto requiere. No digo que no haya que hacerlo. Incluso, yo haría en algún momento un Tennessee Williams, un Arthur Miller o un Shakespeare. Lo que ocurre es que las traducciones son traidoras, y no llegas realmente a transmitir la esencia o el alma de la lengua original como cuando haces un Valle-Inclán o un Lorca. En ellos está todo. No es posible hacer lo mismo con Molière, que escribía casi todo en verso y en España siempre se ha traducido en prosa. Me encantaría poder hacerlo en francés.
– En esta obra es la primera vez que se anima a cantar sobre un escenario. ¿Por qué?
– Me apetecía el reto. Soy bastante farandulero musical, me gusta mucho. Al contrario que otros que dicen que lo que se puede decir hablando no se tiene por qué decir cantando, yo creo que a veces es mejor cantar, sobre todo en las declaraciones de amor. Yo tenía esa espina o esa necesidad, así que cuando Alberti me propuso hacer este espectáculo, que todavía no tenía muy claro cómo iba a ser, yo le propuse meter unas canciones y me lo aceptó inmediatamente. Ahí está mi contribución a la formación del espectáculo, y la verdad es que lo disfruto mucho. Los musicales son muy agradecidos.
– Hay quien sería más conservador después de tantos años de trayectoria en todos los ámbitos de la actuación. ¿Su idea es seguir abriendo registros?
– Sí, claro, por supuesto. En el arte hay que seguir investigando, no puedes quedarte en lo que sabes hacer, porque hay tanta posibilidad de investigar, de hacer cosas nuevas y de sorprenderte a ti mismo, no solamente al público, que hay que enfrentarse a nuevos retos. Es lo que te mantiene vivo en este trabajo, sobre todo en el teatro. En el audiovisual, las cosas están más codificadas o como quieras llamarlo, pero si en el teatro tenemos cosas que pueden sorprender al espectador hay que hacerlas, claro que sí.
– Algunos de sus compañeros, ya consolidados, dicen que en este trabajo nunca cabe la posibilidad de relajarse, que siempre existe ese miedo a que no les llamen para trabajar. Con la carrera tan prolífica que ha llevado, ¿sigue existiendo ese temor para usted ahora o siente que ya está tan asentado que es muy difícil que eso suceda?
– Yo no tengo la sensación de que no me vayan a llamar, porque existe esa inercia. No he parado de trabajar nunca y me parecería muy raro que ocurriera ahora. Pero no por eso no existe ese miedo de una manera inconsciente. Siempre está ahí. En cualquier profesión liberal, en la que uno es dueño de su propio trabajo, esto debe ocurrir. Lo que sí es verdad es que te puede preocupar si los trabajos que te van a ofrecer son menos interesantes o si te ves relegado a papeles pequeños, pero yo estoy tranquilo con la edad que tengo ya. A estas alturas, si se detiene la cosa, no sería ni muy grave ni muy triste.
– En Zamora, en el Teatro Principal, varias de las obras recientes han cosechado llenos o buenas entradas. ¿Considera que el género está fuerte ahora?
– Creo que sí. Eso que me dices es una buena noticia y corrobora que el espectador necesita ver a los actores en vivo. Muchos de nosotros queremos estar ahí e ir de gira. Ahí están Javier Gutiérrez, Carmen Machi, Blanca Portillo o Carlos Hipólito. Queremos hacer teatro y queremos que el público esté cerca de nosotros. De alguna manera, eso hace que el teatro se revitalice cada día. Por otra parte, tenemos la base del audiovisual, que cada vez tiene más demanda. Lo audiovisual ha atraído a lo teatral. Aun así, no olvidamos que somos unos privilegiados los que tenemos la suerte de trabajar.
– Es compatible ver Netflix con ir al teatro.
– Sí, es compatible y complementario. Yo soy un gran espectador de plataformas y voy muchísimo al cine, pero no dejo de ir al teatro.