Lo primero que hace Yaiza cuando ve a dos desconocidos aparecer por su salón es soltar una risita y ofrecer hospitalidad. La niña tiene solamente ocho años, pero se expresa como alguien mucho más mayor y casi siempre se carcajea después de hablar, sin darse importancia. En ningún instante de la conversación, ni siquiera al abordar situaciones que podrían resultar duras para ella, la pequeña tuerce el gesto; nada quiebra su ánimo. Su madre, Isabel Cabrera, dice que siempre se comporta de ese modo: «Es súper positiva, nunca te dice que no ni te pone pegas», asegura quien representa el apoyo principal de la protagonista de esta historia.
Yaiza es, por tanto, una niña luminosa, pero tendría motivos para contemplar de otra forma el mundo: «Yo tuve un embarazo normal», arranca su madre, que mira constantemente a la niña mientras narra cómo aquel proceso de gestación dejó de ser usual en el instante en el que la bebé nació a las 32 semanas, sietemesina: «Ahí nos dijeron que, en principio, no había ningún problema, que estaba todo bien», cuenta Isabel. Pero su hija la interrumpe: «Luego me hicieron una resonancia y notaron que algo no iba tan bien», apunta.
Efectivamente, a los 18 meses, y después de muchas sospechas, «porque la niña ni caminaba ni gateaba ni nada», llegó el diagnóstico: «El pediatra me llamó para pedirme disculpas», rememora la madre, que aclara cuáles fueron las palabras del médico: «Parálisis cerebral espástica». Es decir, un problema que afecta al movimiento y al control de los músculos y que, en la práctica, a Yaiza le impide caminar con normalidad. Solo puede hacerlo apoyada en unas muletas, despacio y en tramos cortos.
«Nos dijeron que tenía una falta en la masa blanca», subraya Isabel, mientras su hija se sorprende. «¡Yo no lo sabía! Pero nací de siete meses y eso no es normal», acepta en todo caso Yaiza, que convive con esa realidad desde que vino al mundo y que deberá cargar con ella durante el resto de su vida. De momento, ese proceso lo ha pasado en Torrefrades, donde vive con su madre y con su hermano, al tiempo que padece el citado condicionante en las piernas y una pequeña afectación en los brazos: «A la hora de hacer cosas finas con las manos, no es capaz de manejarse como los demás», recalca Isabel.
Además, aunque ha mejorado gracias a sus esfuerzos permanentes, Yaiza tiende a cruzar las piernas y eso le causa algunos problemas de espalda: «La lesión que tiene la tiene, pero queremos que otra parte de su cerebro se despierte y se adapte para suplir a la zona que está bloqueada. Para ello nos movemos mucho con ella, muchísimo», recalca esta mujer, madrileña de nacimiento y sayaguesa de madurez, primero por amor y, más tarde, por convicción.
Los viajes y los electrodos
La niña recoge el testigo para explicar que cuatro veces el año viaja hasta Alicante para someterse a un tratamiento en el que trabaja el equilibrio. También acude de forma cotidiana a terapias, al fisio en Fermoselle, a natación en Miranda do Douro «con papá» y, hasta hace poco, incluso montaba a caballo. Pero la parte más especial, y quizá la más invasiva para ella es el traje con 58 electrodos incorporados que ahora usa en el cole de Torrefrades «un día sí y un día no durante una hora».
«Noto mucho calambre cuando me lo pongo, y antes era todos los días», comenta Yaiza, sin dejar de cerrar cada frase con la risa espontánea que le viene de serie. Ahora, con menos periodicidad y con el control de una fisioterapeuta en el colegio, todo va más rodado: «Me cuesta menos mover las manos y las piernas», asegura la niña, mientras su madre celebra que este esfuerzo esté valiendo la pena: «Le hace mucho más efecto».
En el caso de la terapia de Alicante, la propia Yaiza señala que el tratamiento se llama «Cuevas Medek» y que básicamente consiste en realizar «ejercicios con madera, sobre todo de equilibrio». «Es para que se me pongan bien las piernas y la columna», apostilla con dulzura y con un conocimiento de lo que hace impropio de una niña de ocho años. «En ese sitio, siempre están dos personas atentas a mí», resalta.
Todos estos sacrificios personales de la familia para conseguir que Yaiza gane independencia y calidad de vida también requieren de una inversión económica relevante: «Me encantas, pero eres una ruina», bromea su madre con la niña, que replica con más carcajadas. Isabel añade entonces que el primer traje de electrodos costó 6.500 euros. Ese se quedó pequeño, y el actual, con la centralita del anterior, supuso otros 5.200.
Además, cada semana de tratamiento en Alicante supone otros 800 euros, con el alivio esta vez de que la hermana de Isabel vive allí y Yaiza y ella se pueden ahorrar los costes del alojamiento. «Toda la gente de mi familia me ayuda para que intente caminar», agradece la niña, que tiene otros asideros fuera de su entorno más próximo. Uno de los más grandes se encuentra en la asociación Corriendo con el Corazón por Hugo, que lleva unos cinco años implicada con la causa de esta pequeña sayaguesa.
La gala benéfica del 30 de marzo
Este colectivo, surgido para dar soporte a las familias de los niños con enfermedades raras, ha pagado íntegramente los dos trajes que ha utilizado Yaiza «y un montón de sus terapias», según Isabel, que recuerda que el próximo 30 de marzo, en Tábara, se celebrará una gala benéfica organizada por la propia asociación y centrada especialmente en el caso de su hija: «Habrá música, hinchables, comida, bebida y un concierto solidario. Solo hay que llevar diez euros y ganas de pasárselo bien», desliza la pequeña.
Mientras llega ese día, que será el primero en Tábara para la familia, la cotidianeidad de Yaiza seguirá en el cole de Torrefrades, con sus otros cuatro compañeros: «Es un trato muy personalizado y, además, ella tiene una auxiliar técnico educativa (ATE) que la ayuda mucho», destaca Isabel. En la rutina, también continuarán las visitas médicas a Salamanca, de media dos al mes, la piscina en la que la pequeña se siente «como un pez» y la vida tranquila junto a la familia y a Sieso, el bóxer de cinco años con el que juega y que la protege de una forma muy especial.
Quizá, el cariño de su perro haya contribuido a despertar en Yaiza la vocación de ser veterinaria y de ayudar a los animales como «todo el mundo que la conoce» hace con ella. Un ratito a su lado basta para entender por qué esa facilidad para llegar al alma de la gente.
Antes de salir a caminar por el sol que deslumbra a primera hora de la tarde en Torrefrades, la pequeña recuerda que en la gala de Tábara también se sorteará un cuadro pintado por ella: «Tenemos que pensar un poquito los colores», le dice a su madre. En la mirada que le dedica a continuación se refleja toda la luz a la que alguien puede aspirar.