No es extraño que el vallisoletano Miguel Delibes haya sido uno de los escritores españoles más adaptados a la pantalla grande, entre otras causas, porque tanto su vida como su obra se empapan de cine desde sus inicios.
A su asistencia asidua a las salas de cine desde niño (“Como espectador me inicié a los seis años en el cine Hispania de Valladolid, todavía mudo, donde semanalmente se proyectaban películas apropiadas para niños”) se une su labor como crítico cinematográfico.
De 1953 a 1999, Miguel Delibes publica en prensa una serie de artículos acerca de diversos aspectos relacionados con el cine: comenta estrenos de películas en las salas, reflexiona sobre géneros cinematográficos y su evolución, coteja el cine español con el europeo, valora los diversos avances técnicos de la industria cinematográfica y, finalmente, repasa algunas de las adaptaciones de sus obras literarias al cine. Considerados en su conjunto en la actualidad, estos textos cinematográficos conforman la labor de un espectador y crítico de cine de enorme agudeza y sentido visual.
Adaptaciones de Delibes
De su extensa producción narrativa, nueve obras han sido llevadas al cine con desigual resultado: El camino (Ana Mariscal, 1963); Mi idolatrado hijo Sisí (Retrato de familia, Antonio Giménez-Rico, 1976); El príncipe destronado (La guerra de papá, Antonio Mercero, 1977); Los santos inocentes (Mario Camus, 1984); El disputado voto del señor Cayo (Antonio Giménez-Rico, 1986); El tesoro (Antonio Mercero, 1988); La sombra del ciprés es alargada (Luis Alcoriza, 1990); Las ratas (Antonio Giménez Rico, 1997) y Diario de un jubilado (Una pareja perfecta, Francesc Betriú, 1998).
Además de las películas apuntadas, hubo otros textos que, con guion ya avanzado, no se filmaron por distintas razones, a veces personales y otras económicas. Entre ellos se encuentran Cinco horas con Mario, que el escritor no quiso ver en forma de filme; La guerra de nuestros antepasados, con guion de Delibes para Gonzalo Suárez, o El hereje, cuyo guion llegó a ser escrito e iba a ser dirigido por José Luis Cuerda, pero nunca llegó a filmarse, seguramente por razones económicas.
Novelas aptas para guionizar
Si se repasan las adaptaciones cabe preguntarse qué tienen los textos de Delibes para resultar tan atractivos a la gran pantalla. Las razones son varias.
Por lo general, las novelas del escritor vallisoletano no son muy extensas, y de las adaptadas al cine, si exceptuamos La sombra del ciprés es alargada, todas son fácilmente asimilables en forma de filme. Por otro lado, muchas de estas novelas tienen una construcción lineal y están escritas a modo de secuencias, lo que sin duda agiliza la construcción del guion.
Además, la ambientación, tanto de las novelas rurales (El camino, Los santos inocentes, El disputado voto del señor Cayo, El tesoro y Las ratas), como de las urbanas (Mi idolatrado hijo Sisí, El príncipe destronado, La sombra del ciprés es alargada y Diario de un jubilado), es austera en cuanto al espacio. Las rurales porque su intención es mostrar la severidad, cuando no pobreza, del campo castellano o extremeño, y las situadas en provincias, porque las ciudades y los interiores donde vive la clase media que protagoniza estas novelas no precisan de ninguna ostentación. En este sentido, es fácil comprender que la filmación de estas obras no supone, desde el punto de vista económico y de utilería, ningún dispendio difícil de acometer.
Pero por encima de estas consideraciones más o menos técnicas, existen otras de mayor calado que han hecho de la narrativa de Delibes una fuente cinematográfica.
La primera tiene que ver con la construcción de los personajes que pueblan estos textos y la inclinación del escritor a tratar individuos de toda clase y condición: niños, jóvenes, jubilados, amas de casa, hombres de campo, marquesas, desvalidos, pobres y discapacitados. Una galería de seres humanos que bajo su pluma adquieren realidad y cuyas vivencias son perfectamente identificables por el lector o espectador. Los personajes de Delibes padecen los sucesos del vivir cotidiano de los hombres y mujeres a lo largo de diferentes momentos de la historia de España, puesto que su narrativa abarca cinco décadas.
En segundo lugar encontramos el valor del lenguaje en las novelas de Delibes, que el cine ha respetado en muchas de las adaptaciones. Los personajes hablan como sienten, y cada uno es identificable a través de su idiolecto. La asombrosa variedad de registros lingüísticos, además de la traslación del lenguaje oral, hacen de su narrativa un manual del español en los niveles fonético, léxico y sintáctico sumamente útil en la enseñanza del idioma.
El autor y sus adaptaciones
Es interesante constatar que en diversas ocasiones Miguel Delibes hace comentarios de las adaptaciones de sus obras. Así, en 1984 y con el título de “Experiencias cinematográficas”, publica un artículo en ABC en el que se sorprende de la lentitud y el orden del rodaje de El camino, de Ana Mariscal, y comenta la dificultad de reducir la historia de Retrato de familia, dada la extensión de la novela. A La guerra de papá le dedica otro artículo centrado en el trabajo en el cine con niños, y alaba que Mercero consiga que el actor que da vida a Quico, Lolo García, de tan solo tres años, juegue mientras, sin saberlo, actúa.
En “Novela y cine”, publicado en 1985, Delibes repasa de nuevo las adaptaciones de su obra narrativa y se muestra, en general, satisfecho con los resultados. Finalmente, en 1999 dedica un apartado especial a Los santos inocentes, “Milana bonita”, en el que alaba la feliz relación que entre novela y cine se da en dicha ocasión, opinión que comparto porque es, sin duda, la mejor y hasta ahora muestra no superada de excelencia en el complicado campo de las relaciones entre literatura y cine.
Termino señalando que, en Miguel Delibes, participante de una u otra manera en las adaptaciones de sus novelas al cine, se da el respeto mutuo entre ambas manifestaciones artísticas cuando afirma:
“El director de cine no ha de ser más respetuoso con la novela que el novelista con el guion”.
Susana Gil-Albarellos Pérez-Pedrero, Profesora Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Universidad de Valladolid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.