Pilar Antolín llegó a Guarrate para tres años y ya lleva más de quince. Lo que iba a ser una etapa de transición terminó por ocupar una parte muy extensa de la vida laboral de esta farmacéutica palentina que, tras pasar previamente por 32 establecimientos diferentes, acabó por echar raíces en un lugar insospechado: «No vine por elección propia, sino porque me dieron esta farmacia en un concurso administrativo. Lo hice por vocación, aunque tuve que dejar todas mis cosas, mi familia; todo», narra esta mujer, con un pedazo de su identidad empapado ya de la esencia de este rincón de La Guareña.
Tras el mostrador, Pilar despacha, aconseja, explica, escucha, sonríe y se apena cuando toca. Todo lo vive de la mano de los 315 habitantes de esta localidad, probablemente un puñado menos en invierno. Su farmacia es una de las más de 5.000 boticas rurales repartidas por España, unos negocios que «se caracterizan por no contar con muchos empleados y por tener una facturación baja», hasta el punto de verse en una situación de «viabilidad económica comprometida». La profesional palentina es, efectivamente, la única titular del establecimiento de Guarrate, que carece de empleados. De dinero no habla, pero su gesto sugiere lo que hay.
Las características generales citadas en referencia a este tipo de farmacias aparecen en el estudio «Determinantes sociales de la salud», un análisis elaborado por el Instituto de Salud Global de Barcelona que señala también que, a pesar de todo, estos establecimientos «ofrecen las mismas actividades asistenciales que los urbanos e incluso, en ocasiones, estas acciones son más frecuentes cuanto menor es el tamaño del municipio, como ocurre con el seguimiento de la adherencia terapéutica o la dispensación domiciliaria».
El estudio apunta también la existencia de un «efecto protector» de las farmacias rurales frente a la despoblación. En las localidades pequeñas donde hay botica, el deterioro se ralentiza, hay más mujeres y se pierde menos gente en edad de trabajar. En Guarrate, tal impacto positivo se percibe de forma tenue. Desde 2009, el municipio ha perdido un 11% de su población, mientras el conjunto de la provincia ha caído casi un 15%. La lectura, en todo caso, bien podría centrarse en qué habría ocurrido sin la farmacia o sin otros servicios que se mantienen, como el bar, la tienda o la carnicería.
Al hilo de esto, Pilar Antolín percibe que la gente de la localidad valora lo que tiene: «Son muy acogedores con las personas y con los servicios», asegura la profesional, que deja claro que los vecinos de Guarrate «acuden a la farmacia de su pueblo para que no se vaya al garete» Dicho de otro modo, si su botica ejerce un efecto protector sobre la localidad, se trata de un beneficio bidireccional. Los propios habitantes del municipio son conscientes de que deben contribuir al mantenimiento de este recurso. Les va mucho en ello.
Desde esa certeza, los vecinos acuden a Pilar con cotidianeidad, aunque generalmente a adquirir las medicinas que les corresponden por receta: «Lo bueno aquí es que tú conoces mucho a la gente y ellos te conocen mucho a ti, así que se establece una comunicación fantástica», analiza la profesional, que ha ido lidiando en estos años con todo lo que se le ha puesto por delante, incluidos distintos médicos, muchas sensibilidades y hasta las guardias que van castigando su paciencia.
La farmacéutica de Guarrate realiza sus treinta horas semanales y afronta lo que le venga aparte por turno: «Nos tocan las guardias hasta las diez de la noche y luego los fines de semana y los festivos para toda La Guareña. Lo que pasa aquí en farmacias pequeñas es que hay unas existencias mínimas, pero son minimísimas, porque si no tienes pérdidas, así que te pasas el día derivando a la gente a Toro y supone unos gastos tremendos abrir, más allá del propio tiempo libre», lamenta.
La pandemia y la idea de vender el negocio
Peor fue, en todo caso, la fase más dura de la pandemia: «Estuvimos veinte días sin médico, resignados, con la obligación de atender como fuese. Todo resultó muy complicado y, claro, yo tenía a mi familia en Palencia«, indica Pilar Antolín, que recuerda que la suya es «una profesión muy dedicada». «Te entregas mucho, te involucras», recalca la profesional, que ya para entonces llevaba meses con algo más que una idea rondándole la mente: era el momento de regresar a casa.
De hecho, el mismo día en el que se decretó el Estado de Alarma en 2020, esta mujer iba a firmar la venta del negocio, pero la gestión se le torció a última hora: «Yo aquí he llegado al punto de comprar todo el edificio para salvar mi licencia, pero he cumplido 60 años, mis padres son cada vez más mayores y lo conveniente para mí es otro tipo de vida», admite Pilar, que expresa sensaciones encontradas al hablar de esto: «Hay una parte de mí que no puede dejarlo», subraya.
Así, mientras encuentra comprador y batalla con sus tormentos, esta mujer llegada por casualidad a Guarrate, sigue prestando un servicio impagable a las gentes del lugar: «En este pueblo, nunca he tenido problemas con nadie. La gente está muy hermanada, la acogida ha sido en todo momento maravillosa y, desde ese punto de vista, estoy contentísima», reconoce Pilar, que cada día baja a su farmacia para abrir las puertas a unos vecinos que ya son sus paisanos: «Me he mimetizado», concluye.