Carlos Adeva se planta sobre una arqueta de la calle Balborraz, alza la vista hacia la izquierda y contempla su mural dedicado a Doña Urraca, que aparece en el plano central de la imagen con la ciudad en sus manos: «Cuando me bajaba de ahí durante los días en los que lo pinté, miraba cómo iba desde este sitio exactamente», señala el artista toresano, que inicialmente creó a la reina con mascarilla, pero que enseguida dejó su rostro al descubierto: «La gracia me llevó otras tres horas», recuerda entre risas.
Adeva tiene predilección por esta obra, y eso que maneja un amplio catálogo para elegir. Entre las provincias de Zamora, Valladolid, Palencia, Salamanca y Álava, el artista acumula 75 murales a los que hay que sumar otros dos en Brasil. «Ahora es rara la ciudad que no apuesta por el arte urbano», admite este toresano, que durante la conversación reivindica en varias ocasiones el oficio y que trata de explicar el atractivo de estas obras y las particularidades de un sector en el que ya lleva muchos años moviéndose.
Esa experiencia le ha valido para convertirse en uno de los protagonistas de la ruta del muralismo de la ciudad. En esta Zamora Variopinta, Adeva ha firmado un buen puñado de obras, no solo la citada de Doña Urraca. Por ahí aparecen el Homenaje a Pedrero en la Morana, la obra sobre Delhy Tejero en la misma zona o la creación vinculada al Cerco en el entorno del río Duero: «Hay gente que va a las ciudades exclusivamente por ver murales», recalca el artista.
Adeva pone sobre la mesa aquí a los llamados «cazadores» o «hunters», en inglés, de este tipo de obras de arte. Se trata de personas que se mueven por las regiones «exclusivamente» por el muralismo: «Es una pasada cómo se ha convertido en un fenómeno que, a la vez que embellece, puede atraer un turismo diferente al del Románico u otro tipo de monumentos. Igual en Zamora no tenemos las pretensiones de las grandes ciudades, que manejan presupuestos astronómicos, pero aquí se apuesta por el artista local», asegura el toresano.
Esa preferencia por lo local permite ahorrar costes: «Hace poco me han mandado una propuesta de concurso para un mural en el País Vasco por 43.000 euros. Aquí, con ese dinero se hace todo», recalca Adeva, que subraya también el esfuerzo de los artistas por adaptarse. El resultado de todo ello es que, según los datos de turismo que menciona el propio creador, «hay 3.000 personas que han venido a ver directamente Zamora Variopinta». «Eso es algo interesantísimo, gente que no tenías», destaca.
El impulso al muralismo
¿Pero de dónde viene todo esto? «El primer mural en gran formato que hice yo fue en 2009. Antes había pintado cosas en interiores de casas o en hoteles», recuerda Adeva, que explica que el germen estuvo en Estados Unidos, en una moda de arte urbano con origen en Los Ángeles. A partir de ahí, y con altibajos por culpa de «la era digital», estas obras callejeras se fueron asentando, sin que su llegada se produjera de «una forma muy explosiva». «Fue paulatinamente, hasta que hace tres o cuatro años pegó más el boom».
A partir de entonces, el escenario ha ido cambiando: «Cuando empecé, éramos dos. Ahora pegas una patada y te sale un muralista. Pero eso quiere decir que hay mercado», reflexiona el creador toresano, que indica que no siempre la calidad es la misma y que tampoco se valora siempre la capacidad a la hora de conceder un trabajo: «Lo que yo tengo es mi poder camaleónico, el ser capaz de hacer murales de distintas clases. Todo eso es el oficio», apunta Carlos Adeva, que tiene claro que prefiere adaptarse «antes que ir de moderno».
Entre las cosas que le aporta la experiencia está su rigor a la hora de «preparar muy bien las paredes». «Nunca pinto como me la dan; la arreglo si tiene algún desperfecto, doy una base para que agarre bien, trabajo encima y barnizo. Es mucha más tarea, pero es como se tiene que hacer», asevera el artista toresano, que por el momento no ha tenido que restaurar ninguno de los murales que ha firmado.
El posible deterioro
Esa realidad del deterioro se irá viendo con el tiempo y en función de muchos factores: «Un mural es como una persona, tiene su vida», afirma Adeva, que incide en las ventajas del norte sobre el sur, donde las obras «se las puede comer el sol». En esa línea, la orientación influye: «El de Antonio Pedrero va a sufrir muchísimo, porque es sur y le pega todo el día. También eso, a veces, transforma lo que has visto el primer día, le da vida», observa el muralista.
En su día a día, Adeva hace trabajos de todo tipo, pero regresa al concepto del oficio para remarcar la importancia de intuir previamente lo que pretende quien encarga cada mural: «Mi trabajo no es llamar la atención, es hacer sentir bien. Te podrá gustar o no la forma o el color pero, si resulta agradable para el entorno, ya está», comenta el creador toresano, que ha culminado en las últimas semanas un encargo de la cofradía del Espíritu Santo al pie de su templo de salida.

«He experimentado muchas cosas. Me pidieron que fuera un mural muy suelto, muy plástico, y compaginar eso con un edificio románico al lado era muy complicado, pero yo creo que ha conjugado bien, no llama mucho la atención y está integrado», narra Adeva, que se ríe al verse a sí mismo como «un chiquito nuevo», con pruebas sobre el lienzo de la fachada: «Para pintar, uso los dedos o la brocha, nunca spray», matiza.
Al final de la conversación, el artista deja atrás su obra en Balborraz. «Yo vivo de esto los 365 días del año y tengo que hacer un esfuerzo por abarcar papel, lienzo y mural. Volvemos a la raíz de todo: el oficio. La gente me dice que tengo que tener mucho dinero porque estoy pintando muchas cosas, pero es al revés; pinto mucho porque no me llega», zanja divertido Adeva, antes de dejar una última píldora: «Si me toca la lotería, seguiría pintando, pero lo que me diera la gana».