En la Semana Santa del año 1968, el entonces presidente de la Resurrección, Adolfo Bobo, contactó con Antonio Pedrero para pedirle un favor. El artista acababa de instalarse en su casa al pie de San Ildefonso, un hogar con un patio idóneo para lo que pretendía el mandatario de la cofradía: ofrecer un ágape a las autoridades que acompañaban ese domingo a la procesión rumbo al encuentro. «Aquí estaba casi todo a medias», recuerda el anfitrión 65 años después. Pero aceptó.
«Por entonces, había tres misas: en La Horta, en San Ildefonso y en La Horta otra vez, y él quería ofrecer aquí un refresco para ese grupo de personas. Invitaba él y pagaba él», señala Pedrero, que por entonces ya era de la cofradía de la Santísima Resurrección, precisamente merced a su relación con Adolfo Bobo: «A algunos amigos nos apuntó sin contar con nosotros. Pero a mí me pareció muy bien porque yo, ya desde crío, veía esa procesión desde La Golondrina en la Plaza Mayor y me atraía muchísimo por la fiesta tan particular y natural que tiene», apunta el artista.
La cosa discurrió así durante algunos años, con Bobo, «un arquitecto maravilloso», como organizador y pagador, y con Pedrero como anfitrión. Todo cambió en algún momento que el dueño de la casa no alcanza a precisar, entre finales de los 70 y principios de los 80: «Adolfo falleció. Aquello fue un accidente terrible», lamenta aún ahora el pintor, que recuerda al que fuera presidente de la cofradía de la Resurrección como «una persona fantástica y un amante de las artes absoluto».
Adolfo Bobo fue, entre otras cosas, uno de los arquitectos encargados de diseñar las llamadas Viviendas Ramos, ubicadas en Pablo Morillo, y una de las personas reconocidas de aquella generación, según rememora Pedrero: «Estaba muy preocupado por la cultura. Para nosotros fue un trallazo, una desgracia tremenda. Sin él, Zamora se convirtió en otra Zamora», sostiene el ahora veterano creador.
La continuidad
Sin él, a Pedrero le daba «no sé qué» perder aquella tradición y también que pudieran entrar «unos sí y otros no», así que decidió dejar de limitar el refresco a las autoridades: «Dije: venga, para todos», apunta el anfitrión de la primera fiesta de la Resurrección, que cita permanentemente a Bobo como el impulsor: «En su honor y en su homenaje lo hago todos los años», destaca.
Antonio Pedrero remarca que los primeros ágapes fueron «una cosa simbólica» a la que acudía «muy poca gente», pero el asunto se fue animando. Ahora, y desde hace años, el artista abre su casa para ofrecer centenares de churros, cantidades importantes de pastas y aceitadas, y el aguardiente. «Todo el mundo que quiera puede pasar cuando se hace el fondo. Yo digo que un día vamos a ir de aquí a Valorio, porque se preparan ya jotas y de todo», comenta divertido el anfitrión.
El organizador del ágape sigue disfrutando al ver en su patio «las varas floreadas de la procesión», y participa de esta «media hora intensa, pero agradable y muy bonita» que ahora se encargan de gestionar sus hijos y sus sobrinos: «Parece mentira que hayan pasado ya más de 50 años», desliza Pedrero, que incide en que seguirá haciendo esto mientras pueda y que tiene un recuerdo más para Adolfo: «Murió un día de San Antonio. Esto sigue siendo por él».