Alberto Escalante Varona, Universidad de La Rioja
La lectura es indispensable para integrarnos en sociedad. Vivimos rodeados de información escrita con la que aprendemos. Pero también es una excelente actividad de ocio. En España, por ejemplo, un 98,1 % de personas mayores de 15 años puede leer. Reconoce grafías, letras y palabras y es capaz de seguir el hilo temático de un texto.
Pero si no hay voluntad para leer, si no se quiere leer, es imposible que esta actividad genere conocimiento o diversión. Y, para que los alumnos lleguen a ser miembros plenos de la sociedad, tienen que saber leer: o sea, comprender los textos. Para ello se necesita tiempo y constancia: crear un hábito.
La práctica y el hábito de la lectura
Leer es una técnica que se debe adquirir mediante una rutina continua y orientada. Es como montar en bici, tocar un instrumento o elaborar una manualidad: son tareas que necesitan práctica.
A esto deben contribuir el hogar y la escuela. El cuerpo docente, especialmente, debe estar preparado con técnicas y herramientas didácticas específicas para afrontar este reto.
Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿los futuros maestros, hoy estudiantes en facultades de Educación, han desarrollado un hábito lector? ¿Y están, por tanto, capacitados para transmitirlo y enseñar a querer leer a sus alumnos?
Veamos qué nos dice la investigación al respecto.
Barómetro de lectura
Cada año, el Ministerio de Cultura y la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) presentan el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España. La interpretación de los datos varía dependiendo de en qué problema o éxito queramos enfocarnos. Pero podemos extraer algunas conclusiones claras.
Un 64,1 % de españoles mayores de 14 años leen en su tiempo libre al menos una vez al trimestre. Pero el porcentaje de lectores frecuentes (a diario o semanalmente) baja al 52 %. Y un 35 % de la población entre 25 y 64 años no lee nunca. A más edad, menos hábito.
Entre los jóvenes y menores de edad, el panorama es mejor. A un 76 % de menores de 6 años les leen en casa. Un 86 % de niños entre 6 y 9 años lee libros que no son de texto (o sea, literarios o de ocio). De los 10 a los 14 años, un 86 % lee al menos una vez al trimestre. Y el porcentaje baja al 74 % entre los 15 y 18 años.
Son datos, a primera vista, muy positivos.
Más allá del barómetro
Pero la investigación académica en hábitos de lectura en España ha ofrecido resultados muy diferentes en los últimos 30 años. Se observa un preocupante patrón: el hábito lector disminuye una vez comienza la Secundaria.
La lectura está asentada como actividad de ocio durante la infancia. Pero, a medida que entramos en la adolescencia, cae en picado.
Los factores pueden ser muchos: desinterés, rebeldía, distracciones, mayor oferta de ocio… Además, en Secundaria se comienza a tratar la Literatura como contenido teórico e histórico (el profesorado se ha especializado en Filología e Historia de la Literatura, no en Literatura Infantil y Juvenil y animación lectora) y ya no principalmente como actividad de disfrute. Eso puede contribuir a la “ruptura” del hábito.
La lectura debe servir también para formarnos, no solo entretenernos. Pero esto supone un importante reto en las aulas. Es necesario ampliar la función educativa de la literatura, del ocio al aprendizaje, pero sin que eso implique que el alumnado pierda el gusto y hábito lector adquiridos en Primaria.
El papel de los docentes
Para ello, hace falta un profesorado bien formado en competencias lectoras. Y ahí está el problema: ¿el perfil lector del alumnado de las facultades de Educación responde a este requisito? La investigación al respecto no dibuja un panorama muy alentador.
En un estudio reciente en el alumnado de Letras y Educación de la Universidad de La Rioja, constatamos una preocupante tendencia que se repite en otras facultades españolas de Educación. El futuro profesorado de Infantil y Primaria no tiene hábito ni interés lector.
Los porcentajes de alumnos a los que no les gusta leer oscilan en torno al 50 % de los encuestados. No suelen leer más de un libro al mes. Se detectan importantes carencias en su interés por la lectura formativa, a la que no siempre le encuentran utilidad. Y el tiempo que dedican a la lectura no supera las dos horas semanales.
De la teoría a la práctica
Esto dibuja un panorama grave para el futuro. Los docentes en las facultades de Educación insistimos en nuestras clases en la importancia de leer. Pero el alumnado, según arrojan las investigaciones realizadas, carece de esa percepción.
Esta situación no es exclusiva de las facultades de Educación. La tendencia en falta de hábito lector se repite en otras áreas de conocimiento y podría suponer un problema general en los estudiantes universitarios españoles. Eso sí, carecemos de estudios suficientes al respecto, por lo que aún no podemos trazar un mapa completo del estado de la lectura universitaria.
Romper un círculo vicioso
En todo caso, el problema es evidente y surge ya durante la educación obligatoria. Los índices de hábito lector y comprensión lectora en esta etapa no han mejorado significativamente en los últimos 30 años. Los últimos informes PIRLS y PISA son claros al respecto.
Aunque los programas públicos de animación a la lectura tienen éxito, el problema surge a la hora de educar en comprensión lectora: ahí sí hacen falta formadores preparados y con hábito lector.
Un reto de futuro
Necesitamos, en todo caso, profesionales de la enseñanza que eduquen en comprensión lectora y animación literaria. Y para ello deben ser lectores competentes. No hay otra manera.
Si la formación lectora falla desde la Primaria y la Secundaria, no habrá base de hábito lector y gusto por la lectura en el alumnado de las facultades de Educación. Alumnado que, en el futuro, tendrá que formar en competencias de las que tal vez carezca. La intervención en este problema ha de ser integral y global, o nuestro esfuerzo como formadores de futuros educadores caerá en saco roto.
Alberto Escalante Varona, Profesor Permanente Laboral. Departamento de Filologías Hispánica y Clásicas. Área de Didáctica de la Lengua y la Literatura, Universidad de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.