– ¿Cuántos sois en invierno?
– Cuatro o cinco. Casi igual que en verano.
– ¿Y por qué se ha quedado esto sin gente?
– Cualquiera sabe las circunstancias de la vida a qué se deberán. Por las razones que sea y ya está.
Domingo Fernández empieza áspero y frío, como la tarde que invita a buscar la lumbre, pero se suaviza pronto y ofrece cobijo en la tenada donde se afana en una jera que tenía pendiente: «La puerta estaba destrozada y andaba aquí para gastar dinero, porque para otra cosa… ya ves», arranca este hombre, «mucho más mayor» de lo que aparenta, jubilado de la construcción y uno de los cinco que resiste en Villarino de Cebal, un pueblo donde llevan bastante tiempo sin ser muchos y en el que ahora son muy pocos.
En lo que va de siglo XXI, este anejo de San Vitero ha pasado de veinte vecinos a cinco: «Ha sido ahora cuando ha llegado el golpe definitivo, pero venimos perdiendo desde hace mucho tiempo», aclara Domingo, que explica que la población se ha visto reforzada recientemente por la llegada de una pareja de Madrid – él jubilado y ella casi – que se pasa la mayor parte del año en Villarino. Si no, serían tres.
¿Y por qué tan pocos cuando en San Vitero, apenas a un paso, resisten más de 200? «¿San Vitero sigue teniendo gente? ¿Quién dice eso?», replica Domingo. El vecino de este anejo asegura que se ha pasado «media vida» rondando por el municipio principal de su ayuntamiento y afirma que también lo ve languidecer: «No creo que lleguen a cien», aventura el albañil retirado, que alude en varias ocasiones a unos padrones que considera inflados.
«Por aquí no hay futuro, se va toda la gente. Todavía si hubiera 50 personas… Pero están todos los pueblos igual. Dicen que tienen, pero luego no llegan a 20 vecinos. Es así de claro», asevera Domingo, que se mueve en coche para hacer la compra en Alcañices y que se asoma a la puerta para constatar que, más allá de los ambulantes, todo lo demás cerró hace tiempo en Villarino de Cebal: «¿Qué tienes aquí de servicios? Cero, nada», zanja.
Domingo Fernández vuelve a centrarse en la puerta que tiene que arreglar tras subrayar que «así es la cosa». Tampoco se olvida de señalar que las instituciones «no se preocupan de nada», y mira al Ayuntamiento para incidir en que los ciclistas que pasan por el pueblo demandan habitualmente una fuente para coger agua: «Pero no hay manera humana».
Viviendas vacías y sin alquilar
Unos minutos antes de esta charla, y a unos cinco kilómetros de Domingo, la alcaldesa de San Vitero, Vanesa Mezquita, recalca que la atención que se le presta al anejo de Villarino de Cebal «es un poco a la demanda, como unas clases particulares». «La pena es que sea un pueblo pueblo y que haya tan poca gente. Hay mucho recurso perdido, tanto desde el punto de vista municipal como de la propia localidad», lamenta la regidora, que apunta principalmente a las casas cerradas o a las que se encuentran vacías 350 días al año.
Mezquita asegura que, en esta zona, «hay puestos de trabajo y cosas que se demandan», y se rebela ante el hecho de que «haya gente que quiera venir y no tenga vivienda». «Mientras, tenemos un pueblo aquí mismo con el 90% de las casas cerradas», insiste.
Para la alcaldesa, convendría «educar un poco a la gente para que sea generosa a la hora de alquilar», pero también exigir a las administraciones superiores, con capacidad más allá de los ingresos procedentes de la tasa de vehículos o del IBI, para que ofrezcan «incentivos» que espoleen a los propietarios.
«Si no, lo que vemos en Villarino es lo que nos va a esperar al resto. Al final, la gente que hay es mayor y no pueden venir vecinos de fuera», remarca Mezquita, que incide en que faltan «personas y casas». «Aquí se va a abrir un matadero. ¿Pero quién va a trabajar si solo hay gente jubilada?», se pregunta la alcaldesa de San Vitero, mientras Domingo y los otros cuatro de Villarino de Cebal siguen viendo la muerte de su pueblo en directo, a la espera de un milagro.