Para ella, la procesión empezó hace ya bastantes semanas. Con la prueba de la capa, que el año pasado era enorme y este año ya empieza a quedar mejor. Parece que no ha crecido, pero va a ser que sí, casi un palmo. «Pero mira, mira como vuela», dice mientras da vueltas con la capita puesta en la casa de su abuela. De esto hace días. Ganas de procesión no le faltan.
Las lluvias de esta semana tampoco han hecho mella en el ánimo, cómo va a pensar ella que va a llover justo el Sábado Santo. Pues mira, llovió y la procesión no salió. Una más que se suspende. El resto daba lo mismo, a ella la que le importaba era la Soledad.
«¿Pero si llueve no la pueden tapar?», pregunta cuando, a eso de las seis, comienza a ver llover por la ventana del salón. A ver quién le explica que no, que la Virgen ya se mojó el viernes por la mañana y más de uno casi se lleva un disgusto. Así que nada, a vestirse aunque la cosa pinta fea. Y la suspensión se anuncia cuando acababa de ponerse el segundo guante. Hay que ver qué mala pata.
– Si llueve no se puede salir, porque se moja todo.
– También podemos salir con paraguas, o nos podemos poner la capucha.
Que no, que no se podía. Que no hay más vueltas que darle. Pero qué pena cuando se oficializó una suspensión que estaba cantada, con las ganas que había. «Yo quería ir». El consuelo al principio parece complicado, pero al final todo se consigue. Es lo que tienen las primeras semanas santas, que parece que la siguiente no va a llegar nunca. Pero vaya que llega. Y entonces ya habrá que sacarle el bajo a la capa.