Puede que me bailen las fechas, pero estoy bastante seguro de que fue en 2009 y, si el curso empezaba en septiembre, esto debió de ocurrir a mediados de octubre. Teníamos permiso de nuestro profesor de toma fotográfica para salir a retratar Zamora y, paseando por la Rúa de los Notarios, la vi y disparé. La foto, que todavía conservo, es de lo más normal, yo diría que hasta mediocre, pero el mensaje de la pintada que había decidido retratar me impactó. «¿Habré muerto sólo para salvar el turismo?». Así rezaba, acompañada de un dibujo un tanto abstracto pero que sin duda reflejaba un Cristo crucificado en procesión.
A esa edad, en mi cabeza, era inimaginable la existencia de grafiteros católicos que quisieran concienciar a sus vecinos de la importancia de la fe cristiana. Pero ahí estaba, el vandalismo apostólico. Reflexioné, sin duda, y aunque no fue inmediatamente, ni el punto de partida fue aquella pintada, a lo largo de los años inicié una desescalada en mi pasión por la Semana Santa de la ciudad que me llevó de enfervorecido y participativo semanasantero a mi situación actual en la que aprovecho siempre estos días para salir de Zamora. Del mismo modo, y en sentido contrario, abandoné mi ateísmo radical de juventud para instalarme en un sereno agnosticismo. Como digo, ambos hechos fueron un proceso largo y productivo.
Cuando se aproximan estas fechas, vuelvo a recordar la pintada y me pregunto: ¿hemos vaciado la Semana Santa de su razón de ser? Hay un discurso instalado en gran parte de la sociedad que viene a decir que la Semana Santa no tiene nada que ver con la religión, que se trata de una celebración y exaltación de la propia ciudad. Una forma de autoafirmación comunitaria. Nuestro tesoro social y artístico del que presumimos frente al resto del mundo y que basamos en la tradición del reencuentro social y familiar y su correspondiente celebración en la calle. Puede ser cierto hasta un punto, y puedo compartirlo también en parte, pero ¿y la historia y la presencia de Jesús de Nazaret?
La Semana Santa, se contemple desde un prisma religioso o desde otro exclusivamente antropológico, se basa en la figura de Jesús, en los últimos días de su vida para ser más exactos. Además, en Zamora, tenemos la suerte de poder conocer dicha historia a través de la imaginería que desfila en orden cronológico desde el jueves por la tarde hasta el viernes por la noche, como si de una película sobre el Nuevo Testamento se tratase, gracias a las cofradías de la Vera Cruz, Jesús Nazareno y Santo Entierro y a los pasos que en ellas aparecen. Estos desfiles son una oportunidad perfecta para reflexionar sobre la historia, los actos y los discursos de ese hombre al que aludía la pintada con que iniciaba el artículo.
Del catolicismo puro al punto de vista histórico
La figura de Jesús se puede interpretar desde el catolicismo puro pero también desde un punto de vista histórico y, desde esa coordenada, me parece un ser humano y una historia fascinantes. Un hombre al que un estado opresor (los romanos) termina por dar muerte en connivencia con sus compatriotas (los judíos) a causa de las enseñanzas que predica, basadas en conceptos tan humanos, universales y atemporales como la igualdad y el amor, principalmente.
Solo destacaré algunos de los pasajes que considero claves en su recorrido, como la expulsión de los mercaderes del templo, su acercamiento a los leprosos y a los más débiles, su defensa de las prostitutas con la famosa sentencia «quien esté libre de pecado…», el sermón de la montaña y los bienaventurados, su continua prédica acerca del valor del perdón, el oportuno sentido en nuestro tiempo de constante exposición pública que se encierra en «cuando des limosna no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha», o la frase que sin duda más me gusta, «es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios», aunque puede que la frase no fuese exactamente así por culpa de alguna traducción errónea, eso leí al menos en una novela de Roberto Bolaño, pero que en ningún caso altera su importantísimo significado.
Está muy bien que Zamora tenga una semana que la distinga del resto del mundo, una semana que nos sirva para volver a los nuestros y a lo nuestro, una semana para revitalizar la economía de la ciudad a través del turismo y la hostelería. Pero no deberíamos olvidar nunca las enseñanzas de la persona que propició tanta fiesta, tanta reunión y tanta tradición.
Creo que los artículos deben terminar con una breve sentencia, un resumen categórico de lo que se ha expuesto, para este, sería que, vivamos la Semana Santa desde el prisma que nos parezca, el respeto y la reflexión sobre los actos y la figura de Jesús de Nazaret, la creamos real o literaria, y creamos o no en su resurrección, debería ser piedra angular de la celebración. Esto nos ayudaría a todos a no abandonar el verdadero origen de la tradición y, sobre todo, a ser mejores personas.