Acababan de dar las ocho en el reloj de la Plaza Mayor, estaban las Tres Marías a la altura del Ayuntamiento de Zamora, cuando se torció el asunto. Los organizadores de la procesión empezaron a correr de paso en paso hasta llegar a la altura de la Virgen de la Soledad, que en esos momentos estaba todavía a la altura de la plaza de la Constitución. «Corred, corred, que está lloviendo». Y el jefe de paso, a los cargadores: «Llueve, ligeros, paso largo». Ahí se acabó La Mañana.
La procesión empezó ya accidentada, con la controvertida decisión de aguardar hasta las seis de la madrugada para salir habida cuenta de que el recorrido corto (San Torcuato, Alfonso IX, Santa Clara) se daba ya por sentado. Tiene sentido esperar una hora si está lloviendo, para que escampe. Pero si al final la procesión va a salir fiándose de las previsiones de los meteorólogos, tanto da salir a las cinco como salir a las seis. Sin esa hora de espera, además, el desfile hubiera acabado con más desahogo. Juicios a posteriori, sí, aunque la decisión de esperar una hora no fue del todo entendida en las filas. Los hermanos estaban helados, esperando a pie firme mientras la banda se desfondaba para mantener el ambiente.
Por lo demás, la de Jesús Nazareno estaba siendo, hasta la entrada en escena de la lluvia, una procesión más pragmática que lucida. Fondos cortos y a avanzar, no sea que pase lo que al final pasó. Cuando empezó a caer la lluvia se acabó la música y solo retumbaba el sonido del tambor marcando el paso de los cargadores, un paso cada vez más rápido. Casi legionario. La Verónica, la Desnudez, la Crucifixión, la Elevación de la Cruz y la Agonía pasaron por la Plaza Mayor en menos de un minuto. La Soledad encaró la puerta de San Juan, con el manto bastante mojado, también a buen ritmo. Entró la Virgen, sonó el merlú y salud para otro año. «¡Señores, que al menos hemos salido!», celebraba alguno.