En Cañizo, hace unos meses, se acabó el verano y se cerró el bar. «Un disgusto», no cabe duda. Con los días acortándose por momentos, con los hijos del pueblo ya en la ciudad y con los vecinos que tienen piso en Zamora ya haciendo las maletas, el pueblo veía que la poca vida social que mantenía se apagaba. Hasta que llegaron Roberto y Hernán, dos jóvenes que, a fuerza de trabajo, se están metiendo por derecho propio en el grupo de vecinos más queridos del pueblo.
Roberto, de 22 años, y Hernán, su socio de veinte, se hicieron cargo del bar del pueblo, que se llama «La imprenta» y que aspiran a convertir en un negocio rentable, y eso son palabras mayores. La persona que lo tenía hasta el verano dejó el local para abrir otro bar en un pueblo más grande y el Ayuntamiento, como se está haciendo en muchos pueblos, sacó el local a concurso por si acaso llegaba alguien y se hacía con él.
Y en estas que llegó Roberto Fariza, que fue el que se enteró del panorama. El joven es de Cañizal, un pueblo que, pese a la similitud semántica, está separado de Cañizo por cerca de ochenta kilómetros de carreteras comarcales. «Yo no tenía relación previa con este pueblo», reconoce. «Me enteré de la oferta por una amiga de mi madre, que es de aquí y se lo comentó. Yo trabajaba en una cocina en Salamanca y eché la oferta en el Ayuntamiento el día antes de que se cerrara el plazo. Y tuve suerte y me lo quedé», rememora.
Y los parroquianos lo celebran. En una fría mañana de jueves el bar tiene, a poco más de las once, a siete personas en su interior. Los más fieles parecen los sentados en una mesa de tres, al fondo, todos vecinos de un pueblo en el que hay empadronadas algo más de doscientas personas pero en el que, en invierno, no viven muchas más de noventa. «A nosotros nos quitas el bar y a ver qué hacemos en todo el día», aseguran. Lo corrobora otro vecino que llega un pide un café. «Menos mal que han venido estos chavales, que si no nos quedamos sin bar, como en los pueblos de alrededor».
Bares municipales
En Belver de los Montes no tienen la suerte que tienen en Cañizo y el bar Argentino cerró hace un año. Este es un negocio privado, que bajó la trapa y al que la falta de interés de algún otro emprendedor mantiene así «creo que por muchos años», lamenta un vecino. En Belver los vecinos que quieran tomarse un café tienen que esperar hasta la tarde, «a las cuatro más o menos», y desplazarse al bar de la piscina, que pilla en la salida del pueblo, bastante a desmano para una población que gusta de ir a pie a la mayoría de los sitios.
En Belver se da la circunstancia, que también sucede en otros pueblos del entorno, de que es el propio ayuntamiento el que ha acondicionado el bar para que sus vecinos no se queden sin el único atisbo de ocio que hay en los largos meses de verano. El local forma parte de la piscina municipal, un recinto que ve cómo se acerca el verano sin que tampoco nadie se haga cargo. El Ayuntamiento licita la apertura de la piscina por un precio base de cien euros por un periodo de seis meses. Un regalo por el que, de momento, nadie se ha interesado.
En Bustillo del Oro o Catronuevo de los Arcos la situación es la misma y es el propio ayuntamiento el que se hace cargo del bar, un servicio que para algunos puede no ser constitutivo de ser prestado por parte de una institución pero que los vecinos del pueblo no mantendrían de no ser por la mediación de la administración local.
La difícil tarea de revitalizar el pueblo
Volviendo a Cañizo, Roberto y su socio han emprendido una tarea más que complicada en la que pretenden hacer rentable el local y revitalizar el pueblo. En carnaval dieron su primera fiesta, y las sensaciones, dice el hostelero, fueron buenas. Este fin de semana se ha organizado un cocido para los vecinos del pueblo, y en próximas fechas se van a programar algunas fiestas para animar a que asistan jóvenes de otros puntos de la comarca.
«Me dijeron que el invierno aquí iba a ser complicado, pero no esperaba tanto», reconoce Fariza, que aguarda la llegada del verano «para poder poner la terraza» y empezar a sacar ,de verdad, beneficio del local. Por esfuerzo, de momento, no es. El bar abre religiosamente todos los días salvo el miércoles, de nueve y media de la mañana a once de la noche, momento en el que los nuevos empresarios marchan a su casa, que desde hace unas semanas también está en el pueblo. «Que digan lo que quieran, pero esto tenía que estar subvencionado», apunta un cliente. «Ya ves», zanja Roberto.