«Llueve».
Fue un hermano de vela de la Cofradía del Silencio el primero que dijo que llovía, y en el interior de la Catedral se hizo de verdad el silencio. Y es que lo decía segundos después de que los directivos de la cofradía, que no habían parado de mirar al cielo en toda la tarde, tomaran la decisión de salir. Decisión que tuvo una vigencia de minutos. Y es que parecía que el destino estaba en la suspensión, como finalmente ha sucedido.
Una hora y media antes de iniciar el desfile ya se había descartado el recorrido tradicional, el que lleva a los hermanos por Santa Clara hasta Alfonso IX para que regresen por San Torcuato. Lo que se imponía era un recorrido rápido y corto hasta la carpa de la plaza de Claudio Moyano. «Nosotros necesitamos 45 minutos, no más», aseguran los directivos al interlocutor de la Aemet con las cofradías. «Seguramente no llueva antes de las diez». «Nos vale».
La cuestión a la hora de entender el baile entre recorrido corto y suspensión hay que buscarla en que las previsiones últimas, las dadas a las ocho de la tarde, no se cumplieron. Entonces la cofradía tenía «asegurado» que no iba a llover hasta las diez de la noche, un lapso de tiempo suficiente para llegar con el Cristo de las Injurias a la carpa.
– «Hasta las diez, no hay agua», decían desde la Aemet. «Nos preocupa más el viento, que no es tan fuerte como antes pero que trae rachas de 90 kilómetros por hora».
– «Pebeteros fuera», respondían los directivos.
Y salieron los pebeteros. Y las puertas de la Catedral se abrieron de par en par para que las muchísimas autoridades e invitados que se encontraban en el interior del templo pudieran salir junto a la puerta del atrio para presenciar el juramento que hoy iba a pronunciar Luis Felipe Delgado De Castro. Pero cuando salieron las autoridades, el penitente del principio ya había entrado en la Catedral y ya había dicho lo que tenía que decir. «Llueve».