A primera hora de la tarde, rompió a llover en Zamora. La ciudad ya lo esperaba, pero las primeras gotas fueron la constatación de que aquello iba en serio. Las precipitaciones amenazantes se cernían como un peligro cierto sobre los desfiles procesionales del martes: el Via Crucis primero, Las Siete Palabras después, y el paso de los minutos añadió fundamento a la opinión de quienes pensaban que la cosa se había puesto difícil.
Mientras se acercaba el turno de los primeros, la ciudad se movía en un espacio indefinido de lluvia intermitente que tenía «bastante nervioso» al presidente del Via Crucis, Antonio Pedrero. Él mismo lo reconocía unos minutos después, cuando los hermanos iban accediendo a la Catedral con el teléfono en la mano, un ojo en el cielo y la confianza en que el desfile tuviera una ventana de tiempo suficiente como para echarse a la calle.
Contra esa esperanza, el recorrido. Durante las decenas de llamadas y contactos que la directiva mantuvo para decidir qué hacer con la procesión, siempre estuvo sobre la mesa la distancia que debía cubrir la cofradía para viajar desde la parte baja de la Cuesta del Mercadillo hasta el final del Puente de los Poetas. Con un episodio de lluvia, el desastre parecía garantizado y, a la postre, esa forma de ver la situación iba a pesar mucho entre quienes la tomaron.
En todo el proceso de deliberación, Pedrero no soltó el teléfono. De hecho, en ese lapso de tiempo, mantuvo varios contactos con Emeterio, el experto del que se fían algunas cofradías cuando se ven en esta tesitura. Incluso, en ciertas llamadas ya de última hora, el presidente del Via Crucis llegó a reunir en un corro a varios miembros de su directiva con el altavoz puesto para que procesaran junto a él toda la información.
Los datos que llegaban en torno a las ocho de la tarde dejaban la pelota en el tejado de la directiva. Nadie aseguraba la lluvia, pero tampoco que la procesión fuese a llegar ilesa a la margen izquierda. Las ventanas sin agua garantizadas apenas alcanzaban horquillas de quince o veinte minutos, y Pedrero y su equipo empezaron a deslizar mensajes negativos. Aquello no daba las suficientes garantías como para salir.
En una conexión con La 8 Zamora a falta de poco más de diez minutos para la hora oficial de salida, Pedrero ya indicó que la suspensión se había convertido en la posibilidad más factible, con «un 95% de probabilidades». Después de esa declaración, llegaron varias llamadas más, conversaciones internas y una convicción final que el presidente alcanzó sobre las ocho y cuarto. El escenario era inseguro para salir.
La comunicación al obispo
Visiblemente responsabilizado, Pedrero accedió al interior de la Catedral para comunicarle la decisión definitiva al obispo, Fernando Valera. El prelado recibió la noticia con la más absoluta tranquilidad, expresó con serenidad su comprensión y se mostró de acuerdo con la intención de la cofradía de priorizar la seguridad por encima de todo.
Ya pasadas las ocho y veinte, con los hermanos también en el templo, Pedrero se acercó al micrófono para comunicar la decisión y resumirla en una frase: «Ante la incertidumbre, me gusta ser precavido». La sentencia fue acogida primero con murmullos y luego con aplausos. Ya no había más que hablar. Quedaba la celebración del Via Crucis en la Catedral y los buenos deseos para otro Martes Santo.
En las calles, zonas como la rúa o la Cuesta del Mercadillo se fueron vaciando enseguida de hermanos de acera que habían guardado la fila con esperanza. Tendrá que ser en otra ocasión. También para los caballos y las jinetes del desfile, que asumieron la circunstancia con resignación. Otros, por su parte, no pudieron contener las lágrimas. «Ojalá Las Siete Palabras sí pueda salir», zanjó Pedrero en su intervención, con un deseo compartido por todos: que esta sea la última que se queda en el templo.