A veces pasa. Con solo escuchar una canción de un artista, ya sabes que te va a gustar toda su obra. Otras veces, en cambio, basta con una sola frase. Vengo de un sitio oscuro llamado Galicia, donde un rayo de sol entre edificios se aprecia. Esa es en mi caso la barra con la que supe que el jovencísimo Pedro, más conocido como Hard GZ, no saldría ya de mis cascos ni de mis altavoces.
Cuando su canción «Mensajes» llegó por primera vez a mí, hace ahora diez años, con 24, recordé cómo cada vez que amanecía en la coruñesa casa de mi abuela, lo primero que hacía era buscar esos rayos de sol entre las nubes y las torres del barrio que me permitieran ir a la playa de Oza con mi novia de nuestros soñadores 16 años de entonces. Entendí aquella frase como algo propio y tuve claro que aquel chaval que la cantaba, algo más joven que yo, era un artista que había llegado para quedarse. A día de hoy, a mis 35, no solo sigo escuchando algunos de sus temas, sino que ahora lo hago acompañado de mi hija de 6. El tiempo pasa, la música permanece.
No dejé de seguirle la pista desde aquel primer tema y lo que iba escuchando me gustaba cada vez más: antifascismo, compromiso social, denuncia del fariseísmo en la industria musical, reflexiones pausadas en un mundo frenético, referencias comunes, declaraciones de amor (o desamor) creíbles y alejadas de los estereotipos que nos ha impuesto el capitalismo o los cuidados mutuos con familia y amigos. En definitiva, estaba, o estamos, ante un obrero de la música.
Pero para ponderar la valía de un músico no solo nos debemos quedar con sus canciones o sus discos, también es fundamental entender su manera de enfrentarse a la industria y de cómo conducir su carrera. Vivimos tiempos en los que, para artistas consagrados o en vías de consagración, es muy fácil actuar en festivales y, supongo, cansado o arriesgado realizar giras intentando llenar salas o pabellones fuera de la seguridad de Madrid o Barcelona.
La primera vez que Hard pisó Zamora para ofrecer su música en directo lo hizo en noviembre de 2016, y algo más de 200 personas lo acompañaron en el pabellón de La Josa. En la segunda, volvió a San José Obrero cuando empezábamos a disfrutar de nuevo de la música en directo, aunque con mascarillas y medidas de protección. Era noviembre de 2021 y lo acompañamos unas 300 personas. El próximo viernes 16 de febrero repite bolo en La Josa. La diferencia es que los organizadores han tenido que dejar de vender entradas una vez se han superado las 450.
Esta progresión solo se explica desde el trabajo. El trabajo musical y el trabajo por acercarse a la gente a través de salas en ciudades que, a priori, pueden no resultar muy apetecibles si solo se busca el beneficio económico. La gente de pequeñas ciudades como la nuestra valora que no siempre tengamos que irnos fuera para ver a los artistas que nos gustan, ya sea a salas más grandes en ciudades más populosas o a los festivales que proliferan a lo largo y ancho de la península.
Uno, que lleva diez años organizando bolos humildes y alternativos por amor al arte y, además, se vio por accidente echando una mano a los concejales que organizaban los conciertos en las fiestas de la ciudad, ha visto a estas alturas prácticamente de todo. Desde la supuesta estrella de pop comercial que sale en todos los programas de la tele pero que no vendió ni 30 entradas en un recinto de 4.000; al mánager del grupo de rock puro que se niega a hacer un bolo vendiendo entradas, pero te asegura que gratis, en la Plaza Mayor y cobrando el caché, su grupo funcionaría de maravilla; pasando por la estrella del indie progre más actual que pidió la pasta por adelantado viendo que se avecinaba tormenta en forma de cancelación por culpa de una pandemia mundial. Personas más preocupadas por la pela o la fama que por su arte y la oportunidad de ofrecérselo a su minoritario público de provincias.
Por eso, de vez en cuando la vida te sorprende, y eso es lo que me pasa con Hard. Es su oficina la que se pone en contacto con los organizadores para venir a Zamora por tercera vez a vender entradas. A mostrarnos cómo su talento crece disco a disco y por eso también crece su número de oyentes. Esa línea ascendente está basada en el apoyo real del público, no en el de un mánager pelota, ni en hacer canciones oportunistas al calor de temas identitarios, ni mucho menos en lucir palmito o careto en la televisión o en los cada vez más bochornosos podcast que nos invaden. Una persona, una entrada, tanto dinero. Bajo esa premisa, la carrera de más de uno y una iba a verse en apuros. Pero no es este el mundo en el que vivimos. Aunque a veces, como esta, un rayo de sol entre edificios se aprecia.